El Poder Popular: un ejercicio cotidiano de rebeldía

El poder popular implica (y debiera implicar siempre) un ejercicio cotidiano de rebeldía. No podría ser de otra forma, aunque alguien esgrima y suponga que todos los cambios históricos deban producirse bajo un determinado marco legal, paulatina y pacíficamente. Sin embargo, se olvida (quizás por simple ignorancia e inercia, más que por miedo al cambio) que al plantearse la construcción del poder popular -entendiendo que se haga en nombre del socialismo- también se plantea subvertir el orden establecido, imponiéndose en consecuencia nuevas relaciones de poder, lo que afectará la hegemonía de las elites al verse rebasadas, contrastadas y confrontadas por los sectores populares en demanda constante de la soberanía que les corresponde. Esto hará también posible el surgimiento de nuevas prácticas y corrientes de pensamiento, necesarias todas para que se exprese el poder popular en toda su dimensión creadora, transformando radicalmente la realidad y las estructuras imperantes.

Si no se tiene claro que el poder popular tiene que plantársele al poder institucionalizado, constituido u oficial en pie de igualdad, disputándole su espacio hegemónico y creando, al mismo tiempo, sus propios espacios de autogobierno, entonces se estará aun paso de volver las cosas a su estado inicial, sólo que esta vez de un modo remozado y, aparentemente, progresista. Esto podría causar un completo desperdicio de los esfuerzos y las expectativas populares al confiar en el compromiso “revolucionario” de la dirigencia que asuma el poder, pero que -al asumirlo- repite los mismos esquemas de conducta que fueran repudiados y combatidos por el pueblo. Tal cosa serviría, no obstante, para estimular entre las masas una correlación de fuerzas favorables a ellas y a decidirse, finalmente, a la toma definitiva del poder. “Poder popular se relaciona -como lo resume Guillermo M. Caviasca en Poder popular, Estado y Revolución- con la fuerza propia, autónoma, de las clases populares más allá del Estado, de la ideología y de las instituciones de la clase dominante”.

Pese a que el gobierno se asuma como revolucionario, popular y socialista, las organizaciones populares tendrían que eludir ser absorbidas, lo cual disminuiría su dinamismo al verse envueltas en la preservación del nuevo orden, siendo suprimidas finalmente por razones de Estado o al concluirse que ya no son necesarias e imprescindibles, pues todo lo decidirá en su nombre la nueva casta gobernante. Al mismo tiempo, la construcción del poder popular requiere de un proceso continuo de crítica y de autocrítica, de intercambio de conocimientos teóricos y prácticos, de combatividad y solidaridad mutua; todo lo cual servirá para prefigurar la sociedad futura. En este sentido, quienes integren la vanguardia de este poder popular (por méritos propios y confianza de las masas), están obligados a cambiar absolutamente la dicotomía establecida entre gobernantes y gobernados, aunque suene utópico y carente de base, dada la mala costumbre común de dar por sentado que nada cambiará. En este último rango -el ideológico- se libraría la batalla más importante y decisiva de todas en la conquista del poder popular, puesto que los paradigmas vigentes tendrían que ser sustituidos por otros nuevos, aquellos que definan la relación consigo mismo, con la naturaleza y con sus semejantes del hombre nuevo anunciado por el Che Guevara, en una nueva civilización, distinta en todo a la vieja civilización capitalista que nos ubica a todos los seres humanos al borde de la destrucción, dada su voraz demanda de recursos naturales y ganancias. De ahí la necesaria y legítima rebeldía que ha de impregnar -en toda ocasión y sin claudicaciones- al poder popular y la transición hacia el socialismo.-


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Homar Garcés


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