La memoria de personajes ilustres se va perdiendo en el tiempo y son pocas las personas que recuerdan la vida y obra de estos hombres y mujeres, que aportaron y apostaron por este país. Solo va quedando en el recuerdo de la masa, su nombre en alguna calle o avenida para la posteridad, como es el caso del ilustre escritor y político venezolano Rufino Blanco Fombona, quien acumulo meritos como para que propusieran su nombre para el premio nobel de literatura por allá en 1928. Hoy descansa en el panteón nacional.
De él son los párrafos a continuación, refiriéndose al Presidente Cipriano Castro, su nacionalismo y su relación con los imperios de entonces:
“Es patriota, repito, pero no hace bien al país, no por falta de deseo sino porque no sabe cómo. Su voluntad es formidable, Presidente, somete a las empresas extranjeras más ricas, audaces y apoyadas por sus respectivos gobiernos, ya europeos, ya yanquilandeses: cable francés, ferrocarril alemán, reclamista italiano, especuladores británicos, reclameros yanquis. A todos somete. Pelea también con las Potencias: el Cónsul de Francia se suicida; al Ministro de este mismo país, Taigny, que sube a bordo de un barco contra la autoridad del policía que lo custodia, no lo deja bajar y lo obliga a seguir viaje para Europa, sin equipaje y sin dinero. A menudo tiene razón; pocas veces sabe tenerla.
Al Ministro de los Estados Unidos, un tal Loomis, lo echa de Caracas como a un criado infiel. No cede casi nunca ni a las alarmas de su mujer, ni a las insinuaciones de timoratos amigos, ni a las amenazas de gobiernos extranjeros. Cuando Inglaterra, Alemania e Italia, apandilladas trajeron la guerra a Venezuela porque no se les pagaba lo que injustamente pedían, Castro se las tuvo tiesas, devolvió injuria por injuria, golpe por golpe, y se mostro más valiente, más dignó, más grande que aquella cuadrilla de potencias bandoleras. Lo malo fue que dio oídos a Bowen, Ministro de los Estados Unidos: Bowen llamó a todas las potencias, so pretexto de arreglo amistoso y puso a los Estados Unidos a la cabeza de los reclamadores injustos. Los Estados Unidos reclamaron en aquella ocasión a Venezuela 81.410.952 bolívares. Un superárbitro holandés les reconoció sólo 2.183.253. En general los europeos y los yanquis nos reclamaron entonces 490.000.000 de bolívares. Sometidos al superarbitraje de personajes no venezolanos, se las reconoció liberalmente que Venezuela sólo debía 37.000.000 de bolívares.
Alemania nos reclamó 7.376.885. El árbitro extranjero les reconoció solo 2.091.908. En cuanto a Inglaterra que blasona de justa y de liberal solo quería arrebatarnos 14.743.572. El árbitro les reconoció menos de diez millones. Su justicia y su libertad corrían parejas con las de Alemania.
Ninguno iguala en democracia y buen vecinaje a los Estados Unidos. Quería arrebatarnos de más, ochenta millones. Como todo allí es the greates in the world, se proponían no desmerecer su fama.
Porque Castro y Venezuela se negaron a reconocer aquellas acreencias, los insultó mancomunadamente la prensa de Europa y de los Estados Unidos. Ahora toca a un venezolano preguntar; ¿Quiénes eran los bandidos? ¿Quiénes eran los ladrones?
Castro se había equivocado. Había creído en la amistad de los Estados Unidos y en la doctrina Monroe tan alegada entonces. Se había confiado en aquel buen vecino. Alemanes, Ingleses, Yanquis: todos eran –y son- lobos de la misma camada. En todo caso ¿era un buen vecino y sincero amigo quien así se ponía al frente de nuestros expoliadores?
La historia no olvidará la actitud de Castro no tampoco su excesiva confianza. Era la candidez del hombre impreparado que ignora, entre otras cosas, la historia de la humanidad.
La conducta y la desgracia de Castro nos enseñan esto: hay que crear el sentimiento nacionalista; pero inculcarlo a nuestros hijos inteligentemente desde la niñez, desde el hogar y desde la escuela. Es necesario también la política internacional: aprender a tener razón y poseer la fuerza que la respalde. Al corajudo Castro lo engaño su patriotismo. Posteriormente el petrolífero Gómez sedujo según se cree en más práctica forma, a los jefes de Misiones extranjeras, Todas lo apoyaron, y lo aplaudieron.
Castro no envidia a nadie: se cree superior a todo el mundo; no consulta con nadie; cree en su ciencia infusa. Lo resuelte todo con la velocidad del relámpago, apenas piensa un disparate, ya lo ha realizado… Por eso comete errores garrafales. Por eso se equivoca con los hombres, hasta con los que más a fondo debiera conocer. Lo engaño, lo traiciono su mejor amigo, su protegido, su hechura, su más abyecto e incondicional servidor, a quien no conocía, Juan Bisonte Gómez. Y no lo conocía no por torpeza sino por la ceguera de la vanidad; nunca lo estudió, nunca atendió a lo que le decían de Gómez: lo comprendía un imbécil, lo despreciaba. Un día se separó del poder y se fue a operar en Berlín. Había dejado un documento en que recomendaba a sus amigos que obedeciesen a Gómez como si fuese él mismo. Estaba tendido en la mesa operatoria, cuando Gómez lo traicionó”.
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