Hoy, todos los flamboyanes floridos para Cumaná

En el primer momento parecía una ciudad hostil. Un inicial choque era con el aroma mineral que salía de los albos montículos de Araya, se salpicaba con las aguas del Golfo, se encaramaba en una solitaria nube cautiva del permanente índigo, y como por arte de magia se distribuía en cuatro porciones, ningún bisoño visitante era indiferente. Para los que venían de más allá de Pie de Cuesta, de los magníficos morichales y de las inmensas praderas esmeraldinas de Monagas, Cumaná parecía una ciudad encerrada. Había una referencia lejana, que los jóvenes, que aún no la conocían, asociaban con la fragancia de las mujeres hermosas mezclada en las esencias que salían de los fardos de pescado salado del mercado principal. Entre otras cosas, por eso Cumaná fue receptiva.

Y se vio la ciudad, todavía no se construía el tercer puente sobre el Manzanares, por lo tanto todo el que quería estudiar en la UDO, tenía que instalarse allá para hacer el Curso Básico, que era, para muchos, una especie de guerra fundamentalista, donde se batallaba a sangre, fuego, chuletas y caletres no solo con matemática, física y química, hasta el afable y bondadoso castellano y literatura se las traía. El que aprobaba subía de ranking enseguida, se iba a los Núcleos y podía apostar a que se graduaba. Estas asperezas las suavizaban la hospitalidad de la gente, los hermosos portales coloniales, la esplendorosa iglesia Santa Inés, y nada menos que San Francisco de ventanas y colores fijados en el subconsciente.

Dos eventos vienen y están sujetos a la memoria: la UDO personalizaba a sus futuros estudiantes, vía telegrama que llegaba a la casa. Y el otro, el legendario charro Antonio Aguilar realizó en Venezuela, su último y soberbio espectáculo ecuestre en el estadium de la Gran Mariscal. Algunos fanáticos del cine mexicano no pudimos ir. Pero hay otras anécdotas; Cerro Colorado colocó un faro y hacia esos destellos se dirigían bachilleres de otras partes del país, había una muy diversa confluencia de giros y tonos lingüísticos, maneras de pensar, gustos por las comidas; y por ser ciudad sísmica todo el mundo pendiente en cada momento, al efecto y tal vez como tranquilizante, en muchas noches, desde el Oceanográfico, vía hondas herzianas se hacían inmensos esfuerzos por explicar los caprichos de la tierra discutiendo con el mar, tarea asignada a físicos japoneses recién llegados, tratando de hacerse entender en un lenguaje mezcla de dos orientes: el del sol naciente y el de Caigüire. Por supuesto nadie entendía. Las hazañas de los próceres civiles de grata recordación, los boxeadores Gómez, hacían que todo cumanés que se respetara tenían que ir a su trabajo con un transistor pegado al oído, cuando los encuentros tenían lugar en la otra parte del mundo. El oro de morochito Rodríguez hizo que toda la gente se acomodara en el aeropuerto de San Luis, lo cual fue aprovechado por el endemoniado sol para hacer de las suyas, sus primeras víctimas los nuevos, ya bautizados, que tenían la cabeza rapada. Al doctor Iván Carlos Malchiodi se le inflamó el cráneo, y parece que le fue muy ventajoso porque le dio un paseo al básico, voló a Ciudad Bolívar y en La Sabanita, sencillamente se lució.

Si Colón volviera y se parara en la Perimetral, primero lloraría y después preguntaría: -¿Quién hizo esto?- -Los políticos, todos los políticos- Sería la estruendosa respuesta. Entonces Don Cristóbal exclamaría: -¡¡Vade retro!!- y desaparecería para siempre.

 

pytriago@hotmail.com

 



Esta nota ha sido leída aproximadamente 844 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter