La dolorosa devastación de la ciudad de Mérida

Mérida siempre fue una ciudad limpia, habitada por una población de gentes decentes, bienhablada, respetuosa de los prójimos dotados de sanas costumbres. Quizá en las últimas décadas ello haya cambiado, pero en general se conservaron muchas de las tradicionales buenas maneras. Quienes habitan en la urbe desde hace años pueden corroborar lo que estamos estatuyendo como el ser del habitante merideño.

¿Que hizo la ciudad para que desde hace varias semanas le cayera a la Mérida del admirado Don Tulio Febres Cordero y del gran Picón Salas la violenta tragedia que hoy padece?
Cauchos quemados y reducidos a cenizas, rejas de alcantarillas levantadas, hilachas de ropas viejas, inmundos colchones, aceite quemado, cables tirados en el pavimento, alambres variados, clavos , postes del alumbrado público extraídos de sus sitios, árboles cortados o arrancados a la fuerza, desperdicios de todo tipo, trozos de cañerías, papeles sanitarios usados , bolsas de restos de comida, cucarachas y ratones muertos, desechos de toda índole, cercas, trastos viejos, botellas, abundantes trozos de vidrios, ramas, troncos, cartones y toda clase de objetos lanzados en algunas calles y sobre todo en dos de las avenidas más importantes de la ciudad (Las Américas y Los Próceres), todo ello convertido en barricadas (murallas) de inmundicias que despiden olores nauseabundos. ¿Qué hiciste Mérida para recibir esta inmensa tropelía?

Cuando todo esto sea superado, quiera Dios que sea pronto, quedarán las marcas del odio, las frustraciones de la derrota de los violentos y de sus partidarios intelectuales, quedaran restos del sucio en calles, mentes y paredes y por las rendijas de las ventanas habrá entrado no solamente el peligroso polvillo de los cauchos y basuras quemadas sino también la visión de un mundo horrido, indigno de las merideñas y de los merideños civilizados. Cuando se sobreponga la racionalidad propia de la gente dotada de consciencia del bien, de la belleza y de los valores de la existencia, entonces habrá que reconstruir las calles, limpias, con sólidas calzadas, las moradas con paredes de bellos coloridos, con jardines hermosos y donde en lugar de encapuchados que esconden sus feos rostros plétoras de odios y de fracasos, se verán pacíficas y alegres personas que pasean y cumplen sus deberes en un mundo de contento y de esperanzas.

Enviado a través de iturri@ula.ve


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