A 145 años de esfuerzo comunero mundial.

La Comuna, el pueblo tomando el cielo por asalto.

Un 18 de marzo, de 1871, las calles de París presencian como un maltrecho y derrotado ejercito francés intenta arrebatar un grupo de cañones que se encontraban en custodia del pueblo de la ciudad y de su Guardia Nacional. La situación da un giro total cuando una multitud de mujeres humildes detienen y persuaden a los soldados e incluso logran que estos apresen a su oficial. El pueblo tiene las armas en su poder y el ejercito se encuentra disperso y desmoralizado, el gobierno huye de la capital francesa y el aparato burgués se paraliza, se abre el escenario para una de las mayores y más transcendentales iniciativas de la historia.

El pueblo francés ya había volcado en varías ocasiones su energía creadora, en grandes olas de entusiasmo y heroísmo popular para abatir la opresión. En 1789 derriba el poder tradicional, feudal y aristócrata, de trece siglos de monarquía absoluta, en 1830 aplasta la restauración de los Borbones, en 1848 la casa de Orleans muerde el polvo ante el avance republicano en las calles. Pero en todos esos intentos revolucionarios el pueblo de París y de Francia ponía su fe en actores externos, en la burguesía y sus voceros políticos, en el liberalismo, cosechando de ello sólo amargas desilusiones. Mas sin embargo los parisinos guardaron con gran celo y cuidado su mayor conquista, el saldo positivo de tanto esfuerzo frustrado, la organización. La organización popular de los arrabales y clubes revolucionarios que constituyeron fuerte influencia sobre el gobierno local, la comuna, de la ciudad y una fuerza armada de ciudadanos voluntarios, la guardia nacional.

La derecha francesa, en el afán de detener al pueblo e imponer a la fuerza sus privilegios, promovió el asenso de Napoleón III y la conversión de la republica en el Segundo Imperio Francés, una mezcla de monarquía y dictadura militar como amparo del capitalismo galo. Pronto Francia se alzaba como una de las grandes potencias mundiales, en base a jornadas laborales de más de 16 horas, del trabajo de niños en fábricas, minas, y campos, de la práctica esclavitud de quienes veían su vida reducida a los mugrientos y peligrosos talleres en que trabajaban. La opulencia de la burguesía no se traducía sino en tragedia para el pueblo. Pero la ambición burguesa expresada en el aventurerismo imperialista de Napoleón III, y sus intervenciones militares desde Vietnam a México, llegó a su limite con la guerra contra Prusia que se tradujo en una fulminante derrota y en la invasión del país.

Ante la amenaza extranjera, el gobierno provisional de la burguesía trato ante todo de negociar la manera de conservar su poder, poco le importaba la defensa de la patria ante el hecho de que el pueblo París se había parado firme ante el invasor. Con una Guardia Nacional, que recuperaba su carácter popular, se organizó una gran colecta con la que se compraron varias piezas de artillería para la defensa de la capital. El día 18 debía empezar la represión y el retorno al orden, pero la organización, atesorada en tantos años, hizo que todo el barrio de Montmartre primero, y toda la ciudad luego, se lanzaran a las calles en defensa de sus armas y de su propio poder. La ira popular del 18 resulta ser lo necesario para impedir la ocupación prusiana, el ejercito enemigo se contenta con un rápido desfile y se coloca a distancia de la ciudad.

Con la huida del gobierno el pueblo revolucionario no depositaría ya sus esperanzas en ningún mesías, el futuro debía ser una conquista del esfuerzo, de las manos y el sudor. La situación había de los últimos años había sido verdaderamente deprimente, de inmensa carestía y falta de empleos; las deudas asechaban las pocas pertenencias de los trabajadores. A esto se le sumo la guerra, cuando París se vio asediada sus habitantes se vieron obligados a matar los animales domésticos por su carne, terminando incluso en tener que comprar carne de ratas a especuladores malsanos que aprovechaban la espantosa situación, cientos de miles morirían de hambre. No había en nadie, pues, la ilusión de retornar a ninguna situación anterior, era el futuro o nada.

El comité central de la Guardia Nacional, única autoridad en pie, renunció públicamente a sus poderes y llamo a la realización de elecciones abiertas para la constitución de un Consejo Comunal como órgano máximo de la Comuna. Los 92 miembros electos fueron en su mayoría obreros, artesanos y reconocidos representantes de los trabajadores y la lucha social. Con la elección de diputados obreros, por parte de asambleas populares, se creaba un poder de un tipo totalmente nuevo.

