Medicalización femenina, industria farmacéutica y dominación patriarcal: el debate olvidado por el Petro-Estado venezolano

En esta propuesta de abordaje reflexivo, planteo más preguntas que respuestas concretas, en torno a la situación del feminismo en el contexto venezolano actual (nada menos que los primeros quince años del siglo XXI). Nuestro planteamiento es el siguiente: tomando en cuenta la “normalidad” impuesta a la sociedad venezolana durante el siglo XX, especialmente en términos de relaciones de género y de disciplinarización del orden familiar (en las cuales las novelas televisadas de las nueve de la noche tuvieron su importante cuota de participación) ¿qué sucede en un contexto donde los espacios destinados a la participación política cada vez de manera más notable son desplazados por un mercado dirigido al consumidor, por un espacio que está diseñado para ser asimilado como “apolítico”? ¿Qué sucede cuando la institución del saber clínico en conjunción con la institución del mercado farmacéutico sedimenta las bases de la segregación a las mujeres, invalidándolas como interlocutoras de los procesos políticos?

Como punto de partida me gustaría dejar asentadas dos premisas que orientan en buena medida mi lectura de la cuestión:

  1. Cuando hablo de feminismo, o de transfeminismo, quiero hacer referencia a una corriente de pensamiento que reconoce la existencia histórica del patriarcado y su estrecha relación con el surgimiento de la sociedad capitalista, esto es: la explicación de un origen común que encuentra en las bases del derecho patriarcal a la propiedad y la herencia la génesis de todo el aparato de dominación y represión que motivan la lucha de clases. En este sentido, este feminismo del que hablo, no arguye que el sujeto de su lucha sea, restringidamente, “la mujer”: al contrario, desconoce el sistema binario de género, invocando a Simone de Beauvoir, la irreductible hereje responsable de señalar la distinción entre sexo genital y género cultural. Se trata en definitiva de una posición que busca desprestigiar aquel feminismo que siempre gustó de pactar con la derecha, con los proyectos colonizadores-modernizadores, contra las mujeres normalizadas que creyeron en un sistema de disciplinarización, las feministas blancas, burguesas, que repitieron como suyo el eco que difundía el señalamiento del fin de la historia de la lucha feminista en la “conquista” del voto femenino, que en mi opinión no fue más que la migaja que el sistema democrático-liberal de representación política tenía guardado en el bolsillo de la solapa para arrojar en el momento preciso, justo cuando con ese gesto lograra consolidar lo que hasta hoy día no es más que la atomización de las fuerzas que debieran permanecer unidas en pro de la lucha antisistémica contra cualquier lógica del poder.

  1. Por otro lado, cuando me refiero al contexto venezolano actual, quiero atar varios elementos que son bastante complejos: por una parte, una perspectiva sociológica que procure visibilizar las continuidades del Petro-Estado Venezolano (Coronil, 2013) tendiendo un puente comprensivo que lea sin puntos y aparte la historia de su relación (del Estado) con la extracción de petróleo y la generación de su renta, desde tiempos de Gómez, pasando por los ensayos democráticos (Gallegos), los repuntes dictatoriales (Pérez Jiménez), las tradiciones adecas (Betancourt) y el pacto puntofijista (Caldera) hasta llegar a los tiempos de la Revolución Bolivariana (Chávez): todas ellas, propuestas de gestión política que encontraron en el Petróleo la fuerza de un mito que garantizaría el “desarrollo” y el “progreso” de la Nación. Por distantes que quieran auto-enunciarse estas, en sustancia, conciben el mismo modelo de Estado colonial en control y posesión de la Naturaleza, desplazando culturas de sus territorios en favor de la consolidación de un proyecto económico que no es otro que el del capitalismo. Incomode a quien incomode, nuestro petróleo inyecta los misiles que hacen posible la masacre de los pueblos a quienes enviamos abrigo y alimento en gesto de solidaridad entre pueblos. Si el de Estados Unidos es un negocio de armas y guerra, el nuestro no deja de ser el negocio de la energía que motoriza sus etnocidas intenciones.

