Los riesgos de transformar por adentro

"La revolución bolivariana es una contradicción permanente desde sus inicios, pero no porque contradiga un modelo de revolución, sino por lo opuesto, porque actualiza y potencia la revolución social de los oprimidos. Aporta lecciones y experiencias que los revolucionarios deben integrar a sus prácticas en cada país, y en lo posible a escala internacional."

Guerrero, Modesto Emilio, 2014

"...independencia o nada, Comuna o nada."

Chávez, Hugo, 2012

Como el Estado es un conjunto de relaciones, sujetos, prácticas y estructuras históricas, dinámicas e interdependientes; toda vez que un intento de transformación a cualquiera de esas partes avanza, se activan de manera manifiesta mecanismos de intransigencia y oposición. Es decir, comienzan a mostrarse más arrogantemente las contradicciones económicas, políticas y sociales existentes.

Durante el siglo XX, creímos fervientemente en que la transformación vendría de la mano de una lucha frontal contra el Estado Nación moderno, el modo de producción capitalista, su democracia burguesa y la cultura del consumo. Esa era la única forma posible de refundar nuestras sociedades, desde afuera, porque el poder se arrebataba a los explotadores.

Hemos visto que, cuando nuestro camino y nuestros instrumentos de transformación vienen por afuera, es decir, abiertamente planteados desde una trinchera opuesta, con intereses y actores sociales distintos, la iniciativa obtiene diversas respuestas, ensayadas ya en momentos y espacios de nuestra historia colectiva. Puede ser acallada de una vez, recibiendo todo el peso de la Ley y el supuesto Estado de Derecho, puede desencadenar la fuerza con enfrentamientos de sangre y fuego (no olvidemos que quienes detentan el monopolio del uso de la fuerza son los Estados y no la llamada "sociedad civil", mucho menos el Pueblo organizado), como también puede estructurar discursos y metadiscursos reaccionarios, entre algunas de las múltiples estrategias utilizadas por los guardianes del status quo: es decir, por esas relaciones, sujetos, prácticas y estructuras que se resisten a la transformación.

En este caso, cuando se intenta transformar desde la trinchera de afuera, pareciera que existe cierta transparencia que permite discernir y comprender los modelos en pugna: el vigente y el de transformación. Aunque la historia y la lucha de los pueblos nos dice que hay más opacidad que transparencia, por lo menos vemos de una manera más clara la dialéctica, desigual, combinada y cambiante de nuestra sociedad.

Durante algunos años tuvo cierta legitimidad intelectual afirmar que esta historia se había acabado y que los movimientos y modelos de transformación se tenían que conformar con remiendos, asistencialismo o el suicidio.

Afortunadamente, hay quienes en sus luchas y en su pensamiento continuaron reivindicando la transformación del modelo instituido y así arribamos a nuevas historias y nuevos caminos. Si nos ubicamos en nuestra realidad socioterritorial Latina y Sudamericana, vemos cómo desde 1998 (en Venezuela con la Revolución Bolivariana) se han comenzado a dibujar propuestas de transformación de las relaciones sociales y sus estructuras desde el poder instituido, es decir, desde los Estados y sus democracias.

El caso venezolano, junto con el boliviano y el ecuatoriano son paradigmáticos en este sentido, ya que en estos países se propuso la transformación de "la forma" del Estado con la modificación de la Constitución; instaurando una Democracia Participativa y Protagónica en el primer caso, y democracias plurinacionales en Ecuador y Bolivia, reconociendo y reivindicando a las naciones indígenas que habitan sus territorios. Con estos cambios se abría la opción de "transformar por adentro" del Estado, es decir, disputarle al poder instituido a través de un nuevo poder instituyente.

La misma tesis, aunque con expresiones diferentes, se dio en Argentina, Uruguay y Brasil. Donde quienes ocupan espacios de poder en el Estado, participaron en las luchas armadas y organizaciones clandestinas de los años ´60, ´70 y ´80, clamando por una transformación radical de nuestras sociedades y modos de vida.

Cabe aclarar que los paradigmas de transformación –"sea por adentro o por afuera"- conviven entre sí y no permanecen aislados; se combinan con diversas formas de organización, construcción y lucha, en el tiempo y en el espacio. Transformar "por afuera" tuvo sus deficiencias, hay quienes oportunamente se encargaron de señalarlo y, sin ninguna duda, esa experiencia es parte necesaria de nuestra autocrítica colectiva y de nuestra nueva avanzada como pueblo creador.

