Caracas, 01 Feb. ABN.- El diplomático estadounidense John Negroponte, quien recientemente calificó al presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, de «amenaza para las democracias latinoamericanas», parece haberse especializado en hacer el trabajo sucio de la política exterior estadounidense, de acuerdo con su prontuario «profesional».
Nacido en Londres hace 68 años, en el seno de una pujante familia griega, Negroponte participó en negociaciones secretas con el Vietcong en la fase terminal de la guerra de Vietnam, junto con el entonces secretario de Estado de la nación norteamericana, Henry Kissinger, tras lo cual fue encargado de coordinar ciertos asuntos que Estados Unidos tenía pendientes en Centroamérica, recién iniciada la década de los 80.
Según documentos desclasificados y consultados por Peter Kornbluh, investigador del National Security Archive en Washington, hay pruebas de que Negroponte intervino personalmente para armar a la guerrilla de la «contra», cuyo fin era deponer el Gobierno sandinista (izquierda) que entonces gobernaba en Nicaragua.
«Durante la gestión diplomática de Negroponte en Honduras, entre 1981 y 1985, Estados Unidos financió ilegalmente una guerra sucia contra Nicaragua, en la que cientos de civiles fueron asesinados a sangre fría, y otros muchos torturados, mutilados, violados y robados», dice Kornbluh en un artículo que describe el perfil de Negroponte, publicado en el portal de activismo social Magda Bandera.
De acuerdo con los documentos consultados por el investigador, aunque Negroponte «salió ileso» de una investigación hecha por el Congreso de Estados Unidos sobre presuntos crímenes cometidos en Honduras y Nicaragua en los años 80, «hay múltiples indicios de que él era el procónsul, es decir, el verdadero poder en Honduras».
En el mismo contexto, otras reseñas periodísticas sobre Negroponte refieren que el presupuesto de la embajada estadounuidense se multiplicó por 25 mientras el funcionario sirvió de embajador en Honduras, país que, en aquel momento se conocía como el «portaaviones inhundible de Estados Unidos».
Kornbluh también señala en su investigación que el embajador de Estados Unidos censuró informes sobre los abusos de derechos humanos en Honduras, concretamente respecto al asesinato de unos 300 disidentes a manos del «Batallón 3-16», también conocido como «escuadrón de la muerte».
Al terminar la «guerra sucia» centroamericana, Negroponte fue trasladado a las embajadas de México y Filipinas, aunque en 1996 dejó el servicio diplomático para acceder a la vicepresidencia de la multinacional financiera y editorial McGraw Hill.
No obstante, en el 2000 Negroponte volvió a ser herramienta útil para la política exterior de Estados Unidos, cuando el presidente George W. Bush lo nombró embajador ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde se le encargó la estratégica tarea de explicar a la comunidad internacional que era «necesaria» la invasión militar de su país a Irak.
Posteriormente, fue justo a ese país árabe donde Negroponte debió trasladarse para ser el «embajador clave» de la potencia norteamericana, tal vez en función de su especial desempeño en el comando de operaciones tipo «contrainsurgencia».
Sin embargo, tras la conocida ola de violencia que azota a Irak, la cual ha terminado por arrebatarle al Gobierno de Estados Unidos el control de la intervención militar iniciada en marzo de 2003, Bush optó por mover sus «fichas» y nombró a Negroponte subsecretario de Estado, adjunto a la titular de ese Departamento, Condoleezza Rice, el pasado 5 de enero.
Entre otras referencias, Negroponte es un diplomático «asépticamente frío al que no le importa lo más mínimo la vida humana», según dice Larry Birns, quien era funcionario del Consejo de Asuntos Hemisféricos en Washington para el 2004.
Pero en el trato personal da otra impresión. «La imagen agresiva que se le atribuye a Negroponte está muy alejada de la realidad, siempre rehuye el enfrentamiento», asegura Adolfo Aguilar Zinser, el embajador mexicano ante la ONU en el 2003, quien se opuso a la intervención bélica en Irak.
«Desde sus días con Kissinger, Negroponte entiende el valor de la lealtad. Siempre sigue instrucciones», dice Zinser.