Con fecha predeterminada y largamente anunciada, 1º de septiembre, se prepara una agresión sin precedentes contra un gobierno democrático en América Latina. Un golpe como los que repitió por decenas el Departamento de Estado en la región durante décadas, ahora con formato por completo diferente, puesto que diferentes son las condiciones en que debe intentarlo.
Se trata de la escenificación de una insurrección popular contra una no menos ficcional dictadura. El Malinche uruguayo a cargo de la OEA ya dictaminó que Venezuela dejó de ser una democracia. La prensa de todo el mundo replicó su falacia. En la fecha prevista una movilización opositora obrará como pantalla para que grupos de paracos (paramilitares colombianos) infiltrados desde hace años en la geografía venezolana bajo conducción de agentes del Comando Sur estadounidense, provoquen episodios de violencia extrema en diferentes puntos del país.
Los arquitectos de la operación descuentan la capacidad de reacción a la medida de la agresión por parte de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) y de millones de hombres y mujeres venezolanos de toda edad y condición que saldrán a defender la Revolución. Aguardan ese punto para declarar la necesidad de una “intervención humanitaria” desde el exterior.
Hay demasiadas puntadas sin hilo en este entretejido imperial. Pero no las consideraremos aquí. A cambio, pondremos a consideración dos hipótesis:
- la respuesta revolucionaria aplasta inmediata y radicalmente el intento reaccionario; las fuerzas antimperialistas se potencian y la transición anticapitalista se acelera.
- el aparato militar montado por el imperialismo consigue desalojar a Maduro del palacio de Miraflores y prolongar los combates.
Hay una tercera posibilidad, la más deseable, que dejo para el final.
En Venezuela existe capacidad militar y política para darle mayor probabilidad a la primera variante. Sin embargo, en esta breve nota y a modo de advertencia al mundo consideraré viable la segunda: Estados Unidos y sus aliados consiguen su propósito y Venezuela ingresa a una guerra civil prolongada, en la que las fuerzas revolucionarias contarían con masas organizadas y medios de combate como jamás se ha visto en confrontación interna alguna. Ni aun en la guerra de Vietnam. Desde luego a semejante capacidad bélica sólo podría responderle el aparato militar estadounidense, disfrazado tras la OEA o la ONU. China y Rusia rechazarían no sólo de palabra ese tipo de intervención de Washington.
Si este escenario se hiciese realidad, ocurriría en concomitancia con dos hechos políticos que hoy conmueven al continente: el fin de la guerra en Colombia y el golpe de Estado contra la presidente constitucional de Brasil, Dilma Rousseff. En la base de todo, la crisis económica mundial más grave en la historia del capitalismo.
Incógnitas y certezas
¿Qué ocurriría con las democracias burguesas de la región si el continente pasase a girar en torno a una guerra civil en Venezuela? ¿Qué ocurriría con el intento estadounidense de recuperar la hegemonía en la región?
Nadie supone que en esta hipótesis los gobiernos de Macri, Temer, Bachelet, Vázquez, Cartes y Kusinsky se fortalecerían y darían lugar a un estadio superior en la economía y la democracia de la región.
Cabría en cambio alguna posibilidad de duda a la eventual respuesta de que, necesitado de la guerra como del oxígeno, Estados Unidos podría recuperar poder en un escenario hemisférico de violencia generalizada. Cabría preguntar incluso si, en desesperada huida hacia delante Washington no busca precisamente ese camino. Una extensión desmesurada de la táctica empleada en Libia y fallida en Siria.
El caso es que una eventual guerra interna en Venezuela, la desestabilización y la violencia se extenderían como mancha de aceite por toda América Latina. Esto repercutiría con fuerza desconocida al interior de Estados Unidos, donde crecen la desocupación, la pobreza, el racismo y la violencia. Ni Jack London en su formidable novela El talón de hierro se aproximaría en sus descripciones al escenario potencial que pondría en cuestión incluso la permanencia de la Unión. No es preciso extenderse para considerar las repercusiones de tal dinámica sobre el resto de los centros imperiales.
Irracionalidad dominante
Aunque parece más la pesadilla de un enfermo, si acaso Estados Unidos emprende el camino de la guerra contra Venezuela, esa perspectiva ominosa es, precisamente, la certeza más sólida. Basta comprender que es la irracionalidad del capitalismo en crisis la que dicta pasos tales como la generalización de la guerra en Medio Oriente, el amenazante despliegue de la Otan contra Rusia, las provocaciones guerreristas contra China en el Mar del Sur, para comprender que una réplica de esa política demencial en América Latina está dentro de lo posible.
Como quedó antes señalado, hay una tercera variante en la coyuntura inmediata en Venezuela: que el gobierno de Nicolás Maduro, las Fanb, el Psuv consigan desplegar tal poderío en los días previos a la supuesta “Toma de Caracas” como para doblegar al enemigo antes de que éste pueda arrastrar a las calles a sectores sociales en magnitud considerable y poner así en marcha el plan macabro. Sería una gran victoria de la racionalidad contra la “locura de Estado”, categoría incomparablemente más destructiva que el ya empleado “terrorismo de Estado”.
Tal eventualidad, en modo alguno improbable, daría lugar sin embargo a un paréntesis de escasa duración, puesto que Washington necesita de manera inapelable el aplastamiento del foco revolucionario latinoamericano con eje en Venezuela y los países del Alba.
Una última pregunta, que es ante todo una proclama: ¿estamos las fuerzas y los cuadros revolucionarios del continente a la altura del desafío planteado por la amenaza imperial? La respuesta es No; pero podemos estarlo.
Rodear incondicionalmente a los gobiernos del Alba; extender desde Alaska a la Patagonia un frente único antimperialista para impedir la agresión a Venezuela y la promoción de la violencia en todo el continente. Articular de inmediato una instancia organizativa regional e internacional capaz de medir con precisión la coyuntura y trazar una estrategia. Poner en marcha una conducción política internacional en condiciones de dar respuesta a esta nueva manifestación de la crisis capitalista.