Del Dorado a la entrega final

Breve esquema de la historia en la lucha de clases dentro de la minería aurífera en el estado Bolívar

Según tenemos información 28 mineros han sido asesinados de manera terrible hace dos días en una mina Atenea cercana a Tumeremo. Hasta ayer sus cuerpos no aparecían y la troncal del sur está tomada por el pueblo pidiendo justicia. Aparentemente se trata de un asesinato causado por una de las bandas armadas apostadas en el territorio con la anuencia de todas las autoridades incluidas las militares.

Esta situación no es un accidente lamentable dentro de una historia cristalina, es precisamente una consecuencia más de una tierra despojada y abandonada donde algo más de 300 mil personas entre mineros y comunidad, viven dentro de circunstancias lamentables, buscando la grama mítica que les dé de comer. Lo cierto es que son más de diez años de deterioro continuo: social, ambiental, moral, productivo, donde no ha habido forma ni manera de quebrarle el espinazo a los grandes intereses de comerciantes, militares, gobernación de Bolívar, y diversas transnacionales, que ahora se sostienen en la brutalidad paramilitar de estos grupos armados que a la fuerza le imponen su ley a todos.

Hagamos un breve esquema histórico de los que ha sido la minería del oro en Bolívar

El oro aparece hace cerca de 500 años como mito de distracción por parte de las comunidades indígenas amazónicas hacia los colonizadores y aventureros españoles y alemanes, que se va a su búsqueda y jamás dan con él. Pero se trataba de una leyenda cierta: el Dorado existía y está ubicado en gran parte sobre lo que es hoy el sur de Venezuela. Frustrada pero la historia de la conquista en adelante del oro comienza allí.

Es solo entre el siglos 17 y 18, una vez que las primeras misiones capuchinas logran pasar el río Orinoco y comenzar su obra colonizadora hacia el sur de Bolívar y luego el Amazonas, que a su vez hay indicios de la utilización en servidumbre de indígenas en la explotación del oro y el diamante. El amo colonial produce por primera vez una fuerza de trabajo servil y minera en esta zona.

Hacia finales del siglo XIX, luego de la victoria contra la invasión inglesa de todo el estado Bolívar, se desarrolla el pueblo de El Callao donde constan enormes inversiones de capital nacional en función de comenzar la gran minería en la zona. Empieza a desarrollarse una clase obrera minera. A través de estas inversiones se van descubriendo por primera vez las enormes reservas auríferas y diamantíferas concentradas, lo que da pie para la formación de los pueblos claves Guasipati, Tumeremo, El Dorado y Santa Elena a principios del siglo XX. Esta inversión se estanca con el advenimiento del petróleo, pero queda instalada una clase social minera despojada de tierras productivas en manos de terratenientes y explotadores de madera principalmente.

Empieza a su vez una colonización mucho más agresiva de las comunidades indias Pemonas, Yekuanas, Cariñas desde los rios Cuyuní, Caroní, La Paragua, hasta llegar a la Gran Sabana, donde van poco a poco entrando las misiones evangélicas, las cuales sirven de contención a toda la resistencia indígena en la zona frente a la apropiación terrateniente, maderera y minera, además de investigación estratégica a los capitales e intereses transnacionales por venir.

Hacia los años 50, con la dictadura perezjimenista, llegan definitivamente las primeras transnacionales a la zona, comenzando el proceso de industrialización y gran minería. Esto se amplía en los años 60 con las políticas de concesiones de la CVG de Sucre Figarela, paralela a la fundación de la empresa minera nacional Minerven. Se estabilizan las grandes minas que absorben una parte de la fuerza de trabajo, pero van creciendo las poblaciones, sin tierra y sin trabajo estable en las minas, las cuales empezaran a desarrollar la pequeña minería ilegal en las zonas que el propio minero va descubriendo, y el complejo de relaciones comerciales, productivas, sociales que ella implica.

