El señor Douglas Shoen, presidente de Penn Shoen & Berland tiene más de una semana difundiendo en grandes medios venezolanos e internacionales los resultados de una encuesta que dicha empresa internacional realizara recientemente.
Según Shoen, la validez de esta nueva encuesta radica en que las anteriores mediciones aparecen “contaminadas” por la sensación de miedo que millones de electores tienen, asunto que les intimida para expresar libremente sus favoritismos electorales.
A diferencia de más de otras siete encuestadoras nacionales e internacionales, la medición de Penn Shoen & Berland arroja que los candidatos Chávez y Rosales lucen casi que virtualmente “empatados en el primer lugar”.
El enunciado soslayado que formula esta encuesta es poco más o menos éste: si los electores venezolanos vencen el miedo, gana Rosales.
Opositores aparecen comentando esta y otras encuestas “reveladoras”, presuntamente favorables a Rosales, en la prensa escrita, radial y televisual.
De acuerdo con la mayoría de las encuestas la fotografía final de estas elecciones quedará: entre 60% y 65% para Chávez y entre 35 y 40% para Rosales.
Pero más allá de la validez de la factura técnica de las encuestas (y de la guerra de declaraciones para interpretarlas) hay algunos puntos que no se vienen discutiendo con suficiente centimetraje o profundidad.
Pero la pregunta (que no sólo debemos sino que urge formularnos) ya se la enunció Fidel Castro a Hugo Chávez en el contexto del pasado referéndum celebrado hace ya casi dos años.
Fidel le expresó a Chávez algo más o menos por el estilo:
--No puede ser verdad que en Venezuela haya un 40% de retardatarios y trogloditas anti-humanistas.
A mi modo de ver, este es el eje del debate a que los sujetos (individuales y colectivos) deberíamos estar movidos por la convicción de construir una praxis progresista y revolucionaria.
Allan Woods me dijo hace poco que si la revolución en Venezuela no daba un salto hacia formas más ambiciosas y efectivas hacia el socialismo, pues habría valido más la pena no iniciar este camino.
Le pregunté entonces cuál sería a su juicio el escenario de tomar el poder de nuevo los sectores contrarios a nuestro proceso de cambios, y respondió:
“No hay que inventar nada. La persecución sistemática contra sectores populares y progresistas que vimos el 27 de febrero del 89 va a volver a repetirse, pero esta vez ampliado, mejorado y sistemáticamente aplicado”.
Lo que nos jugamos no son así conchas de ajo, y a todos nos incumbe impulsar una discusión sobre las rémoras que mantienen detenido el volumen de simpatizantes y activistas catalizadores de un cambio socialista en profundidad.
Es decir humanista y transformador de las concepciones con las que hombres y mujeres entendemos y trasfiguramos nuestro activismo político, social y cultural cotidiano.
Miembros de la oposición insisten obsesiva (casi fascistamente) en el tema de la inseguridad como bandera que evidencia el fracaso de nuestro proceso.
De la conversación con decenas de compañeros revolucionarios es fácil entresacar que son más bien otros los epicentros de malestar que mantiene a importantes factores del voto al margen de la simpatía socialista y de la movilización transformadora.
Es cierto, hay que abordar en profundidad una reforma policial.
Pero no será esto lo que modifique los resortes que mueven a un a parte segregada/ degradada de nuestro tejido social hacia formas más dignas y avanzadas de comunicación, solidaridad y lucha en pro de objetivos de bienestar comunes.
El discurso de muchos de nuestros compañeros de lucha construye una confrontación cotidiana contra voceros de la reacción.
Pero convendría desagregar ese 40% que se reconoce, tal vez tácticamente, (no fervorosamente) con el pensar y accionar de una oposición carente de pegada.
Lo sorprendente del reciente ascenso de Rosales, (sea bajo o alto), me parece que no es tanto virtud de lo que él o de los partidos que lo apoyan, han hecho cuanto de lo que nosotros, los revolucionarios, los progresistas, los líderes de la praxis revolucionaria hemos dejado de hacer y reflexionar, de cuestionar y modificar, de vigilar o impulsar.
