La explosión del Maine y el imperio de la falsa bandera

Mañana, 15 de febrero, se cumple el 116 aniversario del hundimiento del acorazado Maine en la bahía de La Habana, atentado terrorista de falsa bandera --auto-atentado--, que provocó la guerra entre España y Estados Unidos, cuando ya los revolucionarios trataban, con éxito, de independizar a Cuba.

Nueve y cuarenta de la noche del martes 15 de febrero de 1898.

LA GUERRA REVOLUCIONARIA

La guerra de independencia de Cuba se ha extendido a todo el país. Martí y Maceo han muerto en batalla, pero su ejemplo ilumina las conciencias. El gobierno colonial controla las ciudades; los patriotas, el campo, en un país aún todo cubierto de bosques. De los violentos disturbios del 12 de enero en La Habana aún queda el temor de que vuelvan a ocurrir. Fueron perpetrados por fanáticos de la derecha que, alentados por el Partido Unión Constitucional y el Diario de la Marina, protestaron violentamente contra los periódicos que defienden el autonomismo, desafiando al nuevo gobierno del Capitán General Ramón Blanco Erenas, Marqués de Peña Plata, (¡los fanáticos de la derecha… qué tan cercano y actual me suena eso!)

La prensa mercantil y morbosa del “norte revuelto y brutal que –en su ignorancia-- nos desprecia”, sigue exagerando los crímenes de España en Cuba, a pesar de que ya no hay Valeriano Weylers ni reconcentrados ni genocidio, sino un gobierno moderado que comenzó el último día de 1897 y puede lograr la autonomía del país que viabilice su independencia. Ante esa eventualidad, el imperio yanqui se alarma. Una Cuba libre y hasta otra pacificada por el autonomismo perjudica su esencia guerrera. Hace más de setenta años que quiere apropiarse de este pequeño y fértil archipiélago, con dinero o con violencia, y no va ahora a renunciar al sueño del Destino Manifiesto que tantas pesadillas ha causado.

El enemigo del yanqui es, ahora, el triunfo de la guerra revolucionaria o la probable autonomía de Cuba, no el dominio español. No le bastan ya las viejas tierras de Francia, España, México y Rusia que conformaban casi el 90% del país y se extendían a casi toda América del Norte, ni las extensas llanuras fértiles de la población autóctona que ha vivido en estas tierras por más de 20,000 años, internada ahora en campos de concentración a los que llaman reservaciones. Ahora quiere más.

El yanqui necesita vender lo que excede de su producción industrial y comprar a precios mínimos las materias primas de los mismos países que les compran sus caras mercancías, por lo que están condenadas a seguir siendo subdesarrollados. El exceso de la oferta y la disminución de la demanda en los países industrializados, por la saturación de su mercado interno, ha provocado años de estancamiento económico y sólo mediante nuevos mercados pueden avanzar.

Las potencias europeas se reparten África y partes de Asia en la Conferencia de Berlín, en 1884, y el yanqui queda fuera del condumio imperialista, a pesar de que su apetito es más voraz. Tiene que buscar otras zonas, otros bocados, otras víctimas, otra sangre. Y ahí muy cerca está Cuba con sus fertilísimas llanuras de cultivos tan diversos, sus muchas bahías abrigadas, su óptima azúcar, su níquel, su cobre, su pesca abundante, sus maderas preciosas, su inmejorable tabaco, su potente comercio marítimo, que ha convertido al puerto de La Habana en uno de los más activos del mundo, y más. Y cerca se halla Puerto Rico y allá, a lo lejos, en el Oriente que el yanqui quiere penetrar, está Filipinas, otro fértil archipiélago. No, España no merece esta riqueza, deducen algunos yanquis poderosos que no saben ni en qué continente está España ni cuáles son los mares que bañan las bellas y cálidas playas cubanas y filipinas.