En este orden de ideas, quiero plantear, invocando a Gramsci y a tantos otros autores, que el proyecto modernizante que importaran los tan señalados gringos cuando inocularon la cultura del petróleo (Quintero) a través de las empresas petroleras, ha alcanzado hegemonía cultural entre lxs venezolanxs. Esto significa, que el sentido común legitima y promueve un estilo de vida y unos hábitos de consumo estrechamente ligados a los de la sociedad norteamericana (Salas, 2014), internalizados por la mayoría de lxs venezolanos. Un sustento que desambigua esta generalización, son los resultados de los últimos comicios electorales efectuados durante 2014: la totalidad de los votantes, indistintamente del candidato de su elección, escogieron exactamente el mismo modelo estatal-capitalista que proponía profundizar los niveles de dependencia de la administración pública con respecto al ingreso percibido por la renta petrolera, lo que significa a su vez incrementar la extracción, la explotación de Naturaleza, para abastecer el mercado energético mundial.

Una vez hecho este preámbulo, entremos en materia:

La investigadora Mariana Libertad Suarez (Celarg, Venezuela) ha dedicado numerosos textos a la elaboración de una genealogía que permita comprender los procesos históricos dados en la configuración de una “identidad femenina” en el contexto nacional, especialmente en el transcurso del siglo XX. Haciendo un recuento de la situación de las mujeres en la escena pública-política, la autora explica de qué manera los debates que tuvieron espacio en los medios de comunicación durante la década de los treinta, a propósito de la promulgación del voto igualitario, tanto aquellos que se proclamaban a favor como en contra, tuvieron en común una postura machista, sexista y patriarcal que concebía a la mujer como un ser socialmente inferior, destinadas por designio biológico y religioso a las labores del hogar, a la crianza de lxs hijxs, a la sumisión de orden patriarcal en prácticamente todos los aspectos de la vida tanto pública como doméstica. Se produjo un discurso político cuya voz de enunciación era masculina y heterosexual, que visibilizaba a las mujeres como personas desinformadas y apáticas no sólo por condición natural sino, además (para colmo, diría) por vocación de su propia cultura llamada a la frivolidad.

La aparición de las mujeres en la escena pública-política nacional vendrá determinada en buena medida por su “rol” auto-asumido, determinado biosocialmente, de “madres”, “esposas insignes”, “cuidadoras del hogar” etc. Muchas de las reivindicaciones civiles alcanzadas, incluida la del derecho al sufragio, no significaron una verdadera revolución feminista de la condición de opresión patriarcal, por el contrario, muchas veces implicaron una profundización de estos esquemas.

Nos urge prestar atención a la continuidad que existe entre la normalización de la restringida participación de la mujer en el ámbito público y político, sumado a su constante infantilización y descrédito, en combinación con el desplazamiento de los asuntos comunitarios-políticos que dan lugar a prácticas egoístas-consumistas, esto es: la imposición del mercado y su reificación o sobrecosificación, consecuencia en parte de su asombrosa capacidad para permear en los asuntos más próximos a la intimidad individual pasando completamente desapercibido, “gracias” al papel de la industria publicitaria y de marcas como ideología del sistema capitalista. Diversos autores (Foucault, Hardt y Negri) proponen el concepto de biopolítica para explicar de qué manera el sistema consigue que sean los mismos sujetos quienes desde su propia corporalidad internalicen su situación con respecto al mercado de manera que ésta dependencia sea percibida como natural, incluso que sea deseada. Atando cabos, conectando teorías, creo que sería posible y quizá hasta pertinente sugerir que, en el caso venezolano, el conservadurismo hetero-patriarcal en conjunción con una cultura del petróleo (la irrupción totalitaria de las mercancías, la elevada circulación de capital producto de la renta, la mistificación del ideal de progreso mezclado con un racismo endógeno que idealizó en la figura del extranjero la encarnación de la modernidad, a su vez posicionada como una máxima, un mandato, una misión) ha generado la percepción colectiva de una “identidad femenina” asociada a lo frívolo, a lo vanidoso, insistendo en mostrar a una mujer esforzada por cumplir su misión de madre; todos estos elementos, prescripciones que el capitalismo/patriarcado receta a las biomujeres como mandato de género, en Venezuela, las ha interpelado también desde su condición de objetos del saber médico moderno, ilustrado y occidental, construyendo el discurso que naturaliza su patologización (de las mujeres) y medicalización; son estas dos últimas cuestiones las que, como explica Mariana Libertad Suarez, resultaron fundamentales desde un comienzo para enquistar una cultura de dependencia por parte de la mujer al modelo civilizatorio de modernidad ilustrada,

