Notas para su decolonialidad

El Ser venezolano, hijo de tres frentes territoriales: andino, caribeño y atlántico

Venezuela y su pueblo, no es una nación de un solo orígen étnico, ni de una única geografía; la caracteriza la diversidad geográfica, la pluriversidad cultural y su mestizaje. El Ser venezolano es hijo de tres grandes frentes territoriales que se entrecruzan, se disputan y se fecundan: el Andino, el Caribeño y el Atlántico. En esa confluencia, el Ser venezolano ha configurado su identidad como una trama de resistencias, mestizajes y memorias colectivas históricas silenciosas. Comprenderlo exige una mirada más allá del relato colonial que lo redujo a periferia y lo narró desde fuera. Exige, como propone Enrique Dussel, pensar desde la exterioridad del sistema-mundo, desde esa América Latina de la dependencia y la liberación (1973) que busca su identidad nacional propia.

El frente andino: la interioridad tranquila de la montaña

Los Andes venezolanos, son territorios encumbrados de nieblas, sembradíos y de comunidades cerradas sobre sí mismas, su subjetividad fue forjada con disciplina, verticalidad y respeto al “otro” por autoridad o mayoría de edad. En lo andino, el tiempo se mide por lo empinado del territorio y el paso lento de personas, las mulas y el rumor de los rezos. Es un espacio sagrado, donde el trabajo, la honra y la fe católica moldearon una ética del deber, la responsabilidad y también tendencia al aislamiento y al conservadurismo.

El venezolano andino, heredero de ese mundo montañoso y frío, encarna una tensión: la del ser humano que asciende desde lo local hacia lo nacional, buscando una voz que se escuche más allá de las montañas. Su territorialidad es de contención, de arraigo y de introspección. Pero su decolonialidad comienza cuando reconoce que esa “seriedad” andina también fue una forma de control, un eco de la diferencia colonial española que impuso jerarquías, colonialidad del ser, mediante el no reconocimiento como otro igual, la subalternización, inferiorización  silenció al aborigen y al campesino andino.

El frente caribeño: la insularidad que se repite, repite y repite.

Antonio Benítez Rojo, en La isla que se repite (1989), nos enseñó que el Caribe no es solo un espacio geográfico, sino una máquina de repeticiones, una dinámica de flujos culturales, migratorios y simbólicos que desafían el orden. El Caribe venezolano, de costas abiertas, puertos, mezclas étnicas, ritmos, comercio y contrabando, fue y sigue siendo la zona donde la identidad se vuelve comportamiento festivo, in-sur-gencia contestataria y resistencia histórica..

Desde las costas de Falcón, de la Guaira, Barlovento hasta las islas de Margarita y Coche, el Ser caribeño venezolano, asume la vida como improvisación apresurada y permanente. Es el que canta al dolor y baila sobre el naufragio. En él resuena lo afrodescendiente, lo aborigen y lo popular. Pero también, como advierte Edgardo Rodríguez Juliá al analizar las “historias de marginación” del Caribe (1980), allí se oculta la diferencia y herida colonial más persistente: la que convirtió el color de la piel y la lengua del cuerpo en marcas de no reconocimiento como persona, subalternización e inferiorización, diría Dussel, la negación de lo “distinto” que somos, “no diferentes” como nos tildan los neocolonizadores, imperialistas y traidores de la Patria. 

La decolonialidad caribeña venezolana pasa, por reivindicar ese mestizaje no como mezcla pasiva, sino como zona de creación y de poder simbólico frente a la colonialidad del ser, saber y poder euro-anglo-céntrico que quiso negar nuestra inteligencia, dignidad ética, estética y nuestra racionalidad vital.

El frente atlántico: la mirada hacia el Sur y el infinito

El frente atlántico, menos visible en la memoria histórica colectiva y el imaginario colectivo nacional, abre la puerta a la Venezuela del Delta del Orinoco, del contacto con el Orinoco, Amazonas y las Guayanas. Es el territorio de los grandes y turbulentos ríos y las aguas oscuras, donde los pueblos originarios, las mujeres y hombres del moriche, mantienen vivas sus cosmogonías. Allí se manifiesta lo que Bernardo Núñez llamó “la invención del Caribe” a partir de 1898: el modo en que el imperio estadounidense reorganizó simbólicamente la región para apropiarse de su narrativa, territorios y de su destino, actualizado hoy día por el reclamo Esequibo y la traición del gobierno trinitario, más no su noble pueblo, además del entreguismo imperial del gobierno de Guyana.

