Ni siquiera eres. Tu insignificante vida sólo ha sido una carrera tras el dinero que da poder y el poder que da dinero, sin jamás conseguir lo suficiente, ni otra cosa que tu propia miseria aumentada. Gozas sin pagar de la generosidad del mundo y las leyes que te atribuyen la inmerecida condición de humano, y hasta crees, en tu inflada vanidad e injustificable ambición, que la gente escucha y aprueba tus crapulosas mentiras. No te hagas ilusiones: el problema no eres tú, imbécil.
El problema tampoco son tus empleados, plañideras, histriones y bufones que bailan por la plata como el perro, y se dicen parte de “una gran familia”. Nuestro Señor Padre Capital no tiene madre ni hijos. Sólo deja huérfanos, como los de las “familias” Vencemos, Creole, Goodyear, Procter & Gamble, Sidor, etc. Como los millares de huérfanos que dejaría tu clase si vuelve al Poder e intenta hacernos regresar al pasado.
El problema es la oligarquía, de la que eres una versión pintada y engominada, tu clase “ejecutiva” que conspira impunemente y sin cesar para ejecutarnos. Tú apenas eres quien trajo el primer megáfono a la aldea, para elogiar por dinero al comercio, y a los concejales en tiempo de elecciones. Nada de lo que dices, zumo de odio y guarapo de despecho, tiene algún sentido. Porque es falso, de toda falsedad, como tú mismo. El problema no eres tú, imbécil.
El problema son los tiempos que vivimos y la generosa empresa de una revolución en paz y democracia. El problema es una Patria por construir en el país carcomido que dejaste. El problema somos nosotros mismos, intentando dejar de ser para ser mejores. Cómo curar en una década dos siglos de injusticia, cómo no parecernos a ti, esqueleto maquillado. El problema es el Milenio, el problema es el mundo, el problema es el fin de un sistema y el nacimiento de una era. El problema somos todos. El problema no eres tú, imbécil.
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