Si la guerra es en Cuba, a 79 millas náuticas de Estados Unidos y a unas 4,000 de España, en un conflicto que sería, por ello, sobre todo, marítimo, el triunfo yanqui será fácil y rápido, pues el imperio no tan viejo tiene una marina de guerra más moderna, y por ello más poderosa, que la del viejo imperio que una vez redondeó al mundo con su coraje y dominó la cuarta parte del planeta.

El yanqui necesita dar un gran golpe que provoque la guerra con España, no la paz en Cuba. El enemigo ahora es la nueva España comprensiva del liberal Práxedes Mateo Sagasta y de una María Cristina de Habsburgo-Lorena que lo complace mucho porque le entiende poco. El aliado del yanqui no es ahora la negociación, sino la sangre, su proteína. Si España la evade, él la vierte. ¿Qué importancia puede tener, para el yanqui, la sangre de cientos de marinos miserables, en su mayoría negros, ante la sanguínea y blancuzca riqueza imperial? El yanqui sabe que su imperio no existiría si la sangre no hubiese fluido y ahora quiere que sea más extenso, más poderoso, más sangriento.

EL CIELO NOCTURNO SE ILUMINA, PERO NO POR LA LUNA

No lejos del seno de la bahía, entre La Habana y el poblado de Regla, se halla el Maine, un acorazado de segunda clase, con una tripulación de 374 oficiales y alistados, una eslora total de 90 metros, una manga de construcción de 16 metros, un desplazamiento normal de 6,682 toneladas, y una velocidad de régimen de 17 nudos. Tiene 4 lanzatorpedos de superficie de 350 milímetros; 4 cañones de 250 milímetros; 6 de 150; 7 de 57, y 8 de 37. Veinte depósitos situados bajo cubierta pueden almacenar hasta 800 toneladas de carbón. Una formidable fortaleza marina, aunque no tan temible como la furia del mar.

Cumplida su misión de trabajo, los alistados se acuestan a dormir en sus hamacas, bajo la cubierta de proa, muy cerca del combustible del barco, el carbón bituminoso tan propenso a la combustión espontánea, del que el acorazado cargó 800 toneladas, su máxima capacidad. El carbón de antracita es más seguro y rinde la misma función, pero el Subsecretario de Marina, Theodore Roosevelt, insistió en que el acorazado llevara el bituminoso.

A las nueve de la noche, el capitán Charles Dwight Sigsbee comienza a escribirle una carta a su esposa en su camarote de popa.

A las nueve y media, el corneta toca Taps, la señal de silencio y retiro.

De repente, a las nueve y cuarenta, se oye una gran explosión, seguida, veinte segundos después, por otra aun más estruendosa. La proa del acorazado ha saltado en pedazos y cientos de alistados que en ese momento se disponían a acostarse, mueren destrozados. En las aguas turbias de la bahía, junto al barco que comienza a hundirse, flotan restos humanos ensangrentados: cabezas, torsos, brazos, piernas, pies, manos. El cielo de novilunio se ilumina con los terribles destellos de la metralla que sigue haciendo explosión.

LO QUE SUCEDIÓ… DESPUÉS

La inmediata reacción que la voladura del Maine tuvo en las más altas esferas del gobierno de Washington y en la gran prensa capitalista, hacen sospechar que el hecho se esperaba, como si fuese un plan, no un accidente (103 años después, los preparativos para invadir a Afganistán, por la supuesta complicidad de su gobierno en los atentados terroristas del 11 de septiembre, fueron anteriores al 11 de septiembre).

A la mañana siguiente, el presidente William McKinley se reunió con varios miembros de su gabinete.