Esta pequeña minería presiona por un derecho equivalente a los concedidos a los capitales transnacionales y nacionales, de manera de estabilizarse y desarrollarse como comunidades. Sindicatos, cooperativas y asociaciones mineras comienzan a formarse sobre esta tensión que siempre favoreció al gran capital, mientras el pequeño minero es utilizado en primer lugar por los compradores de oro, aunque el Estado de todas formas hasta los años 2000 sigue siendo el gran comprador de oro, de donde se crean las importantes reservas de oro, últimas reservas monetarias en manos del Banco Central.

La tensión que evoluciona entre los años 80 y 90, termina con la primera gran rebelión minera en el año 95, donde son tomadas por los mineros principalmente las minas de Nuevo Callao, en manos hasta entonces de Grendwich, empresa minera propiedad de la reina de Inlaterra, igual sucederá en Payapal y otras minas que son tomadas por los mineros. Se construye la comuna de Nueva Callao como primera y hasta hoy única experiencia comunal minera de gran envergadura con mas de diez mil mineros, desarrollando una minería de veta, sin mayor tecnología que no afectó en absoluto el ambiente, pero donde se crea una preciosa comunidad, incluidas escuelas y centros culturales.

Esta es una tensión que no bajará su intensidad y tendencia insurreccional hasta el año 2005, donde se produce la última rebelión minera de gran importancia precisamente en la mina Las Cristinas en contra de la empresa canadiense a quien hoy le regresan “sus riquezas”, aplacada con una enorme represión de la GN por cierto. La tensión es tal que empresas norteamericanas, canadienses, chinas, principalmente ya para el año 2008 casi todas abandonan el país o le son retiradas las concesiones. Queda la llamada “mafia rusa”, que termina de ser expulsada hacia el año 2011, luego de una gran denuncia que se hace contra ella, momento en que a su vez Chávez hace la primera ley de nacionalización minera.

Entre tanto la aparente victoria del movimiento del minero sin tierras y sin minas, y la existencia de un gobierno que se dice revolucionario, crea las ilusiones, siempre frustradas, de un desarrollo de la vasta región ligado a una minería integral, comunal, productiva de tierras, reconstructiva del ambiente, en manos de una asociación equivalente comuna-Estado, que expulse definitivamente el mercurio y los demás venenos ligados a la minería de la zona, abra nuevas ventanas productivas agrícolas, turísticas y favorezca el desarrollo de pueblos que puedan recibir nuevas poblaciones, creando nuevas fuentes de riqueza al pueblo venezolano.

Desde los años 2012 hasta el año pasado 2015, llegan incluso a concebirse por parte del movimiento minero, megaproyectos para todo esto que ahora llaman “arco minero”, dividido en doce áreas estratégicas (grandes corredores mineros correspondientes a las grandes vetas auríferas y diamantíferas existentes en la región) desde Supamo (cercana al Manteco) hasta las minas de Ikabarú en la Gran Sabana, donde está contemplada la posibilidad de absorber alrededor de 30 mil unidades de trabajo y cooperativas mineras bajo la fórmula de empresas de producción social-comunas-Estado, en una compleja asociación, pero que hubiese significado una revolución regional de impacto nacional, y con horizontes a futuro hermosos mucho más allá de la minería. Algo que por supuesto contemplaba integrar horizontalmente las comunidades indígenas a esta revolución.

Sin embargo la historia corrió en el sentido estrictamente contrario a esta ilusión. La salida de las transnacionales significó la entrada sin precedentes de una mafia depredadora, saquedora, estructurada alrededor de las fuerzas militares, paramilitares, comerciantes y particularmente la gobernación del estado Bolívar. Rápidamente todo el ambiente social, organizativo, ambiental y productivo se ha venido deteriorando, con tal velocidad, que de hecho el movimiento minero combativo hasta hace unos años, desaparece ante la amenaza de las bandas paramilitares que toman la seguridad de las minas en sus manos, e imponen grandes vacunas que luego son compartidas con jefes militares y de la gobernación (hasta una parte de la jefatura indígena entra en esta jugada, con capitanes indígenas que exigen por igual su parte individual del saqueo) .

