Ampárame, oh tierra maravillosa! Y esta tierra, por supuesto, lo amparó.Y le brindó pan y abrigo. E hizo suyos los hijos del hombre que venía de la Europa en guerra y la Europa en hambre y en pestes y en muerte. Los buenos canarios también recalaron aquí
La resolución que acaba de aprobar el Parlamento Europeo contra los inmigrantes, conocida como Directiva de Retorno, es un instrumento brutal y racista que caerá sobre unas ocho millones de personas, sin importar edad ni sexo. Luego de 18 meses de prisión, los afectados serán expulsados a cualquier país del mundo -no necesariamente el suyo-, sin fórmula de juicio.
Es a ese viejo continente que hoy muestra sus colmillos medievales al que acude regularmente la oposición venezolana para lloriquearle sus quejas contra el presidente Hugo Chávez Frías y denunciar, ante gobiernos violadores de los derechos humanos, que en Venezuela les están violando... sus derechos humanos.
Europa humilla a los países del llamado tercer mundo pero, de estos países, sale gente a pedirle "justicia" a Europa. Los alumnos "manos blancas" de Venezuela viajan con buenos dólares a Madrid o a Roma para decirles a los gobiernos de allá que... no los dejan viajar. Si la revolución bolivariana toma una medida, de la oposición sale una delegación a denunciar en Suecia o Alemania que el gobierno del presidente Chávez...
tomó una medida.
La arrogante Europa, empero, está entrampada. Expulsa a los inmigrantes, pero sin inmigrantes no tiene mano de obra.
El estado de bienestar alcanzado en las últimas décadas convirtió al viejo continente en un lugar de viejos.
Con uno o dos hijos por pareja, niños éstos que recibirán la mejor educación, no es de su seno de donde saldrán los trabajadores que necesita su voraz maquinaria industrial.
No sólo obreros y jornaleros del campo; es de África, América Latina y las Antillas de donde están saliendo sus deportistas.
En los juegos de selección -para sólo hablar de fútbol-, el césped opone a los rubios del norte la tez aindiada o morena que llega de los continentes otrora humillados y ofendidos.
Uno de los más bellos libros de nuestra poesía se titula Mi Padre el Inmigrante, esa profunda y conmovedora elegía de Vicente Gerbasi: El hombre, su padre, que viene de los puertos y las casas oscuras; "donde el viento de enero destruye niños pobres, /donde el pan ha dejado de ser pan para los hombres"; ese hombre europeo que viene "de la guerra, del llanto y de la cruz", al llegar a tierra venezolana a cada rato exclama: ¡Ampárame, oh tierra maravillosa! Y esta tierra, por supuesto, lo amparó. Y le brindó pan y abrigo. E hizo suyos los hijos del hombre que venía de la Europa en guerra y la Europa en hambre y en pestes y en muerte. Los buenos canarios también recalaron aquí. Y fueron tantos en nuestras ciudades como los había en la más poblada de sus siete islas. Por eso, con gratitud, llaman a Venezuela la "Octava Isla".
Pero Europa tiene, a voluntad, muy mala memoria porque el recuerdo de sus exilios le hiere el orgullo. Su dirigencia sufre de insuperable nostalgia colonial y, de cuando en cuando, se calza las armaduras del conquistador y empuña, otra vez, la cruz y la espada para orar a Dios mientras decapita pueblos.
No otra cosa es esta brutal resolución antiinmigrantes del democrático Parlamento de la Unión Europea.
Por eso, a los venezolanos que van al viejo continente a meter chismes contra Chávez y a lloriquear apoyo, Europa los recibe y los oye sin disimularles su más absoluto desprecio.