en la Venezuela de los treinta, una de las plataformas empleadas con mayor eficacia para la contención del nacimiento del sujeto político femenino fue el saber médico. En principio, los laboratorios y la publicidad se dedicaron a reafirmar en los medios impresos la identidad enferma de la mujer venezolana. En medios de comunicación tan importantes como la revista Elite o los diarios Ahora y El Universal, se hizo frecuente la representación de mujeres que demandaban sanación y, para conquistarla, debían consumir los productos diseñados por los varones ilustrados. Quizás una de las estrategias a destacar en este sentido es el tono argumentativo que acompañaba la publicidad de los productos sanadores. Se trataba de enunciados que intentaban persuadir a la mujer de comprar e ingerir hemostáticos, pastillas para el dolor de cabeza, tranquilizantes o vitaminas, con la finalidad de “civilizar” su cuerpo y sus acciones. (…) A este residuo decimonónico se suman otros tantos como la presentación del período menstrual en calidad de enfermedad. En la década de los treinta comenzaron a promocionar analgésicos como las famosas píldoras del Dr. Williams, que prometían proteger a “las verdaderas mártires” que “sufrían en silencio”, al tiempo que se pudieron leer en prensa anuncios de médicos especialistas en “Menstruación, partos y [otros] males femeninos” ”1

En la cita anterior, podemos leer entre líneas un concepto que resulta fundamental para nuestro estudio: la medicalización femenina. En palabras de la documentalista en salud, Margarita Lopez Carrillo (Catalunya) la medicalización consiste en la excesiva aplicación de medicamentos, es decir, la intervención farmacológica innecesaria en los cuerpos, administrando un tratamiento sobre procesos vitales (como el embarazo y el parto, la menstruación y la menopausia, etc.) que dejan de ser percibidos como naturales, y pasan a tratarse como problemas médicos en sí mismos, esto es: la patologización de fenómenos biológicos con el fin de legitimar la intromisión del “saber clínico” en los ciclos naturales de la vida, interviniéndolos y manipulándolos. Continúa explicando Lopez Carrillo,

Un ejemplo claro de esta manera de medicalizar es el de la Terapia Hormonal Sustitutiva para la Menopausia. Esta terapia consiste en incorporar estrógenos a las mujeres para que no dejen de menstruar. En los años sesenta salió un libro en EEUU que se llamaba “Femeninas para siempre” en él se echaban las bases de lo que podríamos llamar la patologización de la menopausia (Rueda 2004). Se decía que a partir de la desaparición de la regla, la salud de las mujeres se precipitaba hacia una abismo (se le partían los huesos, se les paraba el corazón, se les cuarteaba la piel, perdían el deseo sexual, se les secaba la vagina…). Además, sutilmente, se relacionaba la feminidad con la menstruación. Este libro fue el antecedente que lo que ahora se llama “disease mongering”, promoción de la enfermedad, una estrategia de la industria que consiste en crear el problema para poder vender el fármaco y que en la actualidad es una práctica muy extendida. (…)

Otro ejemplo paradigmático es la nueva campaña para relanzar los anticonceptivos hormonales. De los AC hormonales hay suficiente evidencia de los problemas cardiovasculares y de cáncer que pueden provocar. (…) Para apoyar su uso se ha utilizado la argumentación de que la regla no sirve para nada. Acompañando a esta campaña se ha lanzado otra, complementaria de aquella, para promover el uso de AC hormonales no sólo como anticonceptivos sino también para mantener la salud. Es interesante porque subliminalmente se está diciendo algo muy importante: que las mujeres son imperfectas, es decir que tienen cosas, como la menstruación, que son un error de la naturaleza y, además, que necesitan aportes externos para mantener la salud.”2