Sin esta sumisión no hay posibilidad de producción alguna, y en caso de alguna controversia con ellas pues le pasará lo que acaba de pasar en la mina Atenea y los 28 mineros desaparecidos. El pueblo calla y se van extendiendo minas en La Paragua, zona de Canaima, la cuenca del Caura, hasta llegar en los últimos años al espectáculo depredador en Amazonas con el descubrimiento del coltán, poniendo en peligro ambiental las selvas vírgenes del Caura y las reservas de todas las cuencas acuíferas. Todas estas nuevas explotaciones desastrosas son custodiadas por militares y bandas armadas, dentro de un panorama realmente patético, donde Estado, paramiltarismo, mafias políticas y comerciantes empiezan a actuar como un solo cartel de intereses, aplastando la obra de rebelión, e inventiva social y productiva que las comunidades mineras e indígenas han sobrellevado al menos en los últimos treinta años.

Incluso empresas como Minerven y las grandes plantas de tratamiento de mineral ligadas al Estado, igualmente se han convertido en nichos de saqueo y robo interno, llegando al colmo de convertirla en una empresa en quiebra, algo inaudito en el mundo entero, teniendo en su poder la gigantesca área productiva que configura la veta aurífera de El Callao.

Ante este patético panorama llegamos a la nueva historia que el gobierno de Maduro acaba de inaugurar con la nueva entrega al capital transnacional del gran arco minero, desesperado por cubrir el monumental déficit fiscal de su gobierno. Quienes fueron los agentes de una gran rebelión histórica y creadores de una esperanza para todo el país, volverán a ser la mano de obra explotada de estos grandes explotadores y genocidas ambientales. Estamos hablando de más de cien mil mineros venidos de todos los rincones más pobres del país y América, hoy como nunca, sin tierras, sin minas, sin organización, sin futuro y masacrados.

Aquí el círculo conspirativo contra la revolución popular bolivariana está clarísimo. Cómo desde el Estado se fraguaron las condiciones para acabar con toda posibilidad de revertir una historia de 500 años a favor de las comunidades y la clase trabajadora, y una vez vencida esa fuerza de resistencia, volver a poner en manos del gran capital, y los grandes carteles mafiosos creados en los últimos años una riqueza que por esencia y por ley es de todo el pueblo. La tragedia del “eterno retorno”.

Para terminar, las circunstancias que hoy se adelantan con esta inaudita entrega y venta de la soberanía nacional, no se puede leer sólo desde un punto de vista ambiental (problema del genocidio ambiental que supone la gran minería) o económico (problema de la intensificación del extractivismo). Hay que entender a fondo lo que ha sido la larga historia de opresión y liberación, de una intensa lucha de clases donde como siempre solo el pueblo trabajador pudo finalmente concebir una salida que nada tenga que ver ni con ecosidios ni con el extractivismo y el rentismo económico, por el contrario. Pero esto desde Miraflores, PDVSA, Banco Central, Comando de la Guardia Nacional, Gobernación de Bolívar, ha sido bloqueado y aplastado. Allí están los responsables principales masacres políticas en definitiva, siendo esta una de las historias más claras de la conspiración contrarevolucionaria y burocrática que se ha fraguado en los últimos doce años…¡que el pueblo lo diga y responda con su propia voz, que este no es otra cosa que un capítulo más de la colonización continuada!.



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Roland Denis

Luchador popular revolucionario de larga trayectoria en la izquierda venezolana. Graduado en Filosofía en la UCV. Fue viceministro de Planificación y Desarrollo entre 2002 y 2003. En lo 80s militó en el movimiento La Desobediencia y luego en el Proyecto Nuestramerica / Movimiento 13 de Abril. Es autor de los libros Los Fabricantes de la Rebelión (2001) y Las Tres Repúblicas (2012).

 jansamcar@gmail.com

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