Barak Obama, un presidente políticamente incorrecto

Del polvo de una carpeta llena de recortes de periódicos ya amarillos por el tiempo, rescato un artículo titulado “La importancia del presente”, cuya idea central destaca el hecho de que vivimos por lo general (o dejamos de vivir) entre el sacrificio del presente en aras de un futuro incierto, y la completa inmersión en el presente traducida en una completa imprevisión del futuro. Vivir previendo siempre el mañana o vivir como si no lo hubiera. El Quid de la existencia, concluye el autor, consiste en aprovechar de la mejor manera el presente considerando al tiempo las consecuencias que nuestros actos pueden traernos a futuro, a los varios porvenires pero no a todos, como diría Borges.

Es decir, ni todo para hoy ni todo para mañana.

Escuchando las palabras del presidente Chávez, en el marco de la reunión con los candidatos y candidatas da cara a las elecciones regionales, sobre la creciente cantidad de nacimientos al año en Venezuela y la relación de esta tasa de natalidad con la problemática de la vivienda, especulo sobre la propensión sobre esa base a que surjan afirmaciones maltusianas, que pretendan regular los nacimientos de manera de “permitir” que se le vea el queso a la tostada al crecimiento económico; es seguro, considerando el proceso político-cultural en marcha y ciertamente indetenible, las reservas certificadas de petróleo que nos convierten en la mayor reserva mundial del recurso y los movimientos geopolíticos que viene propugnando el gobierno revolucionario que han dado lugar a una serie de acuerdos con países-potencia como Rusia y China, que Venezuela está llamada a convertirse, de hecho se está convirtiendo, en una “potencia”: pero, me gustaría pensar como algo evidente que no hace falta que lleguemos a trescientos millones de habitantes en los próximos 100 años para tener presente que la relación desarrollo económico-urbanización, tecnificación-industrialización y explosión demográfica, hoy día han adquirido un componente de insostenibilidad inexistente hace 50 años.

Es decir, ni maltusianos ni chinos.

Las precedentes afirmaciones, pretenden rechazar los argumentos tipo todo o nada, los encasillamientos, o las tendencias que “son como son”. Barak Obama, presidente electo y de imperativa juramentación, como bien lo ha afirmado Eva Gollinger, según un comentario radial sobre un artículo reciente de su autoría que el azar me permitió escuchar, no puede analogarse con un Colin Powell sólo por su común afrodescendencia, así como también se diferencia bastante de su antecesor, tanto que resulta más que suficiente para convencer a muchos que de hecho es “otra cosa”. Como presidente electo que reúne las cualidades de culto, inteligente y ecuánime destacadas por Fidel Castro, aunado a todo lo que representa su condición de miembro del partido “opuesto” al de Bush, así como la de hábil y elocuente orador (talvez la cualidad que más los diferencia), reúne una serie de elementos con la capacidad de articular la más grande operación de marketing de la historia de las campañas electorales del país del norte. La expectativa mundial generada en torno de la elección del “negro para la casa blanca” parece haber generado una romantización de la situación que ha logrado cubrir con una suerte de halo cinematográfico algunas cuestiones estructurales, que si bien se han mencionado, que si bien se conocen, conviene destacar.

La elocuente y llamativa frase “un negro en la Casa Blanca”, predecible y rimbombante, pareciera despedir deslumbrantes llamas reivindicativas, dando origen a una ocasión privilegiada para, en el país del lenguaje políticamente correcto, llamar a las cosas por su nombre. Sin embargo, el racismo y la tradicional intolerancia que han dado lugar al surgimiento de este particular tipo de lenguaje eufemístico presupone una idea de localizados orígenes, y que con todo este “acontecimiento” del “primer presidente afrodescendiente de la historia republicana de Estados Unidos” parece fortalecerse: la idea de que hay “razas”. En este sentido, conviene recordar con Aníbal Quijano que lo de la “Raza” es una “categoría mental de la modernidad”. Es un hecho verificable, que antes del inicio de la conquista y colonización hispano-portuguesa del “nuevo continente”, la idea de raza no tenía historia conocida, por lo que lo más plausible es que a partir de las diferencias fenotípicas entre los dominantes y los dominados, se haya construido como referencia de supuestas “estructuras biológicas diferenciales” entre ellos.