Los obreros armados establecieron a todo el pueblo en pie de guerra e impusieron sus condiciones. Los nuevos diputados y todos los funcionarios, antiguos y nuevos, en la ciudad, serían en lo sucesivo responsables ante las asambleas de vecinos y pudiendo ser revocados de sus puestos en absolutamente cualquier momento, esto era tanto para los diputados como para policías, jueces y oficinistas. Ninguno de ellos, por cierto, recibiría más que el sueldo mínimo de un obrero. Se eliminó la careta hipócrita de la división de poderes, ni parlamentos ni ejecutivos, sino una sola corporación de trabajo que igualaba al estado con cualquier unidad productiva, los diputados, bajo control popular, debían hacer cumplir y ejecutar por si mismos las leyes y resoluciones que aprobaban.
Los siguientes dos meses fueron de una actividad acelerada en los cuales la Comuna emprendió una serie de tareas, hasta entonces consideradas descabelladas o simplemente imposibles de imponer en la práctica.

La comuna demostró que era posible una jornada de trabajo de 8 horas, que la colectividad puede asumir la economía de cuidados con la constitución un sistema de salud gratuita y de guarderías para los hijos de las trabajadoras; se demostró más que factible la educación gratuita y universal y el centralizar las propiedades y bienes en abandono, desuso, o subutilizados para la garantía del empleo y la vivienda, etc. Por esto y más La Comuna no sólo constituyó una luz sobre el oscuro panorama social del siglo XIX, sino que también resplandece con fuerza por sobre el horizonte de los siglos XX y XXI. Una luz que llama a la vergüenza al moderno mundo del capital monopólico mundializado , el mundo de la genética, la digitalización y la robótica , que se ha demostrado incapaz de resolver muchos de los problemas ya bordados tan tajantemente por La Comuna de París.

Pero, por sobre toda su historia de esfuerzo y heroísmo; del entusiasmo de la democracia más radical que ha existido, del valor de la defensa calle a calle en las celebres barricadas, y del trágico final bajo la brutal represión de la burguesía, de la "semana sangrienta" con sus más de 30mil muertes . ¿Qué lección dejó La Comuna? ¿Cuál fue su enseñanza principal? Lo más importante de sus logros, de su gestión , breve pero de una eficacia incontestable, no eran en si sus medidas concretas, dictadas por la razón y la necesidad, sino precisamente el órgano que hacía capaces tales medidas que la realidad había exigido, y sigue exigiendo, desde mucho tiempo atrás. Con La Comuna no se trata de un gobierno que instaura una serie de decretos y leyes benéficos para la población, ni tampoco de la "libre" concurrencia de factores sociales; es el pueblo tomando la iniciativa y dándose a si mismo la respuesta a tantas demandas mucho tiempo ignoradas. La Comuna nace del derrocamiento del estado burgués y su sustitución por el pueblo en armas, imponiendo los trabajadores a continuación una férrea disciplina acompañada de la mayor amplitud democrática alguna vez conocida.

La Comuna no se contentó con ser un movimiento de las bases para la instalación de un gobierno en el manejo del aparato del estado burgués, sino un esfuerzo del trabajo por crear su propio estado, como condición política previa e indispensable para su emancipación social y económica. Un estado que sin embargo es la antítesis más completa de su contraparte burguesa, pues La Comuna es el conjunto todo de los trabajadores que entran en masa a la toma de decisiones, imposible pues que no se traduzca, más que en un simple cambio de administración, en el más profundo trastrocamiento de las relaciones sociales, en la elevación de los trabajadores a la calidad de clase dominante. No era La Comuna un aparato que mediatizará la voluntad popular sino expresión del movimiento vivo de la clase toda. En su momento de mayor desesperación, de mayor urgencia, la lección para la historia y los pueblos, de parte de las y los trabajadores de París puede sintetizarse en una frase de su propio manifiesto público "Tomar los asuntos públicos en sus manos [las del pueblo organizado] y salvar la situación [superar la crisis]".

Hoy que el esfuerzo comunero cumple 145 años el pueblo venezolano ha demostrado la voluntad de sumarse a tan trascendental pelea. El recordar la epopeya parisina, más que por afán erudito o por tradición partidista, constituye un principalísimo deber. En momentos de decadencia y crisis mundial del capitalismo y por lo tanto de avance furioso y desesperado de las fuerzas del capital, el ejemplo de La Comuna es una guía que desde lo profundo del pasado llena de esperanzas el futuro. No se puede, por tanto, permitir que la idea de la Comuna, de la forma política que ha de tener la emancipación del trabajo, sea manoseada vilmente o relegada sin más al olvido. La claridad y la firmeza son las únicas garantías de triunfo en el actual cuadro de confusiones generalizadas, por eso resulta vital tener presente, como ejemplo vivo, como una vivencia profunda, rectora de la vida de nuestro movimiento, la historia de lucha de los pueblos del mundo, de ese gran pueblo del mundo que es la humanidad explotada y ofendida.

Hoy más que nunca, Venezuela barricada de la dignidad.


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Jeison Rondon


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