Aporte secular de F. Engels a las razones para la comuna perdida

a)      Descubrimiento de la agricultura y la ganadería y con ellos los excedentes.

Increíblemente aquellos grupos humanos, gens o tribus, al descubrir la manera de hacer que la madre tierra produjera mucha más cantidad de bienes que aquellos que ofrecía naturalmente generó la pérdida del paraíso en el cual vivían. Algunos individuos, por su naturaleza o condiciones específicas aprovecharon la generación de recursos excedentes para apropiarse de ellos, para acumularlos en detrimento del colectivo. Se rompió la regla de oro comunal haciendo su aparición “el pecado original” del egoísmo.

b)      Nacen la propiedad privada, la familia patriarcal y el Estado

Una secuencia lógica dio lugar a la aparición de los fuertes y poderosos frente a las mayorías hambrientas. La máquina infernal de un incipiente capitalismo hizo su entrada en escena. Pocos muy pocos con graneros llenos de alimentos frente a -en otro tiempo perdido-  hermanos y hermanas con hambre. La demoledora máquina no se hizo esperar: si quieres comer ven y te doy de comer para que no mueras y sigas trabajando pero trabajas para mí. Más trabajadores mayores cosechas, más gente con hambre y necesidad, y vuelta y vuelta a la noria de la acumulación egoísta: capitalismo primitivo, hoy digitalizado y a colores.

El hombre se apropió privadamente de todo, incluida del modo más cruel e históricamente súper explotada a la mujer. La sociedad naturalmente matriarcal de los tiempos del “paraíso” dio paso a la sociedad basada en la familia patriarcal.

i)                    La mujer propiedad privada del hombre

ii)                  Vientre exclusivo para el hombre al precio de la muerte por lapidación de atreverse a discutir ese derecho de propiedad

iii)                Esclava al servicio del hombre en todas sus necesidades

iv)                Esclava del hombre en su conjunto, aún del proletario explotado por su explotador pero explotador de la mujer en su casa. El hombre en sus luchas fue conquistando reivindicaciones, la mujer nunca.

             EL GERMEN DEL ESTADO: Nace este por la necesidad imperiosa de sostener un cierto grado de orden y equilibrio en una sociedad formada por miles de hambrientos y unos pocos acumulando el alimento. ¿Cómo impedir que esas mayorías no tomaran por asalto el alimento que unos pocos acumulaban? Aparece el Estado –desde luego no el clásico y complejo estado de nuestros días- en su misión fundamental: un instrumento al servicio de la clase dominante. Un instrumento en su más clásica expresión: el ejercicio monopólico de la fuerza. Gente armada integrada por otros hambrientos para imponer orden y seguridad en medio de la mayor crueldad y desorden de justicia.

EN LA LARGA MARCHA HACIA LA UTOPÍA DE UNA SOCIEDAD DE IGUALES

 

l  Por los siglos de los siglos el ser humano, en esa confrontación entre instinto y razón ética ha buscado el camino de retorno.

l  Desde el profeta Isaías hasta el Che, pasando por Jesucristo, Moro, Lenin o Fidel, todo ha sido una búsqueda fallida - hasta hoy- de ese “Paraíso perdido”

l  Unas veces falló la ausencia del método y en otras la naturaleza humana. (Hechos-URSS)

La utopía, ese recuerdo ancestral que motoriza la voluntad humana hacia ella, el paraíso de una sociedad de iguales, de hermanos y hermanas, solidaria y amorosa, ha sido ansiosamente buscada  por el hombre a todo lo largo de la pre-historia. Por milenios sólo armados de la razón ética que estimula y ordena el camino, hoy dispone la humanidad de elementos científicos que convierten la utopía en una categoría crítica de anticipación explícita. En otras palabras de una utopía-esperanza sobre la utopía-fantasía. La espiritualidad socialista en su más puro concepto es el alma y esencia de la comunidad que queremos construir. El marxismo puso a salvo el núcleo racional del utopía. El carácter milenarista que desde el principio tuvo el concepto de utopía –el establecimiento del Reino de Dios- deviene en reino de paz, reino de amor y reino de justicia e igualdad en esta tierra mediante la utilización de medios racionales, sobre principios científicos. De modo que ni los ladrones de sueños, cargados e infectados del hombre viejo que se dan entre nosotros, ni los explotadores de todos los tiempos podrán impedir que como seres humanos alcancemos el paraíso, encontremos el socialismo perdido a lo que estamos llamados por naturaleza.