Recordemos estas palabras clave de Quijano sobre la idea de “raza”: “La idea de raza es, literalmente, un invento. No tiene nada que ver con la estructura biológica de la especie humana. En cuanto a los rasgos fenotípicos, estos se hallan obviamente en el código genético de los individuos y grupos y en ese sentido específico son biológicos. Sin embargo, no tienen ninguna relación con ninguno de los subsistemas y procesos biológicos del organismo humano, incluyendo por cierto aquellos implicados en los sistemas neurológicos y mentales y sus funciones”.

La idea de raza, sin embargo, se convirtió en el eje articulador de lo que Mignolo denominó “Diferencia Colonial” y en la base de lo que Aníbal Quijano denominó “Colonialidad del Poder”, en un proceso donde las potencias europeas apoyándose en su superioridad guerrerista durante el proceso de conquista, levantaron un particular sentimiento de superioridad que les permitió autocomprenderse como la civilización dominante y referencial, y que con ideas como la de raza crearon el criterio de clasificación social por excelencia para justificar y mantener la subalternización de los africanos (entre otros), de su cosmovisión, estilo de vida y productos culturales.

Si bien quinientos años de sentimiento de superioridad blanca europea/euro-norteamericana se han encargado de perpetuar la discriminación, la idea de la inferioridad de la “raza sin alma” en un país como el contemporáneo EE.UU., así como en cualquier otro lugar, queda descubierta como la gran falacia cuando constatamos que si la “inteligencia negra” denuncia el racismo y la discriminación y la emprende contra el sistema, tal como lo hiciera Martin Luther King, este termina aplastándolo y desapareciéndolo. Pero si esa inteligencia se convierte en la bocanada salvadora del sistema, pero si un “cholo” o un “negro” estudian y sacan buenas notas en Harvard y se preparan para asimilarse “exitosamente” al sistema, entonces este puede recompensarlos otorgándoles cargos relevantes como el de jefe de la diplomacia, del Estado Mayor Conjunto o el de Presidente.

Estas definiciones y categorizaciones sobre “el otro”, vulgares inventos que han surgido en el marco de desiguales relaciones de poder, ha sido la cualidad fundamental del proceso de configuración del mundo moderno colonial. En este sentido, lo de “un negro en la Casa Blanca”, representa la propaganda en si misma, la apremiante apuesta de lo que Chomsky ha llamado “el partido de los negocios”, luego del ya anunciado y majestuoso fracaso de G. Walker Bush. Obama es entonces, en función de las expectativas de cambio de política en EE.UU. en el mundo entero, el “otro” ideal, la figura diametralmente opuesta al ya aludido mago de los gazapos; y nada mejor para oxigenar la opinión pública mundial que colocar por vez primera un “negro” en el poder.

Esta gran colocación de un producto electoral completamente novedoso en el mercado, ha logrado necesariamente captar los votos de las dos más grandes minorías en Estados Unidos como lo son los “negros” y los latinos. Se ha destacado en variedad de medios, el carácter ciertamente masivo que tuvo la votación del 4 de noviembre, recordándose que dichos porcentajes de participación no se veían desde hace unas cuantas décadas, lo que de alguna manera legitima un sistema electoral donde la gente no es la que elige a sus gobernantes, quedándole sólo la posibilidad de elegir a quienes van a elegir al presidente, que son los delegados electorales, quienes a su vez tienen la posibilidad de vulnerar la voluntad de los electores de abajo, que son el pueblo. Esto ya sucedió con Al Gore, quien obtuviera más votos populares que Bush en unas elecciones que tuvieron que ser decididas a favor de este último en los tribunales de justicia. De acuerdo a esto, Obama no sólo ha logrado generar celebraciones en Kenia, Zambia, y otros paises del mundo, sino que ha logrado legitimar el elitista y excluyente sistema electoral norteamericano.

Recordando la definición de Estado que ofrece Marx como ese “comité o junta encargada de administrar los negocios de la clase dominante”, de acuerdo con su planteamiento de que en una sociedad determinada el edificio jurídico y político se levanta sobre una base o estructura económica, en el caso de Estados Unidos estamos en presencia de dos estados: el Estado visible cuyo nuevo jefe es Barak Obama y el Estado profundo como poder real, brazo político del complejo militar-industrial-ingenieril. Es el “partido de los negocios” aludido por Chomsky, que de acuerdo a las necesidades y contexto político del momento, saca sus fichas de cualquiera de las dos facciones que lo forman: la republicana y la demócrata.

