Del país profundo: Tocando la leyenda de María Rodríguez



Rindo tributo a la Voz de Cumaná, inolvidable María Rodríguez con este texto escrito y publicado en 2012 en su honor.

Muy pronto celebraremos cinco centurias de la discutida fundación de Cumaná ¡Y qué grande es la historia de nuestra ciudad primogénita y que desconocida es para muchos! Fue en esos mismos rastros de tierra originaria, con penachos de río y de mar, donde se labró la infancia y la adolescencia de María Rodríguez. Desde las casas de bahareque que vio construir para habitarlas, hasta los extendidos fundos de pesquería, ella estuvo marcada por una cotidianidad de frondosa raíz de pueblo en su otra Cumaná. Por eso enlazo ahora algunos recuerdos del discurso de incorporación del Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua, Fray Cesáreo de Armellada, el llamado “Padre Indio”, el amigo ( 1978: “Las Lenguas Indígenas Venezolanas y el Castellano”), quien hizo referencia entonces a las Canturías de los indios de Cumaná, para situarse en el texto literario supuestamente más antiguo de esta región de América, la Cumaná “donde existió la primera escuela-granja de la Tierra Firme para los indígenas, verdadero Colegio con la enseñanza del castellano, cultivo de huertos y pesca con chinchorro. Y lo que es más notable y digno de loa, dentro de esta excursión histórica con especial atención a los temas lingüísticos, gracias al dominico Fray Tomás Ortiz como informante y al cronista Anglería como amanuense, tenemos las primeras palabras y las descripciones de las cosas, de la flora y fauna de la serranía y costa de Mochima y los detalles artísticos de las danzas y pantomimas de aquellos indios y hasta un texto literario, un cantar...”.

Es a María Rodríguez, La Voz de Cumaná, la admirable nieta de Tomasa Rodríguez y de Lorenza Ríos, la María de tantas confesiones y de tantos años de amistad, es a ella, a quien hago arte y parte de esta crónica. La quisiera entretener en el abrazo del hijo que no llegó a ser, entregarle las descripciones de Pedro Mártir de Anglería sobre aquellos indígenas que poblaron el mismo espacio en el rincón del mar donde ella nació, y donde aquellos amantes de los juegos de los cantares y la música pasaban hasta ocho días cantando y danzando, comiendo y bebiendo y se ponían en sus cabezas coronas de oro y adornaban sus cuellos y llevaban conchas marinas y plumas de diversos colores y teñían sus cuerpos y daban saltos y se revolvían en círculos yendo y viniendo y se movían mucho en su danza parodiando la pesca y la caza, cantando unas veces despacio y otras levantando la voz y repitiendo en coro, por ejemplo, “Sereno día es, el día está sereno, es sereno el día”, como lo reveló Anglería a comienzos del siglo XVI .

Uno conociendo a esta María con sus cantos, sus guarichas, sus comparsas, que en la región insular son diversiones, uno de tanto oírla, mirarla y admirarla en toda su inventiva celebratoria, de tanto observar sus rasgos y su modo de ser y de andar por las tierras de oriente, uno así la vincula a la fragancia de estos antiguos testimonios que alguna relación guardan, no hay duda, con la pantomima común y la forma de expresarse la gente en las costas de la tierra firme que tiene por capital a Cumaná y más allá, en las islas de Coche, Cubagua y Margarita de este mar Caribe de los orgullosos Guaiqueríes que se relacionaban con Chaimas, Cumanagotos, Kariñas y distintos viajeros europeos. Es el tejido de los sueños, impregnado del mar de la histórica Costa de las Perlas.

