El Imperio: muerte a la carta

"De este país que no ha ido a la guerra

Una voz se levanta, una gran voz

y cada aldea destruida allá tan lejos

hace gemir mis pueblos montañeses

y mis hatos llaneros,

los blancos caseríos de la Costa,

los solitarios bosques de Guayana"

Carlos Augusto León. Poeta- (1914-1997

No sin triste amargor, leo este lunes 29-08-2016 en el diario "Correo del Orinoco" que al señor vice-ministro de Régimen Interior de nuestra hermanísima República Plurinacional de Bolivia, Rodolfo Illares, los engendros humanoides que lo asesinaron… "le obligaron a subir un cerro de rodillas hasta quedar fracturadas antes de rematarlo a pedradas". No andaba Cristo por ahí; o ya no hay. Y más adelante:… "planificaron… la instalación de un sistema de explosivos con lógica de campo minado, para matar… a 200 efectivos, …". La reseña registra un sarcasmo que causa horror: El enfermo que lideró el hecho nauseabundo pertenece a la Federación Nacional de Cooperativas Mineras; creo haber oído y visto al señor vicepresidente de la Gran Nación, hombre lúcido y de su pueblo, Álvaro García Linera hablar de un "desdoblamiento de clase" cuando aludió a semejante comportamiento. Seguramente su altura humana y la mesura circunstancial le aconsejaron la parquedad, cuando a otros, ello podría parecernos burda y clara traición. El hecho es que ese placentero instinto asesino con que se perpetró algo tan dantesco (aquí Dante ya está de pecho) es el mismo que movió y mueve a los colocadores de guayas letales para los motorizados en Venezuela, a los instigadores que degustaron los 43 muertos de la "arrechera" del tipito ese o saborearon los muertos de "la salida", o los que paladearon la saña conque mataron a nuestro joven mártir Robert Serra y así por el estilo hasta celebrar cada fallecido por sicariato político, concretado por cualquier nación. El total es que subyace (esto es un decir porque lo que está es bien vivo y manifiesto) ese deseo nato de asesinar en la convocatoria fallida del 1ro. de Septiembre, en la que, con la soberbia que le ordenaron, aseguraban salir violentamente de nuestro Gobierno.

El fracaso los hizo más revulsivos y repulsivos, más dados a la delincuencia y al crimen artero. Abro un paréntesis para puntualizar que el tamaño fracaso (feliz para el país) tuvo nódulos importantes, determinantes en la claridad y seguridad conque las fuerzas bolivarianas se avocaron a contrarrestar los funestos designios de esos tipos y tipas: el aguerrido e incansable recorrido región por región por parte de los altos cargos dirigenciales de la revolución, donde quedó claro que el enemigo era y es el imperio norteamericano y su empeño en robarnos nuestros recursos naturales en bandolera intervención, como acostumbran; eso, sin duda, significó un estímulo a la conciencia política y un eficaz y decisivo resorte que catapultó el sentido de pertenencia patria y la valoración de los logros obtenidos en los primeros lustros de nuestro proceso, así como aquellos que vienen y a los que tenemos derecho; fue un esfuerzo enorme, loable y propio de grandes dirigentes que tuvo su compensación en el majestuoso e imponente lleno en la Avenida Bolívar caraqueña y sus adyacencias el día planificado para el golpe, el 1ro de Septiembre dicho. En homogéneo concierto con lo anterior, resaltemos la certeza y la valentía con que nuestro presidente Nicolás Maduro Moros asumió dirigir el contragolpe; con la franqueza y entereza que nunca le han faltado frente a su pueblo, como digno hijo de Chávez. A ese efectivo y emotivo concierto, aunemos también el desempeño certero y constante, de vigilia permanente, de lealtad probada a Venezuela de los advertidos organismos de la seguridad ciudadana y de inteligencia del país, esa especie de lubricante puntual en su accionar y en armonía con nuestros componentes armados. Así se ha fraguado la victoria y así debe seguirse fraguando, porque no cejaran en su odio. De haber ocurrido otra cosa, cada gota de sangre en el pavimento les hubiera hecho agua la boca de deleite a todos ellos; cuando digo a todos ellos no me refiero sólo a la esquinera derecha venezolana, también a ese andanar de zopilotes (gallinazos, zamuros) de las grandes corporaciones mediáticas que han ordenado asumir a Venezuela como principal objetivo a destruir y deglutir, para premeditado disfrute imperial; inmoralmente hacen rituales celebratorios con la mentira. Nuestra destrucción y la de todo aquello que huele a equidad, es su norte.