Y es este el punto en que vuelve a cuento el morbo del miedo.
Agentes de la reacción muchas veces colados en nuestras filas, (y a veces nosotros mismos por falta de perspectiva) promovemos una agenda gradual, (suerte de operación tortuga del cambio) en casi que todos los planos.
Si urge construir comunicación (revolucionaria, desde luego) muchas veces nos conformamos con contratar propaganda
Si urge construir una educación revolucionaria, muchas veces nos damos por satisfechos con promover proselitismo.
Si urge construir gerencia pública efectiva, (y revolucionaria) generalmente nos complacemos con “operar el recurso humano hacia objetivos operativos” muy a la vieja usanza de los chicago-boys hiper-pragmáticos academizados por el IESA.
Si urge construir partidos políticos (y revolucionarios, desde luego) muchas veces nos conformamos con reproducir modelos tribales, escasamente democráticos.
Si hay que formular una recomendación o crítica a algún gobernante local, regional o nacional, práctica común es susurrarlo en pasillos de ministerios, conventillos o cantinas.
El miedo puede llevar a los hombres a cualquier extremo, recordaba hace años George Bernard Shaw.
En este sentido habría que sincerarnos: ¿hasta qué punto tenemos miedo a hacer una verdadera revolución dentro de la revolución?
Ser o no ser, esa es la guarandinga, espumaba un literato inglés en otro contexto.
Y el galo André Maurois le replicaba: “El miedo es el más peligroso de los sentimientos colectivos”
¿Hay miedo en los hoy llamados o auto-nombrados revolucionarios en ser, en devenir verdadera, resuelta, innovativamente revolucionarios?
Dar la victoria a Chávez hoy abre la posibilidad, la oportunidad histórica para ahondar este debate e impulsar una nueva praxis.
Por supuesto, hay que prepararse tácticamente para afrontar el previsible zaperoco que de seguro van a armar los mismos de siempre frente a los cantados resultados del 03 de diciembre.
Pero lo clave, lo difícil, lo desafiante, como detalles más, detalles menos, decía Luis Britto García en otro contexto, es esto otro:
Democratizar y modernizar los partidos políticos, institucionalizar los programas sociales, hacer de la administración pública y de la sociedad en general un espacio democrático, para la crítica y la reinvención social constante.
Lo difícil es reasumir un control absoluto de nuestros hidrocarburos, restablecer los derechos laborales en todos los planos, incluyendo las misiones, eliminar tributos regresivos como el IVA y construir una economía diversificada, inclusiva y generadora de empleo para la totalidad de los ciudadanos del país.
Lo desafiante es inventar nuevas (y menos contaminantes formas de energía), reasignar los espacios radioeléctricos a concesionarios que realmente reinventen una comunicación de servicio público para la liberación y no del consumismo diletante.
Para constituir este espacio más elevado de prosperidad colectiva es que debemos protagonizar una nueva oportunidad para la trasformación que en poco tendrá que ver con lo que hasta ahora hemos hecho, hemos logrado.
Ya lo dijo hace años Rosa Luxemburgo, más o menos con estas palabras:
“Cuando verdaderamente llegue la revolución ¿cuántos de nosotros nos descubriremos siendo revolucionarios?
La revolución no es una gestión de gobierno.
Es el más alto, complejo y exigente desafío colectivo.
El enemigo no es, pues, esa gente que hoy circunstancialmente aparece apoyando a Rosales (tal vez con la esperanza de volver a un pasado ya inviable).
El verdadero enemigo está, más bien, en nuestra confusión ideológica, en nuestra insensibilidad humana y en nuestras equivocaciones, omisiones y contradicciones de la gestión de la cosa pública y de la sociedad.
En este sentido, mucho más hay que hacer que lisamente ganar nuevamente unas elecciones o mejorar un tanto la economía, la participación política o social o la administración pública.
Hay que gestionar nuestro miedo.
No es suficiente vencerlo.
Hay incorporarlo, alquimizarlo, hacerlo nuestro.
Como bromeaba hace años aquel excéntrico director de la Rosa Púrpura de Cairo:
“El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro”