Recientemente se ha puesto de moda acusar de "anarquismo" a los sectores de la izquierda revolucionaria que mantienen posiciones críticas con relación a determinadas políticas del gobierno.
La referencia presidencial al "anarquismo" de las consignas de la marcha del 27 de febrero de 2008, convocada por la Asamblea Popular Revolucionaria de Caracas, es uno de los ejemplos más notorios de esta tendencia.
De manera simplista, se señala al anarquismo como una ideología reaccionaria. No hay que ser anarquista para reconocer un error en ese método, que no critica sino que tergiversa el contenido de la doctrina. Este es un momento propicio para valorar en su justa dimensión el legado histórico del anarquismo. Este primero de mayo estaremos conmemorando 122 años del inicio de una huelga por la jornada de ocho horas, la cual derivó en la masacre de la plaza de Haymarket, y luego la ejecución de los cinco mártires de Chicago.
Estos mártires, al igual que Sacco y Vanzetti, fueron ejecutados por órdenes del sistema judicial estadounidense, por el único crimen de su activismo comprometido con la clase trabajadora. Y eran anarquistas. Evidentemente, los agentes de la burguesía que ordenaron su ejecución no consideraban al anarquismo como una ideología funcional al sistema capitalista. ç
El anarquismo se diferencia del marxismo fundamentalmente en la cuestión del socialismo, como etapa de transición hacia el comunismo: tanto para los marxistas como para los anarquistas, el comunismo es la disolución del Estado, el fin de la división de la sociedad en clases; pero los anarquistas no conciben la idea de un Estado revolucionario, en transición hacia el comunismo. De esa diferencia con el marxismo se derivan aspectos de su praxis, como la táctica de no organizarse en un partido, o la decisión estratégica de no luchar por la toma del poder del Estado. El anarquismo revolucionario, el del clasismo militante y anticapitalista, tuvo su auge entre los finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, destacándose la experiencia del anarcosindicalismo español durante la segunda república. Actualmente esa tradición revolucionaria del anarquismo ha quedado muy reducida como corriente. El nihilismo es lo que abunda ahora, a nombre del anarquismo, y tiene muy poco de revolucionario. En Venezuela, algunos de estos grupos que se proclaman anarquistas, participan en las movilizaciones de la derecha, valoran positivamente al movimiento estudiantil reaccionario, e incluso participan en acciones de corte fascista, como el ataque a la Escuela de Trabajo Social de la UCV, realizado a finales del año pasado.
Muchos detractores del anarquismo suelen asimilar este término a la noción del "individualismo" burgués, o pequeñoburgués. Se suele criticar el individualismo de la sociedad capitalista. Pero, ¿es realmente cierto que esta sociedad valore la individualidad?
Las evidencias cotidianas apuntan a la conclusión de que esta sociedad prácticamente niega la posibilidad del individuo, al emplear todos sus medios en convertir a la persona en máquina consumidora y productora de plusvalía, las únicas cualidades "humanas" cuyo desarrollo le interesan a la clase explotadora. Basta con observar los medios de comunicación de masas, esa horrible maquinaria destructora de la personalidad individual, que mastica las mentes y las hace uniformemente alienadas. El objeto de la revolución es liberar al individuo de las cadenas capitalistas (la explotación material y la ideología capitalista son eslabones de la misma cadena) que le impiden llegar a realizar su individualidad.
No hay que concederle a la burguesía esa pretendida defensa de la individualidad, pues se trata de una de sus más importantes mentiras propagandísticas. La cara opuesta del "individualismo" burgués no es la negación del individuo a nombre de lo colectivo. La respuesta revolucionaria a la concepción burguesa del individuo es decir que no existe tal oposición entre individuo y sociedad, sino que se trata de dos niveles de una misma realidad (no hay sociedad sin individuos, ni individuos que vivan y se formen aislados en un tubo de ensayo) y que la libertad individual será una realidad para todos cuando la sociedad sea liberada de la opresión de una clase sobre otra, con todas las taras culturales que la violencia organizada del Estado burgués supone.
Un revolucionario es, sobre todo, un humanista, alguien que apuesta al libre desarrollo de la personalidad, y que reconoce en la revolución el medio para construir las condiciones de esa libertad.