Aunque el triunfo de la paz reconfortante en Venezuela estimule el trabajo y la lucha, no debemos olvidar aquél factor, inmanente a veces y tan repugnantemente manifiesto con la muerte del alto funcionario boliviano. A mí se me ocurre pensar que el odio tiene momentos y que esos momentos son suceptibles de inducción. La intención de asesinar por odio tiene, en principio, arraigo en la lógica capitalista (especulación particular) y se origina en volitivismos básicos de ambición y codicia, aunque otras circunstancias más objetivas o personales puedan propiciarlo. En un macro universo imperial, pareciera que quienes estudian la mente humana hallan una forma de catalizar estos volitivisvos y hacer que determinados sujetos sociales (las clases dominantes en el capitalismo, por ejemplo) propendan a desarrollar con más naturalidad el deseo desmedido hacia lo material a lo cual se consideran con derecho obligado y obligante, atendiendo a supuestas promesas de concretarlas (metas) por desempeño personal ó el ejercicio cierto del poder político al que, asimismo, no puede discutírseles el acceso. Más allá de la masificación y arraigo que este criterio logra en un colectivo, la clase dominante resulta más voluble, más accesible a ese producto mental, clase preponderantemente de derecha. Sucede entonces que para salir del subdesarrollo (así, sin analizar) para ser yo también multimillonario o para cumplir el "sueño americano" se impone el medio, justificando el fin; si, como puede ocurrir, surgen las frustraciones, las impotencias o el retardo en lograr lo que tengo como promesa existencial óptima, lo conducente es fijar al "culpable" de eso: al otro; por tanto el otro, no será el otro sino lo otro y lo otro tiene que ser eliminado, bien por disposición "superior" bien motu proprio. Ojo: la eliminación de lo otro, a criterio de la superestructura imperial, quiere decir un humano (el señor viceministro boliviano o nuestro mártir Robert Serra), una comunidad (la indígena), un país o países (Libia, Irak…) o la vida toda (nada del tratado de Kioto o el calentamiento global). Pero una vez que se ha transitado reiteradamente la vía de la eliminación de lo otro por codicia y ambición, no solo se afinan los métodos y se encubren sino que surge la costumbre y, en consecuencia, hay impermeabilidad sensitiva tanto a la mortandad como al genocidio. Si hay, como puede haber, una crisis de existencia por alguna reacción, la costumbre sede el paso a la necesidad y allí, para colmo, es necesario justificarlos ante el mundo, hacerlos valederos. En última instancia, de tanto creerse "superiores", "excepcionales", autorizados para torcer brazos a cualquiera y en cualquier lugar, aflora la naturalidad impertérrita ante la sangre ajena, que es la sangre del otro; en ese contexto, el odio por codicia y ambición ya es secundario y su secuela: la muerte, es como un vicio. En ése ámbito se mueve en la actualidad el Imperio.

Hace poco, en un centro de salud, topé con una pareja amiga, ambos con ojerizas y miedo en el rostro; indagué la causa, claro, me dijeron que habían pasado toda la noche en vigilia porque su niño tenía una fiebre altísima y persistente y no la habían podido bajar. En todas esas horas habían tenido una vida incierta y trastocada, en sin razón. No podía ser de otra forma. Ahora, cuando escribo estas líneas, me saltan las preguntas obvias y comunes: ¿con qué derecho y, en especial, hasta dónde ha descendido la condición de los que desde sus oficinotas blancas, ovales, pentagonales o de bases perniciosas y ofensivas planifican guerras y bombardeos por disfrute de poder o por miedo a no tenerlo? ¿A ninguno de los allí reunidos les pasa por la mente que allá donde depondrán sus bombas hay hijos, jóvenes, nietos que van a ser aplastados; que van a la escuela, que ríen, que tienen hambre y sueños? ¿De dónde son estos tipos que siembran la incertidumbre y trastocan hasta la sin razón la vida de tantos seres humanos, sólo por dinero y poder? Esto tiene que preguntárselo la humanidad y, más allá de la interrogante, enfrentarlo. Nuestra supervivencia, repitámoslo con insistencia, está en juego. No lo dudemos.

velozberbecia@gmail.com



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