Se debe a Harry Truman, presidente de Estados Unidos entre 1945 y 1953, la modificación profunda del Estado Federal al crear en su seno el “Aparato Securitario de Estado”. Hoy en día conocido como complejo militar-industrial, en sus inicios este fue conformado por el Consejo de jefes del Estado Mayor (JCS), el Consejo de Seguridad Nacional (NSC), y la Agencia Central de Inteligencia. Esta tríada de organismos, caracterizados por su opacidad, disponen de un poder sólo necesario en tiempos de guerra. Para 1945, terminaba la segunda guerra mundial y comenzaba la tercera, la llamada guerra fría, en función de la cual surge este vasto aparato cuya creciente influencia en las instituciones estadounidenses, hicieron que el presidente Eisenhower, en su conocido discurso de adiós del 17 de enero de 1961, declarara:

“En los consejos de gobierno, tenemos que tener cuidado con la adquisición de una influencia ilegítima, deseada o no, por parte del complejo militar-industrial. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y ese riesgo se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos”.

A partir de aquí, aunque es un tema más o menos tabú, se ha podido conocer que detrás de la alternancia partidista político-partidista entre demócratas y republicanos, quien realmente ha ejercido el poder en ese país ha sido este directorio secreto de grandes empresarios industriales y militares, cuyo poder ha quedado patente en recordadas ocasiones. Mencionemos tres de ellas: el caso de J.F. Kennedy y su asesinato, verosímilmente por entrar en conflicto con su Estado Mayor por las cuestiones de Cuba y Vietnam; el caso de Kissinger, quien después de renunciar a vencer en Vietnam le organizaron su destitución con la planificación del escándalo de Watergate, y el que talvez fuera el caso menos traumático como lo fue el de Bill Clinton, quien negándose a ser un instrumento más del aparato securitario ordenó su disolución, con el resultado de verse envuelto en el recordado caso de Mónica Lewinsky.

El asunto de faldas con la becaria israelí Mónica Lewinsky, como refiere Thierry Meyssan, fue un complot urdido por los representantes del “Estado profundo” desde su exilio en Israel. Clinton, fue sometido a un proceso en cuyo desarrollo, disponiendo de cierto margen de maniobra, pudo dar marcha atrás a su inicial determinación. A partir de aquí, en afirmación de Meyssan “En momentos en que la Cámara de Representantes acababa de votar su destitución, Clinton restableció el gobierno secreto y el Senado lo salvó. Después, le ordenó a la OTAN que bombardeara Serbia”.

Más allá del Show del “presidente negro”, habrá que analizar hasta que punto Obama podrá disponer de un margen de maniobra suficiente que le permita mantener un nivel aceptable de independencia frente al Estado profundo, cuya embriaguez de poder lo hace una organización contumaz y capaz de cualquier cosa con tal que nada obstaculice el cumplimiento de sus mas caros objetivos. La gravedad de la crisis financiera, el empantanamiento en Iraq, la situación nada ventajosa en Afganistán, la creciente influencia geopolítica de nuestro país a nivel mundial, al tiempo que emplazan a Obama a cambiar sustancialmente la política exterior norteamericana de los últimos años, parecen otorgarle cierto margen de maniobra para alejarse de la influencia de los halcones.

Barak Obama, como bien lo ha demostrado, se diferencia mucho de un George W. Bush del que hasta John McCain hizo esfuerzos por desmarcarse en la campaña electoral, pero habrá que ver hasta que punto podrá apoyarse en su fuerte apoyo popular para impulsar políticas en función de unos intereses que vayan más allá de la enfermiza realpolitik de los halcones. En relación a la negritud de Obama, y considerando las consecuencias de la idea de raza (la idea de raza, como se ha dicho, es un invento, pero un invento de formidables consecuencias) podemos decir que el nuevo presidente de EE.UU. se ha ganado por su formación el derecho a formar parte de la elite política estadounidense, de una estructura sonde sólo entran los política, ideológica y culturalmente blancos. Por su puesto, más allá del fenotipo.

amauryalejandro@gmail.com


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