Concluyo citando extensamente un fragmento del texto "La Política del Consejo", de Mijail Bakunin, escrito en 1869, y en el cual se reflejan algunos rasgos importantes del anarquismo revolucionario. Estos se diferencian claramente, tanto de las caricaturas que realizan sus detractores, como de lo que reivindican muchos de quienes hoy se dicen anarquistas.
"¿Sabe usted que entre el proletariado y el burgués existe un antagonismo mortal que es la consecuencia lógica de las posiciones económicas de las dos clases? ¿Sabe que la riqueza del burgués es incompatible con la comodidad y la libertad de los trabajadores, porque dicha riqueza excesiva está, y puede solamente estar, construida sobre el robo y la esclavitud de los trabajadores? ¿Entiende que, por esta misma razón, la prosperidad y la dignidad de las masas trabajadoras exigen inevitablemente la abolición completa de la burguesía? Sin embargo, ¿usted también comprende que ningún trabajador aislado, no importa cuán inteligente y enérgico él sea, puede luchar con éxito contra las fuerzas excelentemente bien organizadas de la burguesía, cuya ofensiva es mantenida, principalmente, por la organización del Estado -todos los Estados-?
¿No ve que, para hacerse realmente fuerte, usted no debe unirse con el burgués, que sería una locura y un crimen hacerlo, puesto que todo burgués, en cuanto perteneciente a su clase, es nuestro enemigo mortal; ni con los trabajadores que han desertado, abandonando su propia causa, y que se han rebajado para pedir la benevolencia de las clases gobernantes?
(...)
Si Ud. sabe y comprende todo esto, puede entrar en nuestro campamento, independientemente del resto de sus convicciones políticas o religiosas.
Pero si Ud. está junto a nosotros, y mientras que Ud. está con nosotros, Ud. deseará comprometer todo su ser, todas sus acciones así como sus palabras, a la causa común como expresión espontánea y sin reservas de aquel fervor de lealtad que inevitablemente tomará posesión de Ud., tendrá que prometer:
1. Subordinar su interés personal e incluso familiar, así como su ideal y actividades políticas y religiosas, al interés más alto de nuestra asociación, a saber, la lucha del trabajo contra el capital, la lucha económica del Proletariado contra la Burguesía.
2. Nunca, en su interés personal, comprometerse con la burguesía.
3. Nunca intentar afianzar una posición sobre sus compañeros obreros, pues con ello usted se volvería inmediatamente un burgués y un enemigo del proletariado, ya que la única diferencia entre los capitalistas y los obreros es esta: el primero busca su bienestar individual, y en desmedro del bienestar de la comunidad, mientras el bienestar del último depende de la solidaridad de aquellos que son robados en el campo industrial.
4. Permanecer siempre, y por toda la vida, fiel al principio de la solidaridad del trabajo, pues la traición más pequeña a este principio, la más ligera desviación de esta solidaridad, es, ante los ojos de la Internacional, el más gran crimen y vergüenza con que un obrero puede ensuciarse.
(...)
Cada obrero, en el fondo de su corazón, está anhelando una existencia realmente humana, es decir bienestar material y desarrollo mental fundados en la justicia, o sea, igualdad y libertad para todos y cada uno de los trabajadores. Esto no puede realizarse en la organización política y social actualmente existente, la cual se funda en la injusticia y el robo descarado de las masas trabajadoras.
Por consiguiente, cada obrero reflexivo se vuelve un socialista revolucionario, desde que le obligan a que comprenda que su emancipación sólo puede lograrse por el derrocamiento completo de la sociedad actual. O esta organización de la injusticia con su completa máquina de leyes opresivas y de instituciones privilegiadas desaparece, o bien se condena al proletariado a la esclavitud eterna. Ésta es la quintaesencia de la idea socialista, cuyo germen puede hallarse en el instinto de cada obrero de pensamiento serio. Por consiguiente, nuestro objetivo es hacerlo consciente de lo que él quiere, para despertar en él una idea clara que corresponda con sus instintos. Para el momento en que la conciencia de clase del proletariado se haya levantado hasta el nivel de sus sentimientos instintivos, su intención se habrá convertido en determinación, y su poder será irresistible."