Hablando de leyendas
Hablar de María es también tocar la leyenda y la historia de aquella Cumaná de Fray Pedro de Córdoba, el de las leyes de Valladolid, el enviado a evangelizar a los indios “para que con más amor aprendan”, el de la expedición de 400.000 maravedíes que tan bien narra un testigo excepcional, Fray Bartolomé de Las Casas, el de La Historia de Las Indias, quien un mes de julio 1521 llega a media legua del río Cumaná y manda a construir una casa grande. Es aquella Cumaná que entre 1514 y 1515, según se estima, sirvió de encuentro entre misioneros dominicos y misioneros franciscanos, la Nueva Córdoba, ubicada entre la orilla del mar y los lados de la desembocadura del río, costa abajo, circundante a lo que ahora conocemos como sector Plaza Bolívar, El Totumo, El Salao, Puerto Sucre, la misma demarcación de la comarca donde vino al mundo nuestra María Rodríguez, un martes 22 de julio de 1924, día de la festividad de María La Magdalena, discípula de Jesús de Nazaret. De allí su nombre de fe y de bautismo, María Magdalena Rodríguez, como la conocemos, o Mariíta La Sirena, o María La Mariposa, o María La Voz de Cumaná o María La Tremenda o simplemente María la Cumanesa.

Las canciones de María
La conocí un domingo de 1972 en aquel barrio de pescadores donde lo más barato era un kilo de arenque o un kilo de jurel, pero mucho antes, en 1967, por señales de las fotografías de Sebastián Garrido, la vi parada con alguna canción frente a un llamativo micrófono de ornado metal, blusa blanca de encajes tejida en algodón, falda dibujada en ramilletes y el adorno de pulseras, collares, zarcillos y otras prendas combinadas, además de la infaltable flor sobre el lado izquierdo de su cabellera. La foto en blanco y negro fue tomada junto a sus músicos Luis Rodríguez (Güillo) en el cuatro, Atanasio Rodríguez (Chiguao) en el bandolín y “El Negro” Ramírez en la guitarra, todos trajeados de sombrero y liquiliqui blanco. De nuevo los volvería a encontrar aquel domingo de 1972 en el joropazo del patio de Petra Carreño, la titiritera de La Calle del Medio y de La Muerte del Torero, avecindada en el mismo sector de Cumaná. Eduardo Fuentes, “El Pájaro” eterno de María se había agregado al grupo para tocar el tres y el requinto y en las maracas estaría Enrique Rodríguez. Fue espléndido aquel domingo que terminaría en lunes. Bebimos y comimos un sancocho de jurel y ella cantó una vez más Río Manzanares, después de entregarnos otros joropos y la gracia del zumba que zumba y la entonación de una malagueña como El Mariscal y la fulía Canto de Cruz y hasta el bolero La Vida es un Sueño. Ya corría la madrugada del día siguiente.

Fue el comienzo de una amistad, que a la hora de escribir este texto suma ya cuarenta años de aprendizaje para los dos. Casi toda Venezuela la recorrimos juntos, canción tras canción, del Oriente a los Andes y a Guayana, de Caracas y la Costa Central a los Llanos y a la frontera colombiana y más allá, Trinidad, Barbados, Jamaica, Cuba, Portugal, Inglaterra. Ella tenía dos moldes, el propio del canto que inició desde niña para complacer a su pueblo, donde se lucía como solista al lado de bandolines de fama, desde los legendarios Daniel Mayz y Atanasio Rodríguez, hasta los más jóvenes Juan Silva y Remigio Antonio Fuentes y era un sumario de merengues, joropos, estribillos, corridos, valses, pasodobles, aguinaldos, jotas, galerones, polos, gaitas, puntos, polkas y más canciones de canciones con acento oriental y el cincelado sabor a pueblo. Por otra parte están sus dramas, resumidos en comparsas, picardía del que conoce las calles y las costumbres desparramadas en los barrios y las formas de vida de los campesinos y de los pescadores y de los obreros de ciudad, así como el anecdotario infinito de las familias y de los personajes más comunes y de mayor aceptación colectiva. Comparsa Cumaná de pascua y carnaval para la institución donde el escritor Alfredo Armas Alfonzo le da la mano desde la Casa más Alta en Cerro Colorado y se empeñaría en que formara parte del aprendizaje en una universidad que tuvo por lema “Del pueblo venimos y hacia el pueblo vamos”. Coros, bailes de guarichas, creación de vestuarios, cantos y música de calle, algarabía de pueblo, dramatizaciones en las que ella misma asumía el papel de los principales personajes. Eso era la Comparsa Cumaná.

