Venezuela y Ucrania

Ofensiva fascista de Estados Unidos y Europa

Escalada: una misma política tuvo resultados diferentes en Caracas y en Kiev. En ambos casos, las potencias imperialistas apelaron a un arma ya utilizada antes en momentos de extrema crisis: el fascismo. En Ucrania éste adoptó sin tapujos el rostro del antisemitismo, extendido ahora contra la minoría rusa. La Revolución Bolivariana resistió exitosamente el embate. No ocurrió lo mismo con el gobierno ucraniano. En aquellas latitudes crece el riesgo de una guerra de la Otan contra Rusia. Aquí, la repetida derrota de Washington se prolongará con nuevas y cada vez más violentas agresiones, dificultada por el respaldo de 120 países del Noal, buena parte de América Latina, más China y Rusia, al gobierno de Nicolás Maduro. Las tensiones entre la Casa Blanca y las capitales del Sur se agravan al extremo. Por detrás, asoma su feo rostro la crisis capitalista.

Otro laurel de gloria para la Revolución Bolivariana. Bien mirado, no cabría mayor homenaje en el primer aniversario de la muerte de Hugo Chávez: pueblo y gobierno de Venezuela en lucha franca y victoriosa contra la ofensiva fascista de los estrategas imperiales.

Otro ‘Cantar de gesta’, esta vez latinoamericano y en honor de Chávez, quien como el Cid campeador sigue ganando batallas después de muerto.

A su modo, en involuntaria ofrenda, también Washington rinde tributo a la memoria del Libertador socialista: tras masticar el polvo de la derrota en dos elecciones posteriores a su muerte, los agentes locales apelan a la violencia de escasos adherentes, movilizados con argucias en base a dificultades reales, pero actuantes sólo por obra de mercenarios locales y extranjeros.

Empujada por la Casa Blanca y un ala de la oposición interna Venezuela se asomó a la tragedia de una guerra civil. Sectores medios y altos de la oposición pudieron ver de cerca el espectro que amenazó al país y los dejaba a ellos al borde de un abismo mortal. Retrocedieron. De acuerdo con un precepto tan antiguo como la guerra (“a enemigo que huye, puente de plata”), el presidente Nicolás Maduro les ofreció una vía de salida para la emergencia: la Conferencia Nacional de Paz. Excepto uno, todos acudieron a la cita. Y farfullaron excusas, ante el rostro severo, elocuente, de las máximas autoridades nacionales. Con 19 muertos a cuesta, la embestida destinada a iniciar una confrontación militar interna quedó aislada.

Resta un foco en retirada en San Cristóbal. La capital del Estado Táchira, territorio fronterizo con Colombia, fue escogida por los hombres de gris del Departamento de Estado para desencadenar acciones armadas. Encabezada por agentes fascistas, Leopoldo López y María Machado, con el respaldo de escuadras paramilitares del país vecino, se logró ocupar la ciudad. El objetivo era declarar a Táchira “territorio liberado”. Allí López pretendía escenificar una parodia de “gobierno provisional”. Washington estaría allí para “defender la democracia”. La llave de la operación fue el alcalde opositor, Daniel Ceballos, cobijado bajo la sigla partidaria de López, Voluntad Popular. El gobierno ordenó la detención de López por haber proclamado el derrocamiento de Maduro. Hay más nombres directamente involucrados y una cantidad a la expectativa, ansiosa tras bambalinas, presta a saltar en una u otra dirección según el curso de los acontecimientos. También hubo, como ya ha comenzado a develarse, miembros infiltrados en organismos de seguridad, que actuaron siguiendo órdenes de fuera y provocaron muertes necesarias para el intento de sublevación y la campaña mundial: seis de ellos están presos.

La base de sustentación del plan tenía dos puntos de apoyo: uno, paramilitares colombianos (los temibles “paracos”) como fuerza vertebradora de la oposición fascista apoyada en grupos estudiantiles, acompañados por infiltrados en órganos de gobierno y seguridad; otro, la más desaforada campaña de prensa mundial que se haya visto en la historia de la guerra, destinada a mostrar lo indemostrable: un pueblo alzado contra un dictador.

Una cosa es ocultar, tergiversar y mentir, tareas en las que está altamente entrenada la gran prensa comercial del planeta y en las que obtiene permanentes victorias. Otra, bien diferente, es fabricar una realidad inexistente y convencer al mundo con ella. No lo lograron. Al menos por ahora.