Es cierto que no podremos alcanzar el espíritu de la utopía sólo apoyados en la mediación mesiánica o  escatológica, no obstante, podemos decir hoy, que la esperanza espiritual es un elemento mediador entre la utopía y el socialismo científico, real y verdadero. El socialismo vivido y practicado desde las cosas más sencillas se hace palpable, abierto, aún no realizado pero definitivamente realizable. El marxismo nos ha entregado un método que ha sido capaz de trascender los estrechos horizontes del pensamiento tradicional y nos abre la posibilidad cierta de transformar las condiciones sociales existentes. De esta forma la filosofía traspasa y supera el universo que le era propio desde Platón, como herramienta para explicarse el mundo y pasa a ser instrumento para transformar el mundo. Espíritu y método, aliados y en marcha armónica y conjunta son los medios para alcanzar la utopía como categoría explícita de anticipación concreta. Así como el tren requiere de dos rieles para discurrir y avanzar, so pena de descarrillar si faltare uno de ellos, la locomotora socialista requiere del riel del espíritu comunitario, ético, solidario y nuevo, así como exige el riel del método que vaya haciendo encajar las piezas, brindar las condiciones materiales e impedir el agotamiento del espíritu.

Fijémonos en dos casos, dos hitos históricos realmente esclarecedores. La Comuna descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles, anteriormente citada, y admitiremos que en ella estaban dadas todas las condiciones espirituales fundamento del “paraíso”. Sin embargo falló, apenas pudo sostenerse unos 70 años. Faltó el método científico, faltó la propuesta que hiciera sustentable en el tiempo aquel sistema comunal. Tampoco podemos ignorar el hecho de que aquella propuesta debió vivir su experiencia como una pequeñísima isla asediada y rodeada por un mundo imperial basado en el esclavismo y la guerra como instrumentos. Pronto terminó agotada la emoción del espíritu y la mala hierba acabó con aquella hermosa experiencia. En nuestros días, en pleno siglo XXI, hemos podido experimentar la fragilidad de semejantes proyectos cuando –a pesar de sus componentes- están rodeados por una ambiente extremadamente hostil. Hablamos de la experiencia iniciada en Palestina, en 1919, llamada “kibutzs”, cuya traducción es “comuna”. Basada en los mismos valores espirituales y principios que encontramos en la Comunidad de los Hechos. Llegaron a constituir no sólo un emporio de progreso, evolución y desarrollo, al punto de aportar hasta el 13% de las exportaciones agrícolas del Estado de Israel donde estaban asentados, multiplicarse por todo el territorio hasta más de dos centenares de kibutzs, alcanzar una calidad de vida insuperables, con educación, sanidad, vivienda y todos los servicios propios, pero… en la medida en la cual la sociedad capitalista con sus luces de neón, sus oropeles y su aparato mediático las fue penetrando, los nietos y nietas de aquellos pioneros emigraron hacia el mundo exterior atraídos por el llamado de la cultura capitalista de modo que para nuestros días el sistema de kibutzs ha ido secándose, achicándose, como una planta sin luz ni riego. Han quedado reducidos a menos de la décima parte de lo que hace sólo unos cincuenta años eran y se teme por su desaparición. Un buen dato para quienes pretendemos construir comunas persistentes en el tiempo.