Hoy día, (abril 2015), en Venezuela, están en vigencia varias publicidades y propagandas tanto en medios impresos como en radio y televisión que ofertan y por tanto promueven el uso y consumo de medicamentos especialmente dirigidos a la población femenina. Enumeraremos algunos: Femmex Plus, vendido como analgésico para tratar particularmente “los dolores menstruales”, y que no es otra cosa que Ibuprofeno común y corriente. Calcibon D, un comprimido que contiene calcio y zinc, producidos de forma natural por el metabolismo humano, y que es indicado para prevenir la aparición de osteoporosis; no requiere récipe y prácticamente es sugerido como una especie de suplemento alimenticio. Varias marcas de AC hormonales, algunas de ellas pertenecientes a la misma casa o laboratorio, que recrean el imaginario de la mujer “con control de su tiempo”, con “capacidad para planificar sobre su vida”, incluso, empoderada de su sexualidad, todo ello “con el favor” del uso de la píldora, luego, por una cuestión lógica, se asume que sin ese dispositivo o aplicación que es exterior a ella, y que justamente viene dado por la ciencia de laboratorio clínico, que es sinónimo de modernidad y evolución, de masculinidad hetero-hegemónica; la mujer queda en una posición de inválida, en situación “pre-moderna”, salvaje e incivilizada. Desautorizada en su propia condición femenina. Señalo esto e inmediatamente me adelanto a la respuesta del lector: me acusará de paranoica y de retrógrada, de desestimar los “avances de la ciencia”. Yo insisto: el saber científico está al servicio de los intereses de las grandes corporaciones, y por tanto, los intereses del capital transnacional. No de la salud de las personas. Pero eso se puede revertir, si se re-politiza el asunto. López Carrillo, en este artículo que ya he citado, explica que la medicalización se sustenta en cuatro pilares fundamentales. (1) en primer lugar se encuentra la llamada “evidencia científica”, la cual queda en entredicho debido a que

-Está financiada en su mayor parte por la industria

-Hay conflictos de intereses de los investigadores (pagados por el laboratorio)

-No hay obligación de publicar los estudios que dan datos negativos

-Se hacen ensayos cortos para prescripciones largas, es decir, se extrapolan los resultados.”

(2) luego, tendríamos el papel de la industria, que ya hemos caracterizado pero sobre el cual López Carrillo añade un elemento importante: la conveniente confusión e indistinción de los conceptos de salud y belleza, lo que nos convierte a las mujeres en un negocio redondo para la industria química de la farmacéutica y la cosmética. (3) otro de los pilares lo constituyen lxs profesionales de la salud, quienes han sido formados para reproducir la lógica de la patologización y quienes además ocupan en la sociedad un lugar que la autora ha nombrado como de “omnipotencia aprendida”, lo que les impide reconocer los límites de estos conocimientos, ya no asimilados como productos humanos, sino vistos como transhumanos: queda claro que con la ciencia, en la actualidad, ocurre exactamente el mismo fenómeno oscurantista otrora perpetuado por la iglesia durante la Edad Media. (4) finalmente, el último eslabón de la cadena la constituyen los mismos pacientes, habituados a una receptividad y una pasividad del diagnóstico, pero además, y es aquí donde más simpatizo con lo argumentado por López Carrillo, el elemento crucial de todo esto lo constituye la cada vez más extendida sociedad de consumo. El acto de consumir ha sido reificado, y no está deslindado del acto rutinario de atender a consulta médica. Finalmente, los medicamentos recetados por el especialista, son suministrados por el mercado. No importa si son subsidiados por algún programa social asistencialista, la tercerización del gasto no lo elimina: el intercambio sigue siendo de medicina por dinero, la empresa/laboratorio se lucra de su consumo.

