El féretro fue arrebatado por la inmensa multitud que quebró todas las barreras e incluso se enfrentó a tiros con las fuerzas de seguridad. Así fue enterrado. Sin protocolos. En Ramallah, en la Mukata, su última morada, semidestruída por las bombas de Israel. Abrazado por su pueblo.
Abu Ammar fue su nombre de guerra. El nombre del combatiente, como hoy lo recuerda su pueblo. Como hoy lo lloran los pueblos árabes. El padre de la patria Palestina y mucho más. El líder de una rebelión que lleva 70 años y que es vista junto a la resistencia irakí contra el invasor yanqui, como una causa de 250 millones de árabes.
Una patria despedazada. Ocho millones de palestinos. La mitad en la diáspora, refugiados en otros países árabes. Un millón viviendo discriminados y oprimidos en Israel. Tres millones en situación desesperante en Gaza y Cisjordania. Israel partió los territorios en pequeños ghettos, separados por carreteras y vallas que los palestinos no pueden transitar. Entregó las mejores tierras y el 80% del agua a 200.000 colonos sionistas armados. Destruyó 100.000 olivares, la base de la economía agrícola. Mató, en los últimos 4 años a 2827 palestinos, entre ellos 558 menores. Destruyó 3700 viviendas como "represalia". Mantiene presos a 7.700 palestinos, gran parte de ellos sin cargo. Desde los helicópteros provistos por los yanquis se disparan misiles que matan y destruyen en las ciudades mártires.
"Se nos fue todo de las manos" dijo el ministro palestino Saeb Erekat, cuando la multitud arrebató el féretro.
Y al propio Arafat en vida, se le estaba "yendo todo de las manos". Su firma del acuerdo de Oslo fue una traición a la lucha histórica y un desastre para el pueblo palestino. Y su liderazgo era fuertemente cuestionado. Pero, ese pueblo heroico, prefiere a la hora de su muerte, homenajear al viejo combatiente.
Y, poco después un adolescente, ronco de tanto gritar, le dijo a Gustavo Sierra, el periodista de Clarín: "No necesitábamos de ninguno de estos burócratas. A Abu Amar lo enterró el pueblo" (Clarín, 1311).
Y así fue. Como dijo ese pibe palestino. Como lo sintió la multitud doliente con un rugido de bronca contra el sionismo, contra los ocupantes, contra el imperialismo.
Arafat ha muerto. Pero los palestinos no se rinden. Buscan un nuevo liderazgo para continuar su lucha. Necesitan más que nunca unirse a las oprimidas masas de los países árabes, a los irakíes, a todos los pueblos que enfrentan al imperialismo y sionismo en Medio Oriente. La expulsión del imperialismo y sionismo de Medio Oriente, la destrucción del estado genocida y racista de Israel, la lucha por una palestina laica y democrática, vuelve a ser, sigue siendo la única posibilidad de iniciar el camino de liberación del pueblo palestino y de los pueblos árabes.
Su lucha es la nuestra también. A ellos los, aunque parezcan lejanos, los oprimen los mismos poderes imperialistas que a nuestra Latinoamérica.
*militante del Movimiento Socialista de los Trabajadores de Argentina
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