Desde el Atlántico venezolano se puede leer la historia de la dependencia en clave decolonial y apropiación genocida, ecocida y epistemicida de recursos energéticos, y minerales, oro, petróleo, gas, trabajo esclavizado. Es el frente donde la modernidad llegó con violencia extractiva y promesas incumplidas. Es el lugar donde germina una nueva conciencia territorial, un pensar desde la naturaleza, como “pacha mama” de nuestros pueblos originarios, reconocer que la geografía natural hecha territorio, no es paisaje, sino sujeto naturaleza y humanidad viviente.

Territorialidad y decolonialidad del Ser venezolano

Estos tres frentes no son regiones aisladas, sino geografías territorializadas que estructuran la identidad nacional venezolana, hoy asediada por el decadente imperio estadunidénse, hegemónico, unilateral y su ávida dependencia del petróleo venezolano, unido a la actitud apátrida de una minoría de ex venezolanos fanáticos del poder y el saqueo, como fieles representantes de la polarización política colonial del conquistador y colonizadores que dividió nuestras Patrias de Abya Yala, en civilizados los lacayos de ayer del conquistador y colonizador europeo, hoy del imperialismo genocida y sionista estadunidénse, no de su pueblo, que hoy también comienza a sentir los embates a lo que nos hemos resistido históricamente durante 533 años.Toda esta complejidad histórica, política, económica y ahora geopolítica, se reproduce un Ser que no puede ser comprendido solo desde la noción de la civilización moderna, capitalista global, sino desde la pluriversidad de subjetividades, de arquetipos simbólicos, de memorias colectivas históricas y resistentes escritas, con sudores de esclavitud y sangre por violencia genocida, etnocidios de pueblos originarios de antes y de ahora también, de epistemicidios e historicidios cómplices de gobiernos que se dicen democráticos, pero de “modo occidentalizado y socialdemócratas neoliberales”.

La territorialización del Ser venezolano ha sido también una forma de colonización: el mapa nacional como dispositivo de control, la frontera como herencia de la conquista, el petróleo como destino impuesto. La decolonialidad invita a repensar esa territorialidad no como condena, sino como posibilidad de resistencia que debe ser transformada en re-existencia.

Dussel lo diría con claridad: la liberación comienza cuando el sujeto se re-conoce exterior al sistema que lo oprime y desde esa exterioridad, se rebela, in-sur-ge y crea revoluciones, creación no violenta, dialógica a través  de la palabra honrada, en la música como himno de protesta ante injusticias, desigualdades y exclusiones, en la solidaridad y corresponsabilidad hacia el otro y la convivencia con hospitalidad libre de xenofobia, como gesto de lo común humano y la comunalidad, lo que define en última instancia, el Ser venezolano, como sujeto colectivo e histórico libertario, legado de nuestro Libertador Simón Bolívar y sus ejércitos liberadores, no invasores y apropiadores de la riqueza de los pueblos.

Hacia una identidad en movimiento

Ser venezolano es habitar una encrucijada, cruce de territorios geográficos y territorios mentales: es cargar con la montaña y el mar, con la herida y la fiesta, con la memoria colectiva e histórica rota de nuestros pueblos originarios y el sufrimiento esclavizador del africano traído como mercancía, para el trabajo explotador y extractivista, con la promesa moderna mentirosa de emancipación y su cara oculta la colonialidad y el desencanto colonial. Es reinventarse constantemente en las crisis, con la paciencia respetuosa del andino, el optimismo festivo contagioso y en movimiento permanente del caribeño y la turbulencia híbrida fluvial y oceánica del atlántico, reafirmarnos en el habla y la palabra, en la risa y el hacer, en la solidaridad histórica como colectivo dialéctico contradictorio, que sufre, pero, lucha  permanente, teniendo como horizonte de sentido, la esperanza, la libertad y la paz de los pueblos,

La decolonialidad no es una consigna académica, sino un gesto vital: el de mirar el mapa desde abajo y preguntarse, como lo haría Rodríguez Juliá (1980), quién nos contó nuestra historia y desde qué orilla.

Quizás entonces comprendamos que el Ser venezolano, no es una identidad fija, sino un acto continuo de liberación que se nutre de sus tres geografías: lo Andino, lo Caribeño y lo Atlántico, nuestra identidad es pluriterritorial, pluricultural y pluridiversa étnicamente.

 


Esta nota ha sido leída aproximadamente 1331 veces.



Pedro Alcalá Afanador

Doctor en Ciencias Gerenciales - Doctor en Ciencias Sociales - Especialista en Salud Pública - Psiquiatra - Médico Cirujano

 alcalaafanadorp@gmail.com      @alcalaafanadorp

Visite el perfil de Pedro Alcalá Afanador para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:


Notas relacionadas


Revise artículos similares en la sección:
Cultura y tradiciones