El Subsecretario Roosevelt, declaró, tan solo unas horas después, sin que tuviese ni la menor evidencia, que había sido una agresión del gobierno español que merecía una debida respuesta. Como si leyeran el mismo libreto, los grandes diarios de las principales ciudades culparon a España del acto terrorista en sus ediciones matutinas del miércoles 16 de febrero, menos de diez horas después del hecho, sobre todo los de William Randolph Hearst, el más sensacionalista de todos, cuyo yate había estado cerca del Maine hasta cuatro días antes de la explosión. Los dos cintillos, a página desplegada, que publicó el New York Journal –el más leído de sus diarios—fueron: Cruiser Maine blownup in Havana Harbor! ---¡Explota el acorazado Maine en la bahía de La Habana!-- y Growing belief in Spanish treachery --¡Crece la sospecha sobre la perfidia española!--.

En los días y semanas siguientes, los grandes cintillos de ése y otros periódicos, como el New York World, de Joseph Pulitzer, fueron tan alarmistas. Al tiempo que preparaban al país para la guerra, los periódicos hicieron un excelente negocio, pues tanto el Journal como el World alcanzaron, por primera vez en la historia, una tirada diaria de un millón de ejemplares.

Convencido de su inocencia, el gobierno español propuso que el hecho fuera investigado por una comisión internacional ajena a los dos países. McKinley se negó en el acto, declarando que la tarea sería realizada sólo por oficiales de la marina de guerra estadounidense.

El 17 de febrero, a las treinta horas de la explosión, los miembros del Naval Board of Inquiry –Junta Naval de Investigación—llegaron a La Habana y, a partir de ese día, realizaron su trabajo en lo que los oficiales del Maine dijeron y en lo que unos buzos “encontraron” en el casquete exterior del barco.

Ya se sabía, sin embargo, que una mina exterior no podía haber destruido al acorazado por tres razones: a) Los barcos que estaban anclados cerca del Maine, Alfonso XII y Ciudad de Washington, no habían sufrido averías; b) Si la explosión hubiese sido submarina habría levantado una columna de agua y ésta no fue vista por ningún testigo; c) No había peces muertos alrededor del Maine: de haber sido una explosión submarina cientos de peces hubieran muerto y sus cuerpos hubiesen flotado en la superficie.

El 21 de marzo, la Junta Naval yanqui anunció que una mina exterior había sido la causa de la explosión del Maine. Fundaba su testimonio en lo que habían dicho los buzos estadounidenses, que en una parte de la proa sumergida del barco había una abertura hacia dentro que, supuestamente, no podía ser motivada por una explosión interna, sino externa. Nadie sabe si los buzos vieron ese boquete o si mintieron, pero luego se probó que ese tipo de abertura podía ser provocada, también, por una explosión interna.

El 21 de abril, el gobierno de Estados Unidos le declaró la guerra a España.

LAS EVIDENCIAS CIRCUNSTANCIALES

Hagamos un juicio imaginario en que el acusado es el gobierno de Estados Unidos en febrero de 1898.

De acuerdo al Black’s Law Dictionary, la más aceptada fuente de consulta legal en Estados Unidos… evidencia circunstancial es evidencia directa de un hecho del cual una persona pueda inferir, razonablemente, la existencia o no de otro hecho. La culpabilidad de una persona en un hecho criminal puede ser probada por evidencia circunstancial si esa evidencia, aunque no establezca directamente la culpa, da lugar a una inferencia de culpa más allá de toda duda razonable --circumstantial evidence is direct evidence of a fact from which a person may reasonably infer the existence or nonexistence of another fact. A person's guilt of a charged crime may be proven by circumstantial evidence, if that evidence, while not directly establishing guilt, gives rise to an inference of guilt beyond a reasonable doubt--.

Primera Evidencia Circunstancial: el motivo.

De acuerdo a la legislación criminal, el motivo –the motive-- es la causa principal que puede llevar a una persona o institución a cometer un crimen. Cuando no hay pruebas directas sobre el hecho, el primer sospechoso es quien recibe el mayor beneficio por el mismo. Por ejemplo: la persona que hereda una fortuna, el socio que se queda como dueño único de un negocio o el esposo celoso que manda a matar a su mujer. Ésos y más son motivos criminales. Muchas veces se ha hallado culpable a una persona que ha tenido fuertes motivos para beneficiarse por la muerte de otra, aunque no haya pruebas directas de su culpa.

