El Estado y el Orden Mundial

La Evaluación Nacional de Inteligencia elaborada por los servicios especializados del aparato de seguridad estratégica de los EEUU, concluyó, analizando la situación de Irak, que allí puede ocurrir un mayor deterioro sí en los próximos 18 meses no se recupera el Estado. Obviamente, también se refirió a la necesidad de controlar el extremismo político y neutralizar “la insurgencia” –un eufemismo para no llamar las fuerzas liberadoras como resistencia espontánea a la ocupación. Pero estas dos conductas no son sino fenómenos cuya esencia radica en la ausencia del poder ordenador del Estado, destruido por el propio poder usamericano. Una capacidad que esta en función del monopolio del ejercicio de la violencia legitima por parte del gobierno de la comunidad política. En la realidad, lo que esa apreciación recalca fue el error de la decisión de la administración neoconservadora de George W. Bush de desactivar el aparato de defensa iraquí. Una equivocación que está en la base de otros errores, como los crímenes de lesa humanidad cometidos contra la población civil, o el linchamiento del ex – Presidente Sadam Husein y sus inmediatos colaboradores, que exacerbaron las contradicciones entre los diversos sectores de esa sociedad, e impulsaron una violencia desordenada y generalizada. Un tipo de conducta que no responde a la idea de la guerra que sistematiza el uso de la fuerza, dándole un sentido político al confrontar concepciones discordantes sobre el orden social.

Lo que se revela con esta situación es la irracionalidad de la decisión de Bush. No responde ni siquiera a la lógica de la instauración del Imperio virtual a edificarse sobre el dominio del mercado globalizado. El establecimiento de tal instancia de gobierno mundial dependería de su capacidad para mantener la convivencia entre todos los poderes y todas las relaciones de poder existentes en este momento histórico. Una condición que descansa en la existencia de una concepción jurídica basada en el desarrollo de una teoría y sus propuestas prácticas. Y esta decisión justamente desconoció las bases teóricas del derecho internacional público vigente, que tienen como sustento la existencia del Estado, sin proponer una tesis racional alternativa. Aceptó Bush como valida la visión compartida por los economistas Milton Friedman y Friedrich von Hayek (los ideólogos del neoliberalismo), quienes adoptaron el pensamiento político de Joseph Nye sobre el “poder duro”. Una idea que concibe al Estado como una formación social con ley y orden interno y poderío militar externo. Allí la comunidad política formaría parte de un mundo hobbesiano –una lucha de todos contra todos- que valora la seguridad sobe todas las cosas. Desde luego, una noción que tiene su aplicación práctica en las llamada “guerra preentiva”. El uso de las capacidades militares para suprimir por adelantado cualquier desarrollo de un pueblo que pueda significar una amenaza en el futuro para la seguridad de ese Estado.

En ese ambiente internacional, mas que nunca antes en la historia, la necesidad del desarrollo militar de los pueblos se convierte en un imperativo, si se entiende al Estado como algo mucho más que un cruce entre el bienestar de los ciudadanos y su seguridad, para verlo como un marco para el avance de las personas y agregados sociales que lo conforman. Esa situación planteada en Irak, con sus efectos desestabilizadores en toda la región del Medio Oriente, ha sido indicadora del grave riesgo que amenaza a las comunidades políticas de verse envueltas en luchas donde no existen límites en la aplicación de la violencia. Un hecho que ha revertido la tendencia, surgida en la Edad Media, a la restricción de los conflictos armados, mediante el control social obtenido por el desarrollo de las estructuras estatales que los racionalizaron. Se está cayendo en una violencia generalizada y aleatoria que Thomas Hobbes describió como el “estado de naturaleza”. Es un cuadro que afecta particularmente a la región indoamericana, que es percibida por ese centro de poder perturbador como parte del “arco de inestabilidad”: una extensa área que va desde la región andina suramericana hasta llegar a Filipinas e Indonesia, pasando por el norte de África y el Medio Oriente, coincidente con lo que se llama el “tercer mundo”, donde cualquier desarrollo de los pueblos que en él habitan, se convierte en un “punto caliente”, que amenaza la seguridad del Imperio. Y hoy tienen esa condición en la región, Venezuela, Ecuador y Bolivia, lo que eventualmente los convierte en objetivos para la aplicación de la noción de la guerra preentiva. Por ello es mandatorio para toda esta zona, el desarrollo de un sistema defensivo que reduzca el riesgo de ser convertida en un espacio donde reine el “estado de naturaleza”, que ya ha hecho su aparición en la sufrida geografía de Colombia.


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Alberto Müller Rojas


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