La terraza donde se asienta Mérida es larga, y podemos ir de un extremo a otro, de la Cuesta del Ciego a la Vuelta de Lora, mostrando a cualquier forastero que Mérida es una ciudad de clase media, sin barrios, sin miseria. Pero no, no sólo los tiene en su mero corazón y alrededores, sino que los ha patrocinado en los municipios vecinos, Santos Marquina y Campo Elías. Hablamos ya de la farsa de la ausencia de terrenos urbanizables en la terraza y su entorno inmediato, y la disponibilidad de muchas hectáreas reservadas para futuros centros comerciales y recreacionales, viviendas para ricos y, mientras, dedicadas al engorde. Con este mecanismo de enriquecimiento inconcebible, de acaparamiento de un bien socialmente indispensable, el precio del m2 de tierra llegó a ser escandalosamente elevado, alto costo que presionaron al alza el de las tierras colindantes, de manera que está fuera del alcance de los pobres adquirir tierras para sus viviendas.
En el valle bajo del Chama, zona agrícola, de pequeña propiedad campesina y haciendas, casi hasta los setenta del siglo pasado, comenzó la expansión de la ciudad. Escasas urbanizaciones gubernamentales para pobres, barrios aparecidos en la periferia de estas o en las zonas menos dotadas (más riesgosas) del valle, muchos a partir de los viejos caseríos o bordeando la angosta carretera, siguiendo sus sinuosidades, trepado por los caminos hacia la montaña, aquí y allá, en la medida en que se podía ocupar un trozo de terreno o donde una familia campesina había subdividido su propiedad hasta lo posible. ¿Áreas libres para servicios? ¡Ja! También los escasos establecidos siguieron el modelo de asentamiento prevaleciente, y se instalaron donde alguien “donaba” un terreno. ¿Áreas para el esparcimiento? ¡Ja! La orilla del río y de las quebradas tributarias, un descampado, un espacio sin construir o con dueño ausente. ¿Acueductos, cloacas, electricidad, asfaltado, aceras, brocales, alcantarillas, transporte, aseo. . .? Fueron llegando, fueron llegando. . . de pésima, mala o regular calidad. En toda la zona son frecuentes los damnificados por los embates de una naturaleza herida por la inconsciente expansión de los asentamientos humanos.
Resultado de este proceso: urbanizaciones de pobres y barriadas, con insuficientes servicios, con problemas de toda índole sin resolver, con una alta densidad de población y elevadas tasas de desempleo, refugio de excluidos que sobreviven al margen de la legalidad, abrigo del hampa y del tráfico y consumo de estupefacientes, con altas tasas de todas las modalidades de violencia…
¿Y gobernadores, alcaldes y políticos? Dedicando migajas para resolver problemas urgentes, aplicando a las áreas populares lo que sobraba de una distorsión ideológica del gasto público, como ya lo planteamos en anteriores artículos. Y, eso sí, comprando votos en época de elecciones. . . resultaban baratos: cemento, cinc, cabillas, bloques. . .
Llegó el Comandante y los cambios comenzaron a darse, pero nada que afectara profundamente la esencia de la zona, ni que significara la promoción definitiva de la calidad de vida de sus habitantes. Como en todas las poblaciones excluidas de Venezuela, se implantaron rápidamente las formas de organización popular y la gente se incorporó a las misiones educativas y asistenciales. Pero a pesar de gobernadores “revolucionarios”, conseguir un local para instalar un consultorio de Barrio Adentro o un sillón de odontología, era una odisea; y mucho más, brindar a los médicos cubanos residencias decentes y alimentación de calidad; ni manera que funcionaran regularmente las misiones alimentarias, y los pocos proyectos de vivienda no se construían, se estancaban o resultaban viviendas de pequeña área y mala factura. La cura para los males sociales extremos, la represión, el asesinato selectivo. ¡La misma merma de sus antecesores adecopeyanos!
En los últimos tiempos debemos reconocer algunas medidas importantes, como la construcción y planificación de urbanizaciones con viviendas de mejor calidad y la reducción del tiempo de acceso al centro de la ciudad con la construcción del trolcable.
Con todo y ese abandono, la gente votaba por Chávez, pero no en la proporción requerida para desbalancear la votación reaccionaria de las parroquias urbanas. Por eso se perdió el municipio Libertador, por eso se perdió el estado el 7-O, por eso se volvió a perder el Libertador el 16-D.
De nuevo llegamos al llegadero: ¿Qué esperan los pobres merideños de un alcalde revolucionario? ¿Qué compromisos deben asumir los pretendientes para que resulten escogidos por un pueblo escéptico por el abandono a que ha sido sometido? ¿En la campaña se limitará a un bla bla bla radical, o presentará un programa bien estructurado? ¿Volverá a encorbatarse el alcalde electo y se tornará inaccesible para sus votantes? ¿Preferirá la compañía e intereses de los jerarcas de la Iglesia, las autoridades de la ULA, las camarillas económicas y demás “fuerzas vivas” (nunca un nombre mejor dado, pues la viveza es su principal característica) de la ciudad? ¿Adquirirá nuevos vehículos con vidrios ahumados para que no puedan verle la cara quienes le dieron sus votos? ¿Se sentará a empollar los problemas del pueblo o los solucionará definitivamente? ¿No le parará al Consejo Local de Planificación Pública y se convertirá en un jequecito arbitrario? ¿Le tendrá sin cuidado la Cámara Municipal? ¿Le tendrán terror pánico a los Consejos Comunales y a las Comunas?
Pues a ponerse las pilas pretendientes a candidato, comiencen a usar la mollera, pues la cabeza debe servir para más que para calarse una boina o gorra roja. El esfuerzo para desbancar a la derecha de la alcaldía de la ciudad será enorme, y lo lograremos, pero el alcalde electo debe comprometerse a encaminar al municipio por la senda del socialismo. ¡Ni más, ni menos!
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