Pero este no es el único ejemplo de inserción de talentos de todo el mundo en el engranaje científico y tecnológico en la primera economía del mundo. Más del 20% del total de argentinos radicados en Norteamérica son profesionales de alta calificación, según los records oficiales de los Servicios de Inmigración y Naturalización (INS).
Poco se debate hoy en organismos y foros internacionales --y en comparación con las agudas polémicas políticas, económicas o comerciales de pasadas décadas--, sobre el progresivo éxodo intelectual del Sur al Norte, y mucho menos en términos de su controvertido trasfondo científico, tecnológico, económico y cultural en las sociedades emisoras de emigrantes.
Sucede que en Estados Unidos, Canadá y en la culta Europa, al igual que en Australia y Japón, las actuales políticas migratorias se corresponden cada vez más con una llamada estrategia corporativa dirigida a bloquear la asimilación de fuerza laboral no calificada y enfilada, en cambio, a “la caza", el desarrollo y el control de talentos importados, mayormente sin retorno.
Para justificar esta situación, los receptores de materia gris advierten que las remesas enviadas desde el Norte salvan la economía doméstica y las califican como elemento de interés por encima de los valores concretos de la asistencia internacional y como paliativos a crisis específicas.
Hay que destacar que entre 1960 y 2000 Estados Unidos, conjuntamente con Canadá, aceptaron más de millón y medio de inmigrantes profesionales y técnicos de países del llamado Tercer Mundo; y el criterio progresivamente selectivo en cuanto a los perfiles de calificación se tornó la propiedad más característica en las prácticas migratorias del Primer Mundo en los años 90.
Ese proceso, genéricamente, se ha definido como fuga de cerebros, a partir del argumento que la salida de científicos e intelectuales para ejercer su profesión en el exterior, está motivada por el interés de lograr “mejores condiciones de vida o de salario". Esa corriente se inició en los años 50, cuando la sociedad británica encaró por primera vez el denominado brain drain, éxodo de una parte de sus médicos que se establecieron sucesivamente en Estados Unidos.
Si a partir de ese entonces realizamos un recorrido semántico en torno al tema de la migración internacional de inteligencias, se hará evidente la sucesión de enfoques: "emigración de élites", "élites internacionalizadas", "éxodo intelectual" o "de competencias", "diáspora de científicos" y "talentos emigrados", entre otras.
"Transferencia tecnológica" o "intercambio transnacional de conocimientos" son otros giros eufemísticos junto a "intercambio de cerebros", referido a un hipotético o al menos asimétrico flujo de conocimientos en dos direcciones, entre un país emisor y un país receptor. También reflejo de una doble moral en el tratamiento del tema, la expresión "ganancia de cerebros" dulcifica el flujo neto de conocimientos desplazado en una sola dirección.
En definitiva, cualquiera que sea el término o disfraz que se utilice para enmascarar el robo de inteligencias, siempre emergerá su verdadera esencia: un factor más de empobrecimiento de las naciones subdesarrolladas y de enriquecimiento profesional para los países receptores. Hoy, el 23 por ciento de los doctores en ciencias (¿norteamericanos?), nacieron y se formaron fuera de las fronteras de ese país.
Y ese continuo saqueo de cerebros en las naciones del Sur desarticula y debilita los programas de formación de capital humano, un recurso necesario para salir a flote del subdesarrollo. Ya no se trata sólo de las transferencias de capitales, sino de la importación de materia gris, cortando de raíz la inteligencia y el futuro de los pueblos.
En realidad el abismo cada vez más profundo entre el Norte industrializado y el Sur empobrecido –unido a la política neoliberal de algunos países--, han dado lugar a que el llamado Primer Mundo no pierda tiempo para acrecentar esas diferencias con una propuesta desleal: proponer lucrativas remuneraciones a científicos e investigadores egresados de las naciones subdesarrolladas, ahorrándose el capital invertido en ese entrenamiento, o robándolo a las naciones más pobres.
En Alemania, por ejemplo, un 38% de los profesionales con categoría de doctores son de origen indio, mientras que en Estados Unidos un 12% de los científicos provienen del centro y sur del continente americano.
El ejemplo cubano
Cuba ha sufrido muy de cerca esta política despiadada e inhumana. En 1961 sólo existía en el país una Facultad de Ciencias Médicas y de 200 profesionales, emigraron ilusionados por el sueño americano 187 médicos. Según un informe gubernamental que evaluó los daños del bloqueo hasta 1998 el robo de cerebros y la incitación a la emigración ilegal y la deserción de profesionales, computó (en materia de educación de la población emigrada) 2 206.7 millones de dólares. Durante la pasada década cuando, tras un continuo acecho y utilizando leyes migratorias exclusivas --a partir de la enmienda Torricelli--, se recrudeció el robo de cerebros cuando clínicas de la Florida y de otros estados de la Unión se llevaron a más de 30 especialistas en Cirugía Cardiovascular de la Isla, antídoto para salvar cerca de 5 000 vidas cada año.
Actualmente, el Estado revolucionario de la Isla emprende un programa educacional de altos quilates en todos los niveles de aprendizaje. En el caso del nivel superior y, en especial, en carreras universitarias como Medicina no sólo se forman especialistas y técnicos de alto valor académico en muchas y nuevas esferas del desarrollo científico, sino que también se forman y entrenan talentos de otros países.
Las becas que Cuba otorga gratuitamente a jóvenes de cualquier parte del mundo provenientes de familias sin recursos económicos, están destinadas a la formación de profesionales de alto nivel académico para el llamado Tercer Mundo, a partir del compromiso de éstos que, tras concluir sus estudios, regresar a sus lugares de origen para revertir allí los conocimientos adquiridos en la Isla.
Sin lugar a dudas una Medicina altruista enfrentada a la del robo despiadado de la inteligencia.