El otro caso verdaderamente doloroso por toda la emoción y las esperanzas para la humanidad que significó en su momento, fue la Revolución de los Soviets, aquel asalto al Cuartel de Invierno que, cargado de profunda espiritualidad revolucionaria y armado con el método científico parecía que abriría al fin, para toda la humanidad, las puertas del “paraíso”. Allí, método, planificación y doctrina confluían junto a la espiritualidad obrera y campesina hasta hacernos forjar las más claras esperanzas. El diseño de la sociedad socialista –etapa intermedia en la cual el Estado aún debe seguir existiendo sólo que ahora como instrumento al servicio de la clase proletaria- lucía indetenible, invencible. El tiempo –poco tiempo por cierto- fue haciendo que inexorablemente la naturaleza del hombre, herida por milenios de cultura del egoísmo, esa naturaleza aún infestada por profundos antivalores, fue horadando el proyecto libertario hasta convertir el proyecto en nuevas formas de opresión, de dominio y de nuevos señoríos. De aquella consigna profundamente revolucionaria de “todo el poder para los soviets”, se pasó, apenas en unos nueve años a la consigna de sello marcadamente stalinista (esto en el peor de los sentidos) de “todo el poder para el partido”

Veamos: ¿Qué significado tuvo esta nueva consigna? Sin duda, el fin del poder popular, el señorío de los burócratas, el surgimiento de una nueva clase dominante, el control sólo para unos pocos, para los elegidos, los tocados por los dioses, los depositarios del poder. El resultado lo tenemos tan cerca en el tiempo que aún duele como una bofetada de Dios. Increíblemente –al menos para mí- el poderoso imperio soviético, poderoso en casi todos los órdenes: industrial, científico, militar, etc., se vino al suelo sin que fuera necesario un solo tiro. Aún podemos –al menos algunos- recordar las escenas de aquella mañana de 1991, cuando frente a nuestros atónitos ojos el poder soviético se derrumbaba sin que el pueblo interrumpiera sus tareas habituales para detenerse a ver lo que pasaba así fuera por curiosidad. –Ese mismo pueblo que fue capaz de los mayores sacrificios, de inimaginables sacrificios, en la defensa de su revolución y su patria, al punto de ofrendar 21 millones de vidas para detener el nazismo capitalista apenas unos años antes. La gloriosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se esfumaba como por arte de magia y ese pueblo volvió al redil de la moral y la vida capitalista del cual –en el fondo- nunca había salido, lo impidió la muerte prematura del espíritu. He allí los errores que no debemos, no podemos y no nos está permitido cometer de nuevo, salvo disponernos desde ya al pasar a la historia con mucho menos gloria que la URSS, pero con mucha más pena, como un triste hito en la historia que acaso despierte algo de curiosidad andando el tiempo.

En la Revolución Bolivariana, y no mañana, ni siquiera hoy, sino ya, hemos de esforzarnos todos y trabajar con todo empeño en la construcción de un camino sin estas trampas que ya se manifiestan poderosamente entre nosotros, sólo que no trece años después de haber alcanzado el objetivo sino que, tristemente, mucho antes de hacerlo. El riel de la espiritualidad socialista, de la conciencia del deber social, del amor al prójimo, de la vida concebida desde el bien y el respeto por todos y todas, el riel que no puede esperar a que las condiciones estén dadas, el componente subjetivo, la percepción y vivencia ética del proceso cuya construcción debe establecerse de inmediato, desde la vivencia práctica del hacer y vivir comunitario, desde aquellas cosas, haceres y conductas de las cosas más sencillas. Alcanzar los elementos autonómicos de esta conversión del hombre viejo al hombre nuevo en nuestros espacios más pequeños. Vivir en esos espacios con la conciencia militante que anticipe lo aún no presente. En este dominio de ir desaprendiendo y aprendiendo al hacer, del ir descubriendo lo todavía no consciente al ir haciendo, como nos decía nuestro Simón Rodríguez (tantas veces citado y tan pocas leído y seguido), adquiere su poderosa fortaleza la esperanza positiva.