Amplias franjas de la opinión pública en Europa y Estados Unidos, incluso en buena parte de América Latina, pueden estar convencidas de que Maduro es un tenebroso dictador, quien con respaldo de ávidos militares brutales oprime a las masas, saquea al país en su beneficio, cercena la libertad de prensa y hunde la economía en un desastre con efectos devastadores para las mayorías. Pero por el simple y fácilmente comprobable hecho de que nada esto ocurre en la vida cotidiana del país, el conjunto abrumador de la población –incluido grandes sectores de la oposición– no tienen esa convicción y, por el contrario, asumen una certeza inversa. Así, el periodismo sin apego a los hechos queda expuesto en toda su venal irresponsabilidad, pierde credibilidad y fracasa como herramienta para defender el capitalismo y vehiculizar sus grandes operaciones contrarrevolucionarias.

Eso ocurrió desde el 12 de febrero y hasta las vísperas del aniversario de la muerte de Chávez. Y se combinó con el espanto de una burguesía local que vio de frente y a nada de distancia una sólida conjunción de gobierno, fuerza armada, milicias, partidos revolucionarios y masas organizadas, dispuesta a defender la continuidad de la Revolución en combate franco. Arrastrado el país a una guerra lo más saliente no hubiese sido la arremetida devastadora contra los mercenarios en Táchira, sino la aceleración del paso de la Revolución y la transición al socialismo, a expensas no sólo de los bienes y prebendas de las clases altas.

Guerra o paz

Ese espectro ominoso lo palparon también intelectuales, periodistas, profesionales y funcionarios, quienes cambiaron drásticamente de tono y se aferraron a la propuesta de paz como a un clavo ardiente. Estaban convencidos de que la ofensiva derrumbaría sin combate a Maduro y acabaría con la Revolución. Como tantos, dentro y fuera de Venezuela, vivían en la ilusión de que el país podía volver a la supuesta normalidad de la IV República. No comprenden el significado histórico de la Revolución Bolivariana, no tienen conciencia de la gravedad de la crisis capitalista mundial y, en consecuencia, no saben dónde apoyan sus pies. Pero a la conciencia la reemplaza el instinto cuando la situación es extrema: en cuestión de horas vociferantes opositores comprobaron que para hacer retrogradar una revolución es preciso una guerra. Y que esta revolución, pacífica, está armada y resuelta al combate. La primera orden del instinto es la autoprotección. De modo que se lanzaron con fruición al puente tendido por Maduro.

Así, López y su consorte en el fascio caricaturesco, quedaron solos. Con el exclusivo apoyo del gobierno estadounidense, que exigió la liberación de su fantoche y, como respuesta, perdió tres diplomáticos pillados in fraganti en la conspiración. Amenazado de muerte por sus socios más cercanos, el ultramontano ex miembro de Tradición Familia y Propiedad, ahora travestido como socialdemócrata, optó por entregarse mansamente. También él vio de cerca lo que le esperaba. Y prefirió la garantía de sus enemigos a la traición y la muerte en manos de sus amigos: una grabación captada por organismos de inteligencia expuso públicamente a dos jefes opositores programando el asesinato de López. Medios recalcitrantes del hemisferio pasaron por alto este hecho, en sí mismo definitivo, y redoblaron su campaña de calumnias.

A la Conferencia de Paz le siguió una rápida y efectiva ofensiva diplomática el canciller Elías Jaua. Simultáneamente, en los últimos días de febrero, el ministro de Petróleo y Minería, presidente de Pdvsa y vicepresidente para la Economía, Rafael Ramírez, viajó para entrevistarse con los gobiernos de China y Rusia. Con esta panoplia Maduro recuperó la iniciativa en toda la línea y arrinconó a los guerreristas.

Mientras se redactan estas líneas, en el día del primer aniversario de muerte del comandante Chávez, la imponente manifestación popular, coronada con un desfile militar de inequívoca significación, prueban la consistencia de esa iniciativa que tiene dos objetivos de ejecución inmediata, aparte la extinción de los focos paramilitares, en palabras de Maduro: consolidar la victoria de la paz y concretar la revolución económica.

Teoría y práctica de la transición

No será fácil para el Presidente y la Dirección político-militar de la Revolución Bolivariana corregir las distorsiones de la economía en transición. Lo saben partidarios y enemigos del gobierno. Maduro ha explicado que, como continuidad obligada de la revolución política y la posterior revolución social desarrollada en Venezuela desde 1999, ahora se abre la fase de la revolución económica. Ese objetivo choca con obstáculos objetivos y subjetivos. Como ha ocurrido una y otra vez desde que en 1917 Rusia ensayó el primer salto más allá del sistema capitalista desde una conformación socioeconómica signada por el atraso en relación con las economías más avanzadas de su época, Venezuela afronta la combinación de ese atraso relativo con la desmesurada riqueza petrolera y las profundas huellas que esa rémora deja en la sociedad y en sus expresiones políticas. Además, debe cargar con décadas de anquilosamiento, tergiversación y degradación del pensamiento económico anticapitalista a escala mundial. No es exagerado afirmar que, salvo alguna excepción que confirma la regla, la teoría económica que se identifica con el marxismo está empantanada a tal punto que en lugar de iluminar, oscurece; en lugar de orientar, extravía. Y, como se sabe, sin teoría revolucionaria, al cabo no hay acción revolucionaria efectiva. De modo que, a la par de verse obligada a cargar con la desigualdad en el desarrollo del accionar anticapitalista en América Latina y en el resto del mundo, Venezuela se ve afectada por la distancia entre el punto alcanzado en la marcha de la transformación social y la media mundial del desarrollo teórico para comprender y conducir la transición. Y eso ocurre en el marco de una furiosa embestida imperialista.