¿Tenía algún motivo el gobierno de EU para destruir el Maine y que la culpa recayese sobre España? Por supuesto que le sobraban motivos para ello. Mencionemos sólo dos: la expansión de su imperio mediante colonias ultramarinas de las que se había quedado fuera después de la Conferencia de Berlín; y la facilidad de ganar esa guerra porque iba a ser sobre todo marítima a 79 millas náuticas de la Florida y a 4,000 de España, cuya flota de guerra ya era inferior a la de Estados Unidos.

Era evidente que si España hubiese destruido el acorazado y asesinado a 265 marinos estadounidenses, habría hartos motivos para ir a la guerra. Por eso fue que McKinley sólo tuvo en cuenta lo que dijo la junta investigadora de su país y excluyó todo lo demás, por muy lógico y poderoso que fuese. Si McKinley hubiese estado seguro de la inocencia de su gobierno no se habría negado a una investigación llevada a cabo por países neutrales. En la guerra que provocó lo del Maine, EU logró un imperio ultramarino que, en parte, aún posee.

Segunda Evidencia Circunstancial: los antecedentes penales

El pasado de la persona o la entidad que se juzga ejerce una gran influencia en la decisión de un juez o un jurado. Llevo más de medio siglo escribiendo en mis libros y en los más diversos vehículos de información sobre el pasado criminal del gobierno imperialista de Estados Unidos aun desde antes de su independencia hasta el Maine –y por supuesto el posterior--. No quiero repetir lo que ya he dicho tantas veces. Los antecedentes penales del imperio yanqui llenarían una amplia habitación de pared a pared y del piso al techo: de ponerse en una computadora abarcarían una memoria completa de 16 gigabytes.

Tercera Evidencia Circunstancial: la investigación.

Si un hombre mata a otro, la investigación del crimen no puede ser realizada por el asesino ni por el muerto, o sea la familia del muerto, sino por una entidad imparcial y ajena a la víctima y al victimario, o sea la justicia. La actitud del gobierno de Washington de aceptar sólo la investigación de la Junta estadounidense violó todos los principios del derecho internacional.

Los investigadores españoles basaron su juicio en múltiples evidencias importantes. Los investigadores yanquis basaron su juicio en un solo indicio menor que después resultó ineficiente: un boquete hacia dentro que se hallaba cerca de la Carbonera A-16.

Cuarta Evidencia Circunstancial: los preparativos.

En 1884, el Departamento de Marina, una división del Departamento de Guerra, fundó el Naval War College –Universidad Naval de Guerra--, con el objetivo de instruir a los oficiales en estrategia y táctica. En noviembre de 1896, el College elaboró un plan en el que se exponían tres estrategias para una guerra contra España: atacarla en Europa, Filipinas o Cuba. El plan desestimó los dos primeros ataques. Cuba era el escenario idílico del conflicto.

La Marina de Guerra española en el Caribe era muy débil y los refuerzos desde España tardaban casi un mes. Al llegar McKinley al poder, en marzo de 1897, el plan fue activado y el Secretario de Marina, John Davis Long, le encargó la coordinación del mismo al Subsecretario Roosevelt. Todo indica que la destrucción del Maine fue parte esencial de esa estrategia toda vez que España, de acuerdo al plan del College, no daba los pasos necesarios para provocar la guerra con Estados Unidos, sobre todo después que llegara a Cuba Blanco Erenas. El nuevo gobierno dejaba al yanqui sin el clásico casus belli. Tenía que hacer algo dramático.

Los preparativos de guerra del imperio yanqui son anteriores a la voladura del Maine, por eso colocaron sus grandes barcos de guerra, unas semanas antes, en Key West --Cayo Hueso--, a 79 millas náuticas de Cuba, siete horas de travesía, o cinco en caso necesario; la armada española se demoraba 720 horas en llegar a Cuba.