Bordar de amor el canto
Dudo que exista otra María Magdalena Rodríguez nacida aquí y que pueda bordar de tanto amor el canto, mujer del pueblo más humilde, gloria de la canción de un país, donde por cierto, el tema de la patria y de la historia de sus héroes, ella lo convirtió en un permanente pétalo encendido del sentimiento venezolano. ¿Y quienes escribían aquellas canciones? La música siempre estuvo a cargo del talento de sus prestigiosos bandolinistas ya identificados, compositores todos, que hacían con las manos y aquel celebrado instrumento de cuerdas, mucho más de lo que la herencia española nos trajo, porque tomó cuerpo propio la creación originada en el choque de una forma cultural contra otra; allí residía el arte cumanés, desde el uso de las maderas propias del entorno geográfico para la fabricación de cordófonos, hasta el perfil estructurado de la ejecución musical en su versión más significativa. Ellos fueron y siguen siendo unos colosos que calzaron como anillo al dedo en María Rodríguez. La letra de cada canción sigue dando de qué hablar, porque son bien conocidos los ejemplos de poetas populares como Calderón Chacín o Santos Barrios para citar solo a dos de los más importantes autores de versos para María, aquella mujer y amiga de tanta chispa, a quien también encontramos alguna vez interpretando a poetas de gran prestigio literario y que nunca llegó a conocer personalmente, porque la sabiduría popular hizo que la gente le obsequiara numerosas copias de interpretaciones, muchas veces escritas por distintos personajes, desde los mismos que las conducían a sus manos y que deseaban emparentarse a la canción de fama de María, hasta el poema de carácter social que le agradaba al obsequiante, pero que no le pertenecía como elemento de creación, tal es el caso de alguna página sacada del Barco de Piedra de Andrés Eloy Blanco. Más allá de este curioso hecho, debe reconocerse que la propia María en la improvisación del canto le dio vida propia a muchos de los temas que indudablemente son de su autoría y a otros los reajustó de tal forma que terminaron siendo suyos por la fortaleza de su reelaboración.
Un día lejano ya, le pregunté a María, cuál fue la primera canción que interpretó en su vida, cuándo y cómo lo hizo. Resultó sorprendente descubrir que no fue aquella comparsa escrita en verso en la arena, no fue aquella fugada historia de marineros que tanto cantó y bailo, vestida en satén blanco y con una cola de pez minuciosamente cubierta en escamas de róbalo. No fue aquel tema que a los 10 años le dio tanta fama como Mariíta La Sirena.

Yo soy sirena que canto
y en mi canto doy placer
tengo cola de pescado
figura de una mujer...

No fue aquella canción de la sirenita encantadora su primer recital en Cumaná, porque en la historia de vencedores y vencidos que escuchaba en su escuela, voló sobre su cabeza el nombre del Libertador Simón Bolívar, que le acompañaría siempre en el trono de una gaita, como me lo relató un día. “ En el tercer grado nunca fallaba en lo que me mandaban a hacer y un día la maestra llamó a mi abuela Tomasa y le dijo que iban a mostrar un cuadro de Simón Bolívar y yo tenía que recitar unos versos en la plaza para el día 5 de julio y debía ir vestida de blanco y debían ponerme una corona, entonces la señora María Sosa le dio los versos a mi abuela para aprendérmelos, y para que yo memorizara aquella letra mi abuela Tomasa me despertó muy de madrugada, me lavó los pies y me los metió en una ponchera de agua fría y mientras yo sentía temblor me mandaba a concentrarme en los versos para retenerlos y así fue que los aprendí y así fue que los recité en la Plaza Bolívar de Cumaná. No fui más a la escuela porque me quebraron en el tercer grado, pero me quedé con aquellos versos que seguí cantando toda la vida como una gaita y que dicen así:

Libertador a Bolívar
toda la América aclama
y corre su inmensa fama
del uno al otro confín....”

benitoirady@gmail.com

María falleció este 30 de septiembre, en su tierra natal, Cumaná.


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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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