Lecturas de papel: Yo te recuerdo

En mis tiempos cuando vivía en Pedregales, isla de Margarita, pasaba largas horas hablando con mi apreciado amigo, Ángel Valencia. Muchas veces solíamos encontrarnos en la famosa Heladería 4 de mayo, en Porlamar, donde nos sentábamos a charlar mientras esperábamos el transporte para irnos a la casa. O llegábamos a Juan Griego y de allí nos íbamos caminando mientras alargábamos nuestras reflexiones.

Una de ellas me quedó grabada en la memoria y en varias ocasiones, intenté escribirla. Estaba vinculada con los ancestrales cantos de los decimistas margariteños. Ese canto que es parte de la esencia de la vida insular.

La reflexión trajo nombres de conocidos maestros del canto, como Chelías Villarroel y Francisco Mata, entre un universo de excelentes voces y compositores. Estuvimos de acuerdo en sus míticos orígenes, y entonces surgieron los dioses a quienes gustaba que los antiguos aedas les contaran las historias de los humanos.

El más famoso de ellos en la Hélade fue Melesígenes, apodado Homero (el cegato) quien iba de pueblo en pueblo recitando las historias de dioses y héroes. A través de ellas los pobladores iban conociendo de historia, geografía, ética y moral, además de cálculo y artesanía, entre un universo de saberes y también sabores que era la afirmación de una inmensa cultura.

Esos antiguos aedas, poetas de la eternidad de los tiempos fueron después, con el laúd entre las manos, los amados trovadores en los siglos XI, XII y XIII. En las cortes de castillos y palacios donde solían entretener a monarcas y cortesanas.

Así también, en la baja Edad Media, llamados juglares, se acompañaron con otros instrumentos musicales y agregaron a sus actuaciones, el mimo y los cuentos orales como manera oportuna para alegrar la vida de los nobles y sobre todo, del populacho.

La historia de estos seres especiales viene siempre acompañada por la complejidad vocálica. Es en el uso de ese instrumento, la voz, donde reside siempre el misterio de esos seres especiales, aedas, trovadores, juglares y en los tiempos modernos, baladistas (ballad). Término incorporado a partir de unas composiciones del maestro Chopin en la Europa de reyes, príncipes y demás nobles.

La voz ha sido el hilo de Ariadna que es y seguirá siendo la marca de presentación de esos seres especiales. Esos cantores cuyo registro vocálico conforma un misterio que fascina a la vez que, en quienes la poseen, resulta desquiciante y enloquecedor.

Toda esta argumentación fue ampliada con ejemplos de decimistas y cantautores, entre los cuales surgió el nombre de Juan Gabriel. -¿Y por qué lo mencionas? Le interrogué. –Porque, a riesgo de parecer ridículo, él, como otros tantos, es un ángel caído.

Desde entonces, y a más de 15 años de aquella conversación que nos llevó bien entrada la noche y madrugada, todavía esas palabras me resultan extrañas, misteriosas y asombrosamente ciertas.

Ángel murió sin aclararme su afirmación. Pero después de tantos años y de indagar con mis maestros, amigos y auscultar alguna que otra literatura, encuentro en su ejemplo con el recién fallecido artista, cierta verdad que me confirma la existencia de seres humanos cuyos registros de voces, en el canto, son algo fuera de toda comprensión lógica.

Escuchar una pieza musical como Yo te recuerdo, en la voz de Juan Gabriel ( https://youtu.be/nuRrq7T5fAQ ) es encontrar eso denominado vibratio en unos registros que no se encuentran en el común de los cantantes. Además, la capacidad para escribir poemas, a más de arreglos musicales, le colocan en línea directa con los antiguos aedas, trovadores, juglares y demás poetas de la antigüedad.

En Yo te recuerdo, más que escuchar la exquisita voz de un alma enamorada y atormentada, asistimos a la actuación de quien se ejercita en un juego donde la vibración de la voz atrapa y seduce. Ese mismo vibratio se aprecia en otros cantautores, como Jacques Brel y su Ne me quitte pas ( https://youtu.be/q_bq5mStroM ) o Dans le Port d’Amsterdam ( https://youtu.be/n2kkr0e_dTQ ) quien continúa, por cierto, la tradición de los juglares y trovadores, como George Brassens.

Singular fue la vida del llamado Divo de Juárez. Aunque preferiría llamarle "anti divo" por la serie de actitudes que en vida asumió, como por ejemplo, el haberse trajeado de charro mexicano, usando un simbólico atuendo de color rosado. Así como en su constante manera tan sencilla, directa y delicada como atendía a quienes estaban cerca de él.

Y esta es una característica de estos seres que, muchas veces sin saberlo, vienen a la vida, a este plano terrenal (-uso parte de las reflexiones de mi entrañable amigo) para decirnos con sus actos, en su desgarradura de voz lanzada a los cuatro vientos, la inmensa sensación de abandono, de tristeza y desolación de esto conocido como humanidad.

Esa voz que vibra en esa canción, ese ejercicio de vocalización desgarra, marca el alma de quien la escucha. Es la misma vibración que se aprecia, también en Josh Groban y su interpretación Per te ( https://youtu.be/9aAUtMuVyDw ) o en la inigualable voz de Lara Fabian, en Adagio ( https://youtu.be/NAWQxlq-9-Q )

De cierto podríamos nombrar muchos otros cantantes, quienes, como Juan Gabriel, poseen un registro de voz que los acerca en su manera singular de interpretar cantos, como Edith Piaf, Salif Keita, Eleftheria Arvanitaki, Maya Avraham, Grigory Leps, Dulce Pontes, Patti Smith.

Celebro el haber conocido a mi entrañable amigo Ángel y saber que existen voces que en sus registros vocálicos anida un misterio, una antigua magia que los acerca a esa presencia que solo algunos aedas, trovadores, juglares, decimistas, baladistas poseen, como talismán que deslumbra y estremece.

(*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis IG @camilodeasis1



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Juan Guerrero


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