Luego de esbozar el panorama del asunto, lo que me interesa es dejar en claro que existen alternativas al mercado de consumo médico/farmacéutico que perpetua la medicalización y patologización del cuerpo de las mujeres (y la población en general), insistiendo en su carácter biopolítico y su conjura perpetuadora de la dominación. Parte de la hegemonía de la cultura occidental consiste en evidenciarse a sí misma como “moderna”, como última, más evolucionada, el punto de llegada en un esquema temporal lineal y siempre progresivo; desde una postura decolonial, contrahegemónica y crítica al modelo de desarrollo impuesto por el capitalismo, denunciamos (y aquí necesariamente me apodero de la conjugación en plural, ese nosotros que termina por acercarnos y des-extrañarnos del otro) que es posible prescindir del sistema clínico, de la ciencia médica, y de los profesionales de la salud; que es una tarea impostergable empoderarnos de una ética del cuidado del cuerpo, asumiéndonos humanxs integrales, revelándonos ante la lógica segmentaria de la profesionalización y la hiper-especialización. Los pobladores originales de Abya Yala, el nombre precolombino para el continente conocido por occidente como “América”, conocieron los usos medicinales de las plantas, conocimiento que más tarde fue patentado y privatizado por las mismas industrias farmacéuticas que hoy nos venden lo que nos robaron. Nuestras abuelas conocen bastante bien las propiedades de la canela, la manzanilla, el anís, el atroveran y el atamel (todas ellas plantas que crecen, dadivosas, hasta en una maceta en el más pequeño de los alfeizares); es una terca ceguera epistémica resistirse a comprender que el componente activo del Atamel (marca registrada) es extraído de una planta del mismo nombre (que le da nombre, de hecho), y que por lo tanto es incluso más legítimo acceder directamente a ésta, sin necesidad de comprar el blíster en Farmatodo. Si no me cree, lea la parte de atrás de las cajas de los medicamentos, agarre su lupa y revise las letras pequeñas: el componente activo de la Buscapina es el mismo del Atroveran, al primero le cambiaron el nombre, al segundo le dejaron el de la planta de la cual se extrae su sustancia: ambas tienen el mismo efecto sobre el cuerpo, solo que la planta no conlleva efectos secundarios que alteren el funcionamiento del hígado o los riñones.

Inventemos una nueva forma de educación libertaria que otorgue a lxs individuxs las herramientas que da el conocimiento, ese conocimiento que es colectivo, liberado de la atadura que supone la privatización y la mercantilización de sus productos. Una educación que permita a los sujetos empoderarse de una cultura dinámica y con raíces en la tradición, y no adquirible a través del mercado, es decir, a través del consumo. Opino que la piedra de tranca que finalmente detendría la mecánica de la cultura hegemónica, radica en la conquista del sentido común, dejando en evidencia la voluntad creativa y productiva inherente al ser humano, su cualidad de ser político, de ser cultor, y también sanador, no sólo paciente, responsable de la ética del cuidado-de-sí y del cuidado de los otros: esto es, el amor y la solidaridad como prácticas políticas. Lo político permanece secuestrado por el estamento profesional, por el partido: el desafío contrahegemónico necesariamente tiene que pasar por asumirnos y reconocernos integrales, por vivenciar las dimensiones de lo humano como entretejidas por la misma trama de lo humano-productivo y no determinados por el metabolismo capitalista que promueve la fetichización y el consumismo, y legitima la propiedad como un asunto individual, egoísta, pasivo, contrario a la idea de la producción colectiva de lo común, la posibilidad de la actividad creativa con finalidad y sentido comunitario.

Una crítica sesuda a la enajenación que produce el proyecto civilizatorio, representado concretamente en la ciudad como centro ordenador de la vida humana y sus dinámicas sociales hetero-patriarcales debiera ser siempre la base de nuestra búsqueda por generar alternativas al sistema de consumo, alternativas autosustentables que logren generar conciencia sobre la capacidad productiva inherente al ser humano y que permitan a los sujetos empoderarse verdaderamente de su soberanía, de su voluntad política, esto es: su capacidad para decidir e incidir directamente sobre los asuntos que le afectan, a sí mismo y a su comunidad, haciéndose consiente de que la lucha transfeminista y antipatriarcal es también la lucha de los hombres oprimidos, que son la mayoría de ellos. Que es también la lucha de lxs transexuales y lxs transgénero. Tenemos que ser capaces de abordar los asuntos que interpelan nuestras necesidades más urgentes, como el acceso al agua o la producción de alimentos, sin depender de los caprichos del mercado, de los intereses en disputa de los poderosos, sean estos encarnados en los Estados o en las grandes empresas Transnacionales.

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1 (Suarez, M. Ser mujer en Venezuela: participación e identidad femenina durante el siglo XX. En: Bracamonte, L. El siglo XX venezolano: análisis y proyección histórica de una centuria. Fundación Celarg, Caracas. 2014)

2 Artículo disponible es: http://www.caps.cat/images/stories/Medicalizacion_de_la_vida_y_la_salud_Xarxa_de_salut_Margarita_Lopez_Carrillo.pdf

mariana.mmrb@gmail.com



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