Luego de más de una década de este intento de transformación "por adentro", se vuelve más que necesario repasar los riesgos -siempre presentes- de esta alternativa. No para paralizarnos, mucho menos desmotivarnos o hacer una catarsis colectiva. Por el contrario, para rectificar y reorganizar las fuerzas, para analizar estratégicamente la realidad y continuar por el camino que comenzamos: la transformación colectiva de nuestro modo de vida. Porque como dijo el revolucionario cubano Fidel Castro -al repasar las acciones en la Sierra Maestra-: la Victoria no será un resultado acabado sino una tarea estratégica (Castro Ruz, 2010).

Los riesgos

El primer y más evidente riesgo es creer que el Estado -como conjunto de relaciones, sujetos, prácticas y estructuras históricas, dinámicas e interdependientes- que queremos transformar, vaya a permitir su propia destrucción.

Imaginar que va a generar las condiciones para su propio aniquilamiento no sólo es un gigantesco error sino también una subestimación a la hegemonía que ha construido históricamente. Caer en este riesgo representa un gran peligro, ya que inhabilita una mirada estratégica y adelantada sobre cómo enfrentar los mecanismos de defensa que desarrolle. Sin una contraofensiva revolucionaria clara cualquier transformación está destinada al fracaso.

Un segundo riesgo es considerar que al transformar "la forma" del Estado, su normativa y leyes, estaremos transformando casi naturalmente todo el entramado de la sociedad.

Caer en este riesgo elabora una falsa linealidad entre Derecho y Sujeto de Derecho, aislando esta compleja relación de todo lo que se encuentra en su entorno. Además, los derechos no son asignaciones ni categorías sociales, representan luchas y conquistas del Pueblo movilizado. Por ello decimos junto con Martí que los derechos se tienen cuando se los ejercen, no se decretan ni se etiquetan, los derechos son construcciones sociales que requieren de un pueblo consiente que se los apropie, de mecanismos e instrumentos que conviertan la forma jurídica en práctica real.

Un tercer riesgo radica en colocar toda la acción y reflexión revolucionaria en el Estado, como vía única de transformación hacia otra forma de organización de la sociedad. Como comúnmente se ha llamado, el cambio de "arriba hacia abajo". El problema aquí no solamente es de método, hay un problema en la cosmovisión de "cambio social", a menos que de lo que se trate es de reemplazar a un estado de cosas por otras y cuando llegue -mágicamente- "lo nuevo", lo que habremos hecho no será más que una nueva imposición de relaciones, sujetos, prácticas y estructuras.

Depositar toda nuestra acción revolucionaria en la vía institucional sin tener un importante desarrollo orgánico de todos los sectores de la base social –mujeres, campesinos/as, trabajadores/as urbanos, obreros/as, comuneros/as, jóvenes y todas las formas de expresión del poder popular-, es una forma cabal de reformismo. Además de legitimar y reproducir la división entre Estado y Sociedad. Aun cuando las transformaciones normativas representan nuevos derechos económicos, sociales y culturales, no hay Derecho sin Sujeto de Derechos.

Otro riesgo en el que las revolucionarias y revolucionarios podemos hundir los pies es confundir militancia con gestión institucional. No es que a partir de la segunda no se construya poder, pero no podemos intercambiarlas o reemplazarlas entre sí. Es posible que a través de la gestión podamos tributar y aportar a la construcción social de una nueva forma de sociedad, pero ello requiere de un colectivo que lo respalde, con objetivos bien trazados y una propuesta orgánica. O sea, debemos responder a la pregunta: ¿hacia dónde tributa nuestra acción revolucionaria? Es una pregunta guía, una hoja de ruta, nuestra prospectiva estratégica. Si no logramos generar un espacio de construcción, con su respectiva base social, su Programa y Plan, todos los esfuerzos pueden caer en un agujero negro.

Por supuesto que la pregunta guía no proviene de una galera mágica, más bien es una construcción colectiva. Mientras ensayamos respuestas seguimos avanzando, construyendo. No es una pregunta que se responda desde los escritorios, tampoco individualmente. Es una respuesta colectiva e histórica que se va amasando en el hacer cotidiano, en esa práctica revolucionaria de avances y retrocesos y estallidos. Mientras ensayamos, la acción revolucionaria no se detiene, sino que se potencia.

Finalmente, entendemos al burocratismo y la corrupción como las debilidades propias de una conciencia en transformación antes que como posibles riesgos. Como dijo el revolucionario argentino-cubano, Ernesto Che Guevara: "El burocratismo, evidentemente, no nace con la sociedad socialista ni es un componente obligado de ella." (Guevara, 1963)

De ningún modo este bosquejo pretende estar acabado o ser excluyente de otros riesgos. Si los asumimos como tal es porque ya hemos caído en la trampa, es porque nos estamos despabilando de la caída y estamos despiertos para no volver a caer. Autocrítica o nada, independencia o nada, Comuna o nada.



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