¡Regolera!

Procuro hacer más nítida a mi memoria aquella escena de tantas tardes, cuando a la salida de la escuela nos reuníamos en la plaza para jugar metras (canicas). Era cuestión de trazar el triángulo o "rayo" y la raya que dilucidaba el orden de tiro al iniciarse el juego; pero sobre todo, cuestión de mostrar, batiendo el bolsillo lleno o enseñando el cartón de leche casi hasta el tope, que estaríamos solventes ante cada adversidad. A un lado los útiles escolares y un guardapolvo listo a cumplir su función (pobre mamá) se iniciaba el juego entre griteríos o lamentos; entre los seis o siete del grupo que nos tocaba ese día, no faltaba nunca el de cuarto o quinto grado: grande, mandón, aunque no fuera el más diestro en el juego y al que el asunto académico le era irrisorio; también estaban los buenos jugadores y los "finos" en los que no aparecía la arrogancia sino un deseo firme de no dejarse ganar, y uno, que jugaba por diversión y a ver si…

Colocado siempre cerca de su propietario, había uno que otro cartón de leche o latica de sardina con muchas metras: nuevas, floreadas, "pegadoras" listas a entrar en juego si el dueño lo disponía. En medio de la competición la tarde envejecía y era obligado jugar "la última" o la "penúltima" antes de llegar a la casa a "razonar" el por qué de nuestro retardo. En ese momento la expectativa crecía y la tensión se debía a que, las más de las veces, el de cuarto o quinto no resultaba ganador y sí, un enérgico compañerito que manejaba como nadie el "peguicuarta" y el "tiro de uña" y que tenía su envase lleno, lo cual hablaba de su victoria del día. Pero el grande se revolvía y gritaba, como reclamando alguna trampa en el juego diáfano de esa tarde; buscaba con miradas cómplices a los pequeños truanes que le sirvieran a su tropelía deshonesta y gritasen, habiendo perdido: ¡regolera!. Era la voz para asaltar el "rayo" y apropiarse de cuanta metra hubiese en él y sus alrededores, en especial, de los envases llenos que casi nunca pudo tener en virtud del alerta previsivo y valiente de la contraparte. Hoy, a tan distantes tardes, a lo mejor el grande es un hombre de bien (la vida le enseñó cómo es el juego) y mis otros compañeros transitan, como yo, la vía (empedrada a veces, leve otras) que nos permite memorar esa plaza y esa escuela y saber que su fuerza simbólica es tuétano ontológico que perfila nuestra nación, nuestra patria, ahora encontrada, como heredad intocable de nuestros ancestros.

Pero Venezuela en estos momentos es víctima de un grandulón dado a la impertinencia y al pillaje, en esta hora de arrestos incondicionales, ha gritado: ¡regolera!. Ocurre que no es de esta escuela, ni de este barrio y (a diferencia de aquél de la infancia) tiene drones, bombas de napalm y de fótsforo; es todo un bandolero con armas letales, está ahí, mucho más dañino que "Pedro Navaja". Está ahí con su mirar frenético, inescrupuloso, impregnado de codicia, fijo en los potes llenos (de petróleo, claro); impertérrito ante la posibilidad de nuestros niños muertos, solazándose con un nuevo genocidio (daño colateral, le dice a sus secuaces extranjeros). Está paladeando petróleo ensangrentado. Una de ellos (parecen entes) dijo en su oportunidad y con placer convulsivo, palabra más, palabra menos: vine, vi y murió; es su repulsivo linaje. Y sus secuaces de aquí, véanlos: toda traición da asco; esta vez no traicionan por costumbre, a lo crematístico se suma el miedo. Habría que preguntarle a nuestros diputados patriotas cuyas curules lindan con las de ellos si el día en se aprobó la ley habilitante para nuestro Presidente Obrero Nicolás Maduro o recién con la firma ante el alevoso decreto del grandulón con pistola (monstruoso por su intención) no sintieron algún hedor particular. En fin, es nuestra escuela, pues, es nuestra plaza, es nuestro "rayo". Son los hijos; imaginarlos muertos y descuartizados por las bombas no es una irrealidad. Ese grandulón ya lo ha hecho por el lado latinoamericano y por allá, por el cercano (de corazón y solidaridad) oriente. Nos queda defendernos, defendernos y defendernos. Por nuestra paz Grande.

Año especial de lucha.



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