El sistema se desmorona
Aunque se pronostica una recesión peor que la de 1929, lo que la “crisis financiera” está poniendo de presente con cada nuevo escándalo es que la verdadera crisis es la del sistema capitalista en su conjunto.
En consecuencia, más allá de lo económico, lo que está en juego son los fundamentos de la organización social.
No sólo se ha confirmado –como postulaban las clásicos- que quitarle las riendas del progreso y la seguridad sociales a la ambición particular de los capitalistas, es indispensable para que no se desborden, centrando su actividad económica en lo especulativo para, finalmente, caer en la estafa, al tiempo que abandonan la producción de bienes y servicio que realmente crean riqueza. También se ha demostrado que las estructuras del poder han estado al servicio exclusivo de los potentados, mientras desprecian, exprimen y expropian a las mayorías.
La presunta habilidad especial, vocación personal, liderazgo innato, inteligencia superior, sensibilidad extrema o cualquier otro embeleco que un individuo o el partido que lo apoya esgriman para pretender que es capaz de representar a otros ciudadanos carentes de esas condiciones, no es más que un mito social sustentado en la imposibilidad física de cada uno para representarse a sí mismo en las sociedades que se atrevieron a negar el supuesto origen divino de la autoridad, reclamándolo para el pueblo.
Así nació la “democracia representativa”.
Sin embargo, el mito de la “representación” no puede continuar. Se impone la “democracia directa”, que es la única que merece ese nombre.
El vertiginoso desarrollo técnico científico propiciado por la ambición de los capitalistas ansiosos de lucrarse - por la cual despliegan y financian aventuras productivas impensables para un Estado burocrático, autoritario y anquilosado- ha creado las condiciones objetivas para el cambio social, entendido como la forma de ejercer la autoridad que reside en el pueblo, y de distribuir la riqueza que es fruto del esfuerzo colectivo.
El monopolio de autoridad y riqueza no puede seguir en manos de unos privilegiados que han perdido el rumbo hasta convertirse en un obstáculo para el objetivo esencial de la conservación.
El ánimo de lucro, descontrolado porque las autoridades son cómplices y siervas de los potentados, está acabando rápidamente con las condiciones indispensables para que la vida continúe.
Además, impide que los individuos puedan disfrutar plenamente los abundantes frutos del desarrollo concurriendo, al mismo tiempo, en las actividades necesarias para evitar y reparar los daños al medio ambiente que amenazan con la extinción.
Por eso, para que los frutos del progreso puedan beneficiarnos a todos, el poder no puede seguir siendo un asunto de “representantes” ni de “personalidades” carismáticas o totalitarias. Su único propietario legítimo es la sociedad, que ya está en condiciones de recuperarlo y ejercerlo con responsabilidad, en beneficio de todos y no de unos cuantos privilegiados contra el resto.
En consecuencia, la producción y la distribución de la riqueza no pueden seguir siendo orientadas por unos pocos individuos que le niegan su disfrute a las mayorías y no sienten ningún remordimiento al ver a millones de seres humanos muriendo de hambre.
¡Qué les importa! Son negociantes, hombres de éxito, triunfadores, no monjas de la caridad.
Eso sí, si sus fortunas se ven amenazadas, sus amigos del gobierno tienen que indemnizarlos sin mayores requisitos ni dilaciones. Por eso quieren tanto a Bush, aunque no dudarán en dejarlo abandonado cuando la justicia lo persiga.
Nuevo paradigma del poder
Depende de todos los ciudadanos conscientes, apersonados de sus derechos y activos en su conexión a Internet, ejercer la democracia directa que descalifique a los politiqueros profesionales que pretenden seguir despojándonos a los demás de esa condición de animales políticos.
Esa que es inherente a todos y que, por fin, todos podemos ejercer directamente, dando nuestras propias opiniones, apoyando u oponiéndonos libremente a lo que sea un asunto de interés público sobre el que las autoridades deban tomar una determinación.
Nadie puede decidir por todos. Ningún “representante” tiene ese poder. Sólo las autoridades lo pueden hacer. Y éstas no son otras que los ciudadanos interesados en el asunto, ejerciendo su función política indelegable.
Este mecanismo es espontáneo. No está sometido a las arbitrariedades e intereses del poder establecido. Es novedoso pero ya la humanidad se lo apropió.
Uno de sus resultados más esperanzadores fue la derrota de los republicanos, esos cadáveres que Bush ha precipitado a la letrina del pasado, por suerte para un mundo agónico que requiere un tratamiento de choque para evitar la muerte.
Ojalá Obama no olvide que puede ser quien facilite esa transición revolucionaria que le devuelva la soberanía a los pueblos y distribuya la riqueza social equitativamente entre toda la población, eliminando privilegios que ya no tienen ninguna razón de ser y que, más bien, impiden que alcancemos la sociedad verdaderamente democrática que nos reconozca a todos nuestra dignidad y nuestros derechos.
Tenemos la obligación y la oportunidad de construir un mundo amable y limpio en el que quepan todas las especies y las riquezas naturales se usen con cordura y no por una mera ambición egoísta que termina convirtiendo todo en basura.
Es asunto de todos consolidar la verdadera democracia y repudiar a los líderes y los caudillos que nos llevan al precipicio mientras nos condenan a una existencia miserable.