En Asia, el comodoro George Dewey le enviaba mensajes, ya desde fines de 1897, al general Emilio Aguinaldo para una eventual fusión de sus fuerzas en Filipinas. El yanqui, sin embargo, no podía atacar a España sin que hubiese una causa justificadora.

Si España, como era evidente, no quería la guerra con Estados Unidos, porque el poderío militar de este país era infinitamente superior al de los revolucionarios cubanos que luchaban por la independencia, era imposible que pudiera cometer una acción que la iba a hacer inevitable.

Los preparativos previos del yanqui para esa guerra prueban, también, su culpabilidad en la destrucción del Maine.

Quinta Evidencia Circunstancial: el combustible.

El 21 de noviembre de 1897, el Maine llegó a la base naval de Newport News, Norfolk, Virginia, para que le hicieran algunas reparaciones menores y se llenaran sus carboneras con 800 toneladas de carbón bituminoso, no el de antracita que había llevado hasta entonces. Este carbón bituminoso, que era almacenado junto a los pañoles de municiones separados sólo por un delgado mamparo, era muy peligroso porque solía encenderse por combustión espontánea. Desde 1895, esto había ocasionado tres incendios en las carboneras del Olympia, cuatro en las del Wilmington y al menos uno en las del Indiana, Lancaster y Petrel. Unos meses antes, la combustión espontánea del carbón bituminoso había producido varios incendios en las carboneras del Brooklyn. Los grandes incendios que por el mismo motivo hubo en el Cincinnati y el New York estuvieron a punto de provocar la explosión de sus pañoles de municiones, y sucedió lo mismo en el Oregón.

El 3 de diciembre, Roosevelt le ordenó a los jefes de los astilleros de Newport News que el Maine debía estar terminado para el día 10, pues debía zarpar al día siguiente, y que sus depósitos debían llevar la cantidad máxima de carbón bituminoso, 800 toneladas. Unos días después, el Maine llegó a Cayo Hueso y ya el 25 de enero estaba en La Habana.

Si la explosión del Maine se debió a que la combustión espontánea del carbón bituminoso que se encontraba en la carbonera A-16 hizo explotar el Pañol de Municiones A-14-M, separado de ella sólo por un delgado mamparo, y la explosión de este pañol ocasionó la explosión de los otros pañoles de municiones y de las toneladas de pólvora que se encontraban muy cerca… ¿debemos tener el supremo candor de creer que esa combustión fue accidental?

LA COSECHA DEL TERROR

Las consecuencias directas del Maine fue la guerra en la que Cuba dejó de ser una colonia casi autonómica y se convirtió en una obediente neo-colonia, y Puerto Rico, que ya disfrutaba de un gobierno autonómico, paso a ser, por muchos años, una colonia exenta de todos los derechos. Fue, además, y sobre todo, la guerra contra el pueblo de Filipinas que duraría varios años y en la que el yanqui traicionó a quienes usó como “aliados” en la guerra contra España, o sea los patriotas de Emilio Aguinaldo, y asesinó a más de 600,000 civiles inocentes, entre ellos unos 150,000 niños, En aquella espantosa guerra en el archipiélago filipino, (en la que el yanqui perpetró numerosas torturas, creando entre otras, la del “waterboarding” –asfixia simulada--, que muchos años después repetiría en Irak y en la Base Naval de Guantánamo), se hizo famosa la orden que el general Jacob Hurd Smith le dio a sus soldados al invadir la isla de Samar:

--Kill every one over the age of ten and make this island a howling wilderness! (¡Maten a todo el que tenga más de diez años y conviertan a esta isla en un desierto de aullidos!)

Es incuestionable la culpabilidad del imperio yanqui en la destrucción del Maine y la masacre de 260 marinos estadounidenses. Fue un atentado de false flag –falsa bandera--, un auto-atentado.

Lo prueba, sobre todo, su infatigable historia de terror ☼


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Carlos Rivero Collado


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