El hombre y la mujer nuevos hay que irlo gestando, hay que irnos embarazando de él, hay que irlo pariendo conscientes de que habrá dolores de parto. Más aún, que no sólo habrá dolores de parto sino que habrá intensos dolores de agonía propios de lo que se va muriendo. Ir gestando, embarazando y pariendo al hombre nuevo significa ir muriendo al hombre viejo: morimiento y nacencia. Tan dolorosa como hermosa contradicción es la aventura que hemos de emprender hasta alcanzar la vida nueva. No será nunca un acto mágico e inmediato sino un proceso dialéctico, un camino, un ir sufriendo derrotas, enfrentando resistencias, especialmente dentro de nosotros mismos, en nuestro proceso de elecciones diarias, pequeñas y cotidianas, pero, ojo, un irlas venciendo, apartando y sustituyéndolas por decisiones que encarnen los valores nuevos. Es conversión, hermanos, y la conversión es camino y seguimiento.

El mundo interno en que se desarrolla esta crisis está presidido por un conocimiento distinto, por una cierta forma de incógnita, de enigma, pues debemos pasar de la reiteración de lo conocido, de lo que asumíamos como moral, como lógico y normal en la conducta, a la construcción de lo que se va experienciando y construyendo desde la promesa. El encuentro entre la teoría y la práctica, esa praxis fecunda, es la que al fin será la medida de todas las cosas. La comuna –los hombres y mujeres que la encarnan- ha de ir construyendo lo que aún no ha llegado a ser hasta hacerlo visible y palpable. Experienciando el amor, la solidaridad, la renuncia a toda forma de señorío, a toda expresión de egoísmo, a todo dominio personalista o grupal es como el colectivo se irá fortaleciendo.

El marco más amplio de la leyes y el gobierno de la República Socialista irá haciendo posible –bajo estricto control del pueblo- ordenar las relaciones de producción, distribución y consumo de bienes, ordenando la Zona Socialista con reglas claras, posibilitando, animando y apoyando la experiencia comunitaria impidiendo así su agotamiento. En la Comuna deberá irse experimentando, viviendo, sintiendo y saboreando la gloria inmensa del mundo nuevo. El río socialista, que no es sólo agua sin cauce, porque sólo sería inundación sin destino, pero que tampoco es cauce sin agua sino cauce y agua, agua y cauce, irá transcurriendo maravilloso, vivificador y espléndido.

Como un río, debemos ser un pueblo que se dirige hacia el mar de su destino, que se enrumba incansable hacia el futuro, un pueblo transformador de la historia recibida, un pueblo que la hace historia nueva, historia plena, historia humana y justa. Un futuro nuevo en su contenido, un futuro consciente en el cual no florecerán la mentira y el egoísmo. Un futuro, ahora sí, alcanzable, una utopía que sirva para mucho más que para mantenernos en el camino tras ella por más que este sea un hermoso regalo de la utopía. Una utopía concreta, realizable y dialéctica expresada y encarnada en la vivencia real de cada comuna. Una utopía que deja de ser abstracta o meramente anticipatoria para hacerse amable, acariciable y trascendente, creciendo como una planta ante nuestra vista todos los días. Una utopía anticipatoria de lo que debe ser, de lo que queremos que sea, una utopía que vaya presentando la metamorfosis entre lo que debería ser y lo que luminosamente va siendo.  Nunca olvidemos aquella afirmación de Engels en su “Feuerbach”, la afirmación hegeliana de que
“Todo lo real es racional y todo lo racional es real”, nunca lo olvidemos.

MARCHEMOS CAMARADAS CON CONOCIMIENTOS Y PASIÓN HACIA LA UTOPÍA CONCRETABLE

 

Amando Venceremos!!!



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Martín Guédez


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