La realidad ha demostrado hasta la saciedad que el poder corrompe y que no hay nadie inmune a abusar de él, si le permiten ejercerlo.
Es bueno que todos lo sepamos y lo tengamos presente siempre.
Quizás la “historia” comprende o abarca el decurso de las sociedades jerárquicas y autocráticas que sacrificaban al individuo para ponerlo al servicio de los potentados.
Si es así, por fin se cumple la grotesca afirmación de Francis Fukuyama sobre el “fin de la historia”, aunque no porque el imperio usano haya adquirido grandeza perpetua e incontrastable sino porque las mayorías han conquistado la dignidad y no se le subordinan a ningún gobernante diferente al colectivo social.
Estaríamos inaugurando la “neohistoria” o la “poshistoria”, como se prefiera. O sea, la vigencia del “hombre nuevo” que ha desvelado a tantos idealistas desde tiempos antiguos.
Al fin podemos realizar el ideal cristiano de amor al prójimo como fundamento de las relaciones humanas y sin discriminaciones, que otros guías espirituales han predicado en otros pueblos, pues las mayorías somos buenos y no aspiramos a ser lobos de nuestros hermanos. En consecuencia, debemos estar alertas para no ser instrumentos de los lobos humanos, pues existen; casi todos los políticos lo son.
Sin duda, el impresionante desarrollo de las fuerzas productivas significa que disponemos de odres nuevos. La tarea es llenarlos con vino nuevo. Esto es, con los ideales utópicos ahora factibles y al alcance de la humanidad, si lo exigimos y dejamos de esperar Mesías farisaicos que nos ofrezcan la redención como un acto de prestidigitación imposible para las mayorías.
Estamos viviendo la oportunidad de que la sociedad civil tome el control y organice el andamiaje institucional público en términos favorables al bien común.
Las elites privilegiadas e insensibles están condenadas a desaparecer. Su podredumbre lo exige en beneficio de todos, incluidas ellas mismas.
Las multitudes pensantes y deliberantes se han encargado de denunciar a los delincuentes inescrupulosos que han monopolizado el poder en todas partes mediante el expediente de mantener a las mayorías en la ignorancia, la miseria y el abandono, hasta convertirlas en masas obedientes y acríticas que se manifiestan multitudinariamente como borregos.
Ahora, la participación de las multitudes en los asuntos públicos que los políticos y gobernantes se han reservado con exclusividad, se ejerce con libertad y responsabilidad, guiada por el bien común, la decencia, el respeto, el progreso, la verdad...
Vencer la última canallada, reto de la especie
Es esta participación consciente la que impedirá que los sionistas cumplan su designio de exterminar a los palestinos, del cual el brutal bombardeo a Gaza no es más que otra etapa en la milenaria campaña para arrebatarles sus tierras, que se inició con los sueños de un pastor secundado por su atractivo sobrino.
Llegó la hora de detener la andanada genocida de los politiqueros contra Afganistán e Irak, que ahora han extendido a la llamada “Tierra Santa”, donde el socio más protegido por el imperio, Israel, está haciendo un uso excesivo de la fuerza, demostrando una brutalidad y un cinismo que ofenden la dignidad de la especie y niegan cualquier progreso de la civilización, siguiendo fielmente los pasos de su mentor, el mendaz carnicero Bush.
Se impone el ejercicio de la “democracia directa y global” que comenzó con negarle la presidencia de USA al guerrerista John McCain.
Costituirá la segunda gran victoria de una comunidad mundial resuelta a asumir las riendas del poder y castigar a los corruptos politiqueros clientelistas que han despojado a los ciudadanos de su soberanía.
Se trata de lanzar y sostener un ataque a fondo y definitivo contra la “autocracia”, disfrazada en nuestros tiempos de “democracia representativa”. Ésta fue la sepulturera de las monarquías absolutistas, pero ya cumplió su papel. Es un freno para el progreso y debe pasar a los museos, cuando no a las letrinas del pasado.
El ataque despiadado a la franja de Gaza constituye el último esfuerzo de los sionistas por defender un orden mundial injusto y criminal en el cual ellos han sido actores principales, grandes y destacados protagonistas, aunque se empeñen en mantener un bajo perfil.
Por eso es urgente detener su demencia mediante el repudio unánime de la humanidad decente a la masacre, antes de que logren su propósito de desencadenar un conflicto de grandes proporciones que frustre las esperanzas generadas con la elección de Obama y que, desde el 20 de enero, deberían marcar el cambio de rumbo para todo el mundo, una vez superado el macabro mandato de Bush.
Tenemos que impedir a todo trance que este bandido entregue la presidencia no sólo con una crisis económica de inmensas proporciones sino con el inicio de la tercera guerra mundial.
Es lamentable y premonitorio que Obama no haya rechazado el genocidio indiscriminado. Pero constituye un motivo más para que cada ciudadano se pronuncie con claridad, de modo que el repudio universal al crimen y a los criminales sea tan evidente como contundente que ni el mitómano que les sirve de modelo pueda soslayarlo sin volverse reo inmediato de la justicia universal.
Es el gran fruto saludable de la “globalización” que hermana a los hombres por encima de los intereses de los déspotas y potentados depredadores quienes, hasta ahora, han sido sus grandes beneficiados. ¡Llegó la hora de los pueblos!