El regreso de Fuenteovejuna

La explosión o terremoto social del 27 de febrero de 1989, cuyo epicentro estuvo en Caracas y Guarenas, es el parteaguas de esta historia cotidiana que llevamos en la piel.

Cualquier explicación a lo que ha sucedido después no puede, ni debería, obviar esta referencia. Algunos lo olvidan. Desde la derecha se dice que “antes éramos felices y no lo sabíamos”, pretendiendo saltarse esas páginas recientes de aquella fábrica de pobreza, en la que fue convirtiéndose el país en la época del pacto de Punto Fijo.

Una década antes, en noviembre de 1979, se produjo otro acontecimiento relevante, que resulta necesario colocar en el papel y en el discurso, para poder entender de dónde venimos y hacia dónde vamos. En esa fecha, la izquierda no convencional, o la nueva izquierda que fue cuajando a trancas y barrancas, ganó las elecciones en la organización sindical más importante de ese momento, el Sindicato de Trabajadores Siderúrgicos de Ciudad Guayana, el corazón industrial de la “gran Venezuela” que había prometido Carlos Andrés Pérez. Una alianza conformada por la Liga Socialista, Comités de luchas Populares, CLP; Causa R y GAR, un grupo que había surgido del socialcristianismo disidente, ganó las elecciones con amplia mayoría; consiguió siete de los 11 cargos en disputa y la mayoría de los delegados departamentales, que era otro campo sensible en disputa.

La burocracia sindical tradicional de la CTV, con sus planchas de AD y Copei, salieron con las tablas en la cabeza. Era un pequeño terremoto que ocurría en un terreno sagrado para la dominación política, económica y sindical, el establishment pues. Guayana era la Patagonia Rebelde, la película de Héctor Olivera, de 1974.

Después de lo ocurrido en Sidor se inició una cruzada contra los trabajadores de Guayana. En Venalum dos procesos electorales fueron desconocidos, el sindicato intervenido y se discutió el contrato de trabajo sin que los trabajadores supieran quién elaboró las cláusulas que se establecieron. En Alcasa fueron despedidos los sindicalistas y se creó un sindicato paralelo para discutir el contrato. En Ferrominera se le daba largas a la discusión del contrato. Había que impedir que el ejemplo se repitiera.

En ese momento, Guayana estaba en el centro de los planes del Estado. Sidor era cabeza playa de la “gran Venezuela”, el supuesto megaproyecto de la IV república que nos colocaría en la ruta del desarrollo. En ese momento se adelantaban el plan IV de Sidor, la construcción de la última etapa de la presa del Guri y se mostraban los proyectos de las empresas del aluminio como una inmensa oportunidad.

El triunfo de otra izquierda, en el mundo de la clase obrera industrial, generaba expectativas nuevas. ¿Podía levantarse una opción diferente desde los trabajadores? ¿Allí se gestaba un liderazgo con capacidad para romper los diques de contención del ostracismo político? Eran preguntas con validez a principios de la década de los 80. Esta es la crónica no estudiada.

Pero, ¿qué pasó con todo aquello? La empresa, el Estado represivo y la burocracia sindical cetevista, que había acusado el golpe, se vinieron con toda su capacidad destructiva. La discusión del contrato colectivo se pospuso y después de iniciadas las conversaciones, la directiva de Sidor y el gobierno de Luis Herrera trabajaron para que se quebraran, para que dejara de tener razón de ser la discusión en la mesa de negociaciones con la representación de los siderúrgicos, integrada por el comité ejecutivo de Sutiss y los delegados de base.

El fin era llevar la discusión a una comisión especial, como lo establecía el instructivo 11 elaborado por el gobierno de Carlos Andrés Pérez, que limitaba el derecho de los trabajadores de las empresas del Estado a discutir su contratación colectiva y a pelear por ella.

Entonces, la valla de los obstáculos se puso muy alta. La discusión contractual venció el tiempo previsto legalmente. La traba estuvo en las principales demandas de los siderúrgicos: aumento salarial, reducción de la jornada, subsidio de los alimentos, y otras mejoras.

El Estado-patrón regentado por el gobierno copeyano se mostró insensible y contrario a las aspiraciones obreras. El gobierno a través del Fondo de Inversiones de Venezuela se planteó la reorganización de Sidor, a partir de políticas que buscaban hacer recaer sobre los trabajadores la ineptitud, los errores y los desaciertos de las políticas de la empresa.

El objetivo era convertir a Sidor en una empresa “rentable”, para lo cual la meta fue reducir el número de trabajadores -con 3000 despidos- en un lapso de dos años, congelación de salarios y demás reivindicaciones de los trabajadores. Sidor era una empresa con pérdidas como resultado de una asesoría técnica costosa, que acentuó la dependencia tecnológica. Era literalmente hablando un desastre. Varias décadas después aquellos males congénitos siguen dando vueltas sobre la empresa, que sigue dando pérdidas.

El Estado-patrón y la burocracia cetevista impusieron su ley de hierro. Asaltaron al sindicato Sutiss, como lo registra la prensa de la época; firmaron un contrato sin reducción de la jornada, que no tomó en cuenta las reivindicaciones obreras y montaron en la directiva sindical a unos impostores que avalaron el atropello patronal.

El movimiento obrero siderúrgico fue acosado y reprimido. Uno de los dirigentes sindicales –Gabriel Moreno- fue encarcelado en La Pica, la cárcel del estado Monagas, donde llevaron a muchos presos políticos; otros dirigentes fueron despedidos y privados de la opción de trabajar en otras empresas, como Alfredo Del Nogal; y otros dirigentes, como los de la Causa R, terminaron negociándolo todo y entregando las banderas de la lucha sindical.

Lo más importante es que aquella opción de rebeldía, que insurgía en el movimiento obrero, resultaba amainada y postergada. El movimiento social y obrero que había logrado quebrar la hegemonía de la burocracia sindical y los gobiernos de AD y Copei se apagaba.

Diez años después Fuenteovejuna vino de regreso. El 27 de febrero de 1989 estremeció los cimientos sociales y políticos; apareció otro movimiento social no reconocido, con epicentro entre los sectores y barrios pobres, tradicionalmente relegados de las reformas y de las promesas de cambio; los anónimos y desterrados.

Orlandovillalobos26@gmail.com


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