Tras la escalada guerrerista

Ya es inocultable la falacia según la cual los centros de la economía mundial remontaron la crisis detonada en 2008. Está a la vista que la Unión Europea, Japón y Estados Unidos, muy lejos de retomar la senda del crecimiento continúan en el estancamiento o la recesión, ahora con indicios de deflación ya señalados a tiempo por la presidente del FMI, Christine Lagarde. Pese a ello, bajo la amenaza de un estallido financiero, la Reserva Federal cambió de rumbo y con nueva titular reduce la emisión desenfrenada (única palanca con la que se impidió el pase de la recesión a la depresión) y comienza a aumentar la tasa de interés, un mazazo a plazo fijo para las economías subordinadas. China, por su parte, no regresa a los índices que la convirtieron en el motor de la economía mundial, mientras India, Brasil, Turquía y otros países de rango similar acompañan la caída verificada en los centros metropolitanos. El nuevo año se inicia con signos elocuentes: más de 3 billones (3 millones de millones) de dólares se evaporaron en el primer mes de 2014 al compás de una caída del índice S&P 500 de casi el 5%, de alrededor del 14% para el Nikkey y del 9% para Msci, que mide el nivel de los absurdamente llamados “mercados emergentes”. Febrero no revirtió esa dinámica. Pero esos sacudones apenas reflejan el desacompasado ritmo de la economía mundial; tanto menos el desbarajuste sin precedentes del sistema financiero.

Es en ese contexto que Estados Unidos despliega una contraofensiva general. Por un lado, en el terreno económico se lanza tras un Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) con 11 países del área, mientras simultáneamente procura una Sociedad Transatlántica de Comercio e Inversión (Ttip) con la Unión Europea. Para que este doble movimiento sea efectivo en el propósito de frenar la caída y reubicar a Washington en el centro del poder económico planetario, es imperativo incorporar a América Latina, lo cual implica doblegar la resistencia de dos fuerzas centrales que por razones diferentes se interponen en ese camino: Venezuela y Brasil. Aquél, aunado con los países del Alba; éste, como fuerza predominante en el Mercosur.

En esta proyección estratégica estadounidense se inscriben el golpe de Estado en Ucrania y el intento de detonar una guerra interna en Venezuela. En Kiev la Casa Blanca pudo considerarse vencedora. Pero al precio de incendiar un país que tiene indestructibles lazos históricos y actuales con la Federación Rusa. En otras palabras: Estados Unidos avanza hacia la guerra en el este europeo. Y se topa allí con la conducta prudente pero resuelta de Moscú. Mutatis mutandi, otro tanto ocurre en Venezuela, donde el gobierno revolucionario tuvo la templanza y la eficacia para no caer en la trampa tendida en Táchira (y, como parodia, en el este de Caracas).

No es pensable que el imperialismo ceje en su empeño por derrocar a Maduro, puesto que es una obligación dictada por la crisis irreversible del sistema. Y esto tiene consecuencias insoslayables para Venezuela, pero también para el resto de América Latina.

La crisis que empuja a Washington produce simultáneamente la agonía de los pujos neodesarrollistas ensayados por varios gobiernos de la región, los cuales ahora se encuentran ante los límites implacables de un keynesianismo de utilería (es decir, de la teoría para salvar el capitalismo en los países centrales, aplicada con arrestos progresistas en países periféricos), a la vez que se desencadena una nueva escalada librecambista desde la Casa Blanca.

Así como al interior de Venezuela la oposición no puede enmascarar su posición contrarrevolucionaria con un antifaz democrático, al sur del Río Bravo es imposible una política soberana disociada de una estrategia revolucionaria y de transición anticapitalista. Las opciones son insoslayables y perentorias.

Como en los últimos 15 años, Venezuela está cumpliendo con su responsabilidad histórica ante el mundo. No podría imaginarse mayor homenaje a la memoria del comandante caído en combate. Resta saber cómo actuarán no ya los gobiernos, sino los pueblos y sus vanguardias en América Latina.

 



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Luis Bilbao

Escritor. Director de la revista América XXI

 luisbilbao@fibertel.com.ar      @BilbaoL

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