El decreto injerencista dictado por el presidente Obama contra la república bolivariana de Venezuela, revela un entramado de frustraciones de la política exterior del imperio hacia nuestro país que es necesario develar, atendiendo a circunstancias específicamente nacionales.
En primer lugar revela que todos los expedientes empleados hasta el presente para desbancar a la Revolución Bolivariana, se han estrellado contra la conciencia de un pueblo que despertó históricamente con el llamado Caracazo.
En segundo lugar, esta posición adelantada de Obama demuestra que los dólares repartidos a la oposición venezolana se perdieron irremediablemente, pues, este grupo político no ha sabido capitalizar los errores gruesos del chavismo en el poder. En consecuencia, el imperio le perdió la confianza a los cipayos criollos. El presidente Maduro juega en una liga muy superior a la de los líderes escuálidos, por consiguiente, la salida electoral luce cuesta arriba para el oposicionismo.
En tercer lugar, las inmensas reservas de petróleo y de otros minerales estratégicos que anidan en el subsuelo venezolano, cada vez se revelan como una de las grandes esperanzas del capital mundial, para recuperar su alicaída tasa de ganancia. El costo de producción del petróleo venezolano que ronda los veinte dólares por barril, es un bocado muy apetitoso para las compañías petroleras transnacionales que vienen explotando el petróleo de esquisto, con un costo que oscila entre 80 y 100 dólares por barril; descubriendo así, el pote de humo de la amenaza del petróleo de lutitas para el crudo criollo. Si a esto le añadimos la política de China por monopolizar la demanda del petróleo venezolano, queda claro la intencionalidad del Decreto Obama.
La respuesta del gobierno madurista frente a la descarada injerencia yanqui ha sido acertadísima, pero a nuestro juicio aún le falta añadir un eslabón para que dicha respuesta sea letal para el imperio. En tal sentido, el gobierno debe explicarle al pueblo que el terrorismo económico también es obra del imperio y del cipayaje criollo. Se debe abandonar el término de Guerra Económica, pues, esta no es una guerra. Es simplemente TERRORISMO y como tal debe ser abordado sin contemplaciones. De esta manera le devolvemos la acusación de terrorista que el imperio nos ha imputado. Es hora de que el fervor nacionalista despertado por la agresión injerencista sea convertido en arma ideopolìtica, para derrotar terrorismo económico del capital. Con el inmenso respaldo de la comunidad internacional a Venezuela, Maduro debe acusar al imperio de terrorismo económico en todas las instancias mundiales. Con la bandera del antiterrorismo económico, el gobierno puede pasar a expropiar a toda la burguesía que esté sumada al desabastecimiento, la especulación y el contrabando de la dieta diaria de nuestros ciudadanos. Más fácil no se la podía poner Obama a Maduro. La bandera del antiterrorismo pueda ser arrancada del imperio por los pueblos explotados de América Latina, para convertirla en una muralla antimperialista. Comandante Maduro: póngase los pantalones de la historia.