El verbo trabajar procede del latín Tripaliare: torturar, compuesto de ‘Tres’ y Palus’, por los tres maderos a los que se amarraba al reo. De ahí “trabajos de parto” y otras expresiones que conservan el sentido original de sufrimiento o dolor. En italiano hoy se dice “laborare” para otorgar inmerecidamente al trabajo el sentido virtuoso de labor, algo muy diferente. El ‘trabajar’ original estaba asociado al trabajo esclavo o forzado, y de ahí pasó al trabajo asalariado.
La flojera u holgazanería atribuida a los pueblos equinocciales es un prejuicio colonial basado en el poco entusiasmo de quienes eran obligados a trabajar con el único fin de enriquecer a quienes no lo hacían. La grandeza de España, la riqueza de Europa, la acumulación primitiva capitalista, no fue el resultado de la laboriosidad caucásica, sino de la explotación europea de todos los pueblos de la tierra. El idioma portugués lo atestigua al utilizar una sola palabra, ‘exploración’ (exploração) para explorar y explotar (“exploraçao capitalista”).
El primero en desmentir ese prejuicio fue Alexander von Humboldt, refiriendo que un indígena era capaz de cruzar el golfo de Cariaco, remando tres horas de ida y tres de vuelta, para pasar la noche con su amada. Los indígenas no carecen de energía, explicaba Humboldt, sino de motivación. Pero “es más fácil romper un átomo que un prejuicio” (Einstein) y, por ejemplo, los científicos europeos pasaron décadas atribuyendo las ruinas mayas a los fenicios, los egipcios o los chinos, porque juzgaban imposible que fueran la obra del “flojo” pueblo de Yucatán.
La burguesía es la clase del trabajo (ajeno)
La burguesía es la primera clase dominante de la historia para la cual el trabajo es una virtud. La historia de la burguesía es la historia del trabajo, y su único placer ha sido el de degradarlos todos.
La verdadera y única función del capitalista es quitarle toda autonomía al trabajo ajeno. Esa es la única razón por la cual el trabajo intelectual domina al trabajo manual, y el trabajo muerto domina al trabajo vivo. Es decir: el trabajo ya realizado, coagulado en forma de dinero, domina al trabajo que se realiza o se va a realizar. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a los patrones decir: “Gracias a mi esfuerzo y/o al de mi padre (de haber explotado a otros antes o de conseguir un crédito) tengo el dinero con el que pago a mis trabajadores”…”Yo arriesgo más que ustedes” o, colmo de los colmos: “Los empresarios generamos empleo”.
“Sólo los ingleses y los perros con rabia…”
“Sólo los ingleses y los perros con rabia salen a la calle con el sol del mediodía” decían los hindúes, cuya civilización milenaria había crecido al compás del medio ambiente, y no podían entender a esos nuevos ricos esclavos voluntarios de la economía.
Bucear a pulmón por perlas, lo sé por experiencia, es una actividad divertida y saludable. Hacerlo a cambio de comida, con un látigo esperando en la superficie, desde el amanecer hasta el ocaso seis días por semana todas las semanas del año, es una tortura abominable. Los españoles de Cubagua obligaban a los indios buceadores a dormir amontonados en calabozos para que no se fugaran por la noche: “los indios son flojos, no les gusta trabajar…” explicaban.
De hecho, a nadie le gusta el trabajo forzado, y al que menos le gustó fue a Carlos Marx, que escribió pestes de esa abominable actividad y su efecto dañino sobre el cuerpo y la mente humana. Trabajo y labor son cosas opuestas, explicaba. Su yerno, un francés de Santiago de Cuba llamado Paul Lafargue, viendo a los sindicalistas reclamar “el derecho al trabajo”, escribió un famoso folleto llamado “El Derecho a La Pereza”.
La flojera de los blancos
El trabajador asalariado, para los capitalistas (y los economistas que razonan lo que ellos practican) es una mercancía que se compra a precio de mercado (“mercado laboral”); pero el hombre no es una mercancía y para vivir necesita más que lo “necesario”: necesita humanidad. Por eso ningún salario es suficiente, todos los salarios son injustos, y llevamos doscientos años de agitada discusión sobre la tajada de la torta que le toca a los trabajadores, cuando el verdadero problema es que nunca es su cumpleaños.
Hay millones de empleos que los trabajadores de Estados Unidos y Europa ya no hacen, porque no pagan lo suficiente. Para eso están los trabajadores de los países empobrecidos por Estados Unidos y Europa, a los que ni siquiera hay que traer a la fuerza como a los esclavos africanos, porque vienen cruzando mares y desiertos, arriesgando la vida en manos de los traficantes de carne de patrón, los “coyotes”, para hacer los trabajos que los blancos ya no aceptan.
¿Se han vuelto flojos los blancos? No, pero sus millones de puestos de trabajo son un plato tan desagradable, que sólo los hambrientos se lo comen y, además guardan un poco para mandar a casa. Las remesas de los trabajadores emigrantes son hoy la primera o segunda entrada de divisas de países exportadores de carne de patrón, como México, El Salvador, Colombia, Ecuador, Perú o Bolivia.
La abolición del trabajo asalariado
Abolir el trabajo asalariado es un fin proclamado del socialismo, la auto-abolición de la clase trabajadora como “categoría económica” (?). Su reemplazo mejorado es el proletariado, clase de la conciencia, cuya tarea es liquidar al capitalismo. Es un largo y difícil camino, pero no importa si no perdemos el Sur, si todos empujamos en la misma dirección.
Sólo en la medida en que los trabajadores van tomando el control sobre lo que producen, el destino final de su producto y del beneficio, trabajar deja de ser torturar (tripaliare) y aumenta la productividad. No la productividad de mercancías, claro, sino la productividad de lo humano, por aquello de que el hombre se produce al producir.
Ah, por cierto, una reflexión final profundamente teórica: si una vieja burguesa dice que los venezolanos somos flojos, lo único flojo son sus nalgas…