Quitar el velo que cubre los ojos de la estatua de la justicia

No es exagerar si se afirma que en algunos países de Latinoamérica, por lo menos dos de cada diez familias deben haber sido objeto de los mal llamados "daños colaterales" de los conflictos sociales y políticos que se desarrollan en nuestros territorios.

Las masacres como las de Ayotzinapa han sido una contaste en nuestra historia pasada y reciente. El genocidio colonialista perpetrado por los europeos contra nuestros pueblos indígenas marcó con sangre humana las páginas de nuestra historia, con dicha barbarie inaugura Occidente la modernidad.

Luego, vino la cruenta represión de la que fuimos objeto por defender nuestro derecho a la emancipación, y posterior a ello, la lucha efectuada por el pueblo contra las oligarquías que se apoderaron de las pseudorepúblicas, lo que contrajo, la arremetida durante casi todo el siglo XX contra el legítimo derecho de los pueblos a rebelarse contra la opresión. Todo esto solamente confirma que la larga historia de desmanes cometidos contra nuestros pueblos.

En Centroamérica como en casi toda Suramérica y hasta en las islas caribeñas, el rostro de la opresión ha sido el mismo; intereses de las clases dominantes internas ligadas a los intereses imperialistas, para someter a la población y saquear nuestras economías y la diversidad de recursos naturales que poseemos.

Aunado a la situación descrita, se suman otros fenómenos como los presos políticos y el desplazamiento de grandes contingentes humanos, víctimas de los conflictos que se movilizan dejando su historia, familias y propiedades.

Estas situaciones han sido documentadas y denunciadas por los movimientos sociales en instancias internacionales encargadas de velar por el respeto a los derechos humanos, y sin embargo, las respuestas han sido muy tímidas y en muchos de los casos sólo han sido acompañadas por el silencio cómplice. Sí, la indiferencia ante la violación sistemática de los más elementales derechos humanos ha sido en muchas ocasiones, la respuesta más conveniente.

La situación no ha cambiado con el transcurrir de los años, con la diferencia de que las informaciones sobre estas atrocidades se les escapan. En estos tiempos podemos conocer algunos de estos desmanes gracias al desarrollo alcanzado por los medios de comunicación alternativos y las redes sociales, gracias a ello y a la evidencia descarada, es que por ejemplo el caso de Iguala en México, es de nuestro conocimiento.

Las últimas concentraciones multitudinarias del pueblo mexicano en los estos días reflejan un nuevo escenario, parece que el mundo ha reaccionado y se niega a seguir aceptando pasivamente esta injusticia.

Los vergonzosos sucesos de intolerancia racial en la localidad estadounidense de Ferguson reflejan que también en las entrañas mismas de imperio la situación de violación de los derechos humanos es evidente. No obstante, esta coyuntura ha permitido un notable reflujo del poder popular por la defensa de la vida; en cada una de las manifestaciones, hemos visto un elevado nivel de conciencia de los sectores movilizados en cuanto a ubicar a los verdaderos responsables de tales atrocidades, y, lo más significativo, es que vinculan el crimen con el fondo del asunto, el sistema de opresión al que son sometidos los trabajadores: el capitalismo.

En ello radica la verdadera esencia de los crímenes cometidos contra nuestros pueblos, por fin la gente parece comprender que la represión es el uso de la fuerza del Estado burgués capitalista contra el pueblo trabajador, con el objetivo para el cual fue creado: ser un aparato de dominación de los sectores que defienden al capital y su lógica depredadora contra los pueblos.

Más allá de que se puedan encontrar los autores materiales e intelectuales de tan viles asesinatos, las protestas y sus objetivos quedarían inconclusos si no se logra la finalidad política superior; condenar tanto el estado de cosas que engendró tan despreciables sucesos, como a sus representantes directos, siendo uno de ellos el fallido presidente de México: Enrique Peña Nieto.

Otras cosas sería llover sobre mojado, como crear comisiones que casi nunca llegan al fondo del problema. Estamos más que cansados, (más bien obstinados) de ver cómo la injusticia se pasea por las calles con el rostro descubierto ante la mirada desconcertada de los pueblos. Considero que ha llegado la hora de quitar el velo que cubre los ojos de la estatua de la justicia, eso indiscutiblemente, sólo lo pueden lograr la unidad y la organización de los pueblos para conquistar objetivos superiores. Alentadoramente, los signos de estos tiempos, a pesar de todo, indican que vamos en camino a esa dirección… Enhorabuena.


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Arnaldo Guédez


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