Dos Motores

 

Una de las cosas que más le complace es salir temprano los sábados, porque recorre la ciudad de una manera descomplicada; va a los mercadillos campesinos donde compra verduras, frutas, hortalizas, café criollo, queso fresco –le encanta el ahumado- y puede conversar directamente con los productores. Tiene sus panaderías favoritas, visita la plaza Sucre (la de las cuatro bolas) la Plaza de Bolívar o la de las Heroínas, donde hay unos interesantes bazares de artesanos, con cosas magníficas y a buen precio; alguno que otro libro que le interese o que no haya ya leído. Su vicio es la lectura. Disfruta cuando ve un grupo de personas en círculo y oye una voz que sale del centro; algún nieto de la legión de Melquíades, de esos que vinieron a Macondo y que después se abrieron por su propia cuenta a nuevos rumbos. Un colombiano, seguramente, volviendo a mostrarle el hielo, vendiéndole tijeras de tres puntas, lavaplatos auto regenerativos, pantuflas para gente con siete dedos en el pié como su tío Gustavo, vermífugos todo uso, a los venezolanos que aún se detienen a creer mitos y cuentos traídos del otro lado del río . Vio que en una enorme fila vendían pescado de todo tipo a precios irrisorios, todo el mundo salía con una buena bolsa de fósforo y calcio; más abajo, la gente entraba y salía de un "Bicentenario" con sendas bolsas grandes de jabón "Ariel", otros llevaban "ABC" (recordó a Joselo cuando hacía aquella propaganda que decía: "¿No es verdad, mi dulce amor / que en esta apartada orilla / ABC es la maravilla / y el que lava mejor?"). No había nadie haciendo cola para entrar, todo el mundo salía con su jabón. Se animó, entró, a los pocos minutos salió con su bolsa de jabón; contento, asombrado; repetía mentalmente "¿64 Bolívares apenas? ¡Hasta veneno será!" Buscó una cafetería donde tomarse un buen café, de máquina, de Gaggia. Entró a la panadería de las chicas que le trataban muy amablemente, allí hacían un pan exquisito. Miró hacia arriba antes de entrar y vio una cola como de unos 40 personas, ante la peluquería de su amiga la capina Jackye. Tomó s rico café grande, un marrón calidad. Salió y cuando iba pasando vio un cartel que decía: "!Hoy, Oferta, por sólo 450 Bs, el corte Allup!". Inmediatamente entró en conflicto de intereses, había dado vueltas por la ciudad buscando un cajero automático para sacar dinero, pero ninguno servía; cosa muy común en la ciudad pese a ser un destino turístico. Lo poco que tenía era para comprar el pescado de la semana santa. Era un gran dilema: si se hacía el corte de moda o compraba el pescado. No tardó en decidirse.

Muchos años atrás –unos 38- cuando vivía en Caracas y trabajaba con el Ministro, los penalistas y era emisario del bufete ante el Capitolio –en tiempos en que estaban haciendo el Metro. Se encontraba a Ramos Allup, siempre rodeado de hombres con paltó, fornidos, altos y co cara de pocos amigos. Tenía ese aire de poder que sólo tienen verdaderamente los "poderosos". Era muy joven, tendría unos 18 años y el político también conservaba cierto aire de juventud, aunque ya era un hombre viejo. Ahora, a sus 62 años, la serpiente se mordía la cola, el tio vivo del tiempo volvía a hacer de las suyas. Como la moda, volvió su época. Era la nueva hora del "patriarca" y se jactaba de que tenía dos motores. Todo era histeria colectiva; los jóvenes y los viejos se hacían tatuajes con el rostro o se trazaban la boca sin labios, hendida entre los dos maxilareses, que identificaban al "libanés". En las playas de oriente a Occidente se vendía una mezcla de especies marinas que los marchantes llamaban "allupengines" en inglés –como le gustaba a él que le hablaran- como se deleitaba oyendo su nombre. Ya nadie se acordaba del llamado "rompe colchón". Se había metido de último en la cola y en menos de cinco minutos miró para atrás y ya habían como cien personas después de él, La gente salía rápido, eran tres peluqueras haciendo su agosto: la capina Jackye, Lucero y Melina (todas sus amigas) que por ser a él le harían el mejor corte. Nunca había esperado en ninguna parte y no había nacido la persona que lo hubiera hecho esperar –era su lema – pues él siempre llevaba un libro qué leer y por eso decía que en ninguna parte esperaba. Se abstraía de todo, no se involucraba en conversaciones de extraños; era un Maestro haciendo cola. Leía con gran interés "la sonata a Kreutze" de León Nicolaievich Tolstoi. Estaba conforme con su decisión. Allup era el político de moda (la joda mas cool y nice) ¡Y pensar que él lo había adversado de pensamiento y de obra!. Había fallecido el "Gigante" (así lo llamaban) y "Ahora", lo "nuevo" era lo mismo viejo y la vanguardia estaba en la retaguardia. El marketing decía: "¡Haz la última cola por el CAMBIO!". Y ahí estaba él, iba a "cambiar de look". Hubo necesidad de volver al pasado porque el futuro asustó; como en el cuento de Alejo Carpentier "viaje a la semilla", la gente salió corriendo en reversa a buscar la semilla.

 

Al llegar a casa, estaban todos sus hijos y unos sobrinos reunidos en la sala. Al verlo entrar, todos gritaron al unísono, sorprendidos:

- ¡Verga, m....., papá se parece a Ramos Allup!

Luego salió su esposa y le preguntó:

-¿Dónde está el pescado, Argimiro?

Él tartamudeó, quiso explicar, pero ella lo atajó, visiblemente contrariada:

- ¡No me jodas, Ramos Allup!

(Esta semana no habrá pescado en casa de Ramos Allup)

 



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