Rebelión
El reciente artículo de Heinz Dieterich, Política económica y discursiva suicida del gobierno venezolano,
sobre la situación de la economía de ese país y, más específicamente,
sobre el problema de su elevada tasa de inflación y los problemas de
desabastecimiento existentes no ha podido menos que causarme sorpresa
por diferentes motivos que iré desgranando a lo largo de este texto.
De
entrada, quisiera advertir que coincido con él en determinados aspectos
que señala en su artículo pero que no van más allá de lo meramente
descriptivo: el nombramiento de ministros improvisados y con escasa
formación específica para carteras importantes (a lo que añadiría la
alta rotación que viene produciéndose en esos ministerios con lo que
ello implica en términos de falta de continuidad de los proyectos
emprendidos); la superficialidad y carácter errático del discurso
económico oficial (producto, a su vez, de la falta de formación
económica de los ministros del ramo); o la tremenda facilidad que
tienen para echar la culpa de la ineficiencia de su gestión a tramas
conspirativas, que no digo que no existan, pero contra las que tienen
todos los instrumentos para perseguir o, en su defecto, contrarrestar.
Pero,
aun compartiendo esas posiciones comunes –sería difícil no hacerlo-,
cuando Dieterich abandona lo descriptivo y entra a lo estrictamente
analítico es cuando los puntos de discrepancia se tornan radicales. Y
sería difícil que no lo fueran si se tiene en cuenta la superficialidad
de su planteamiento y el hecho de que el instrumental analítico que
utiliza se inserte en el convencionalismo económico más ortodoxo y
monetarista.
Inflación y desabastecimiento en Venezuela a la luz de Dieterich
Bajo
el pretencioso título de “Inflación y desabastecimiento a la luz de la
ciencia económica”, Dieterich trata de ofrecer su versión de los
principales –que no los únicos- problemas de la economía venezolana
recubriéndola de un halo de cientifismo como si la que ofrece fuera la
única explicación posible.
Así, según Dieterich, la forma más
sencilla para que el “ciudadano no-economista” (¿se incluirá entre
ellos?) entienda el problema de la inflación y “se libere de
mistificaciones” es mediante la llamada ecuación cuantitativa de la
teoría cuantitativa del dinero.
Según esa teoría, la inflación
viene provocada por un exceso en la cantidad de dinero en circulación
en relación con la cantidad de producto existente. Ese exceso de
dinero, ante una oferta de productos constante, se traduce en una
presión sobre los precios que acaba elevándolos y, con ello, generando
inflación.
La inflación venezolana estaría provocada, entonces,
por el incremento de la liquidez monetaria en la economía. Es más, en
su artículo Dieterich descarta explícitamente que pudiera estar
generada por el aumento de los precios internacionales de los productos
(inflación importada) o por un boicot económico (desabastecimiento
provocado o contrabando de extracción). Sobre otras posibles causas no
dice nada, así que deberíamos entender que también las estará
descartando o que, sencillamente, las desconoce.
Siguiendo con
su planteamiento, el alemán destaca que la inyección de liquidez en la
economía se produjo como consecuencia de que el gobierno recurrió a esa
receta porque 2006 y 2007 fueron años electorales pero que, sin
embargo, para 2008 -que también lo será- esa receta es disfuncional e
insostenible.
Por otro lado, y en relación con el problema del
desabastecimiento, Dieterich señala que éste se explica porque los
precios de venta (administrados por el Estado para los rubros básicos
de la canasta alimentaria) no cubren los costes y, por lo tanto,
desincentivan la producción. Y, al mismo tiempo, porque lo reducido de
dichos precios estimula el contrabando hacia Colombia o el mercado
negro (aunque en este segundo caso habría que matizar que no existiría
un problema de desabastecimiento sino de venta por encima de los
precios regulados).
¿Se ha vuelto Dieterich monetarista?
Pues
bien, con esa explicación del fenómeno inflacionista en Venezuela,
Dieterich se da por satisfecho y contrapone, soberbiamente, el rigor
científico de su planteamiento al del gobierno venezolano que, en su
opinión, se niega a “explicar científicamente la realidad a los
ciudadanos”.
Puedo coincidir también con él en que el gobierno
venezolano no está acertando ni en la diagnosis ni en la explicación
mediática ni en las políticas económicas (si es que se ha emprendido
alguna) contra la inflación. Pero en lo que no puedo estar de acuerdo
ni por asomo con Dieterich es en el diagnóstico que realiza de la
inflación y en las recetas de política económica que propone para
solucionarla. Veamos por qué.
En primer lugar, y por principios,
no puedo coincidir con alguien que mantiene una teoría monetaria, la
teoría cuantitativa, que se encuentra en la base de toda la economía
neoclásica, la que, a su vez, constituye la base de toda la política
económica neoliberal. Es más, la teoría cuantitativa del dinero es, con
algunas modificaciones, el fundamento de toda la teoría monetarista que
impulsó Milton Friedman y que refuerza aún más si cabe, en la órbita
monetaria, a las políticas neoliberales.
Pero esto, que es una
cuestión de principios, se complementa con el hecho de que la teoría
cuantitativa del dinero, como cualquier estudiante de economía sabe o
debería saber, no es una explicación en sí misma de la inflación sino
una mera tautología que no aclara nada sobre las razones de ese
fenómeno. Es más, es una tautología que trata de ceñir el fenómeno
inflacionista a explicaciones de carácter exclusivamente monetario,
obviando otros factores económicos de naturaleza real y, lo que es más
grave, sus determinantes políticos y sociales.
En efecto, la
ecuación de cambios de la economía cuantitativa lo único que nos dice
es que el dinero pagado por los compradores siempre es igual al cobrado
por los vendedores. Pura tautología que encierra una modesta verdad que
es cierta en sus líneas generales pero que, en sí misma, se detiene en
el punto en el que debería comenzar a ofrecer explicaciones.
Expliquemos esto utilizando la misma metáfora que usaba José Luis Sampedro en su libro, ya clásico, sobre la inflación.
Así,
el lector debe imaginar que el alcalde de una ciudad afectada por
frecuentes riadas llama a un técnico al que le encomienda la solución
del problema. Al cabo de algún tiempo, el técnico se le presenta
provisto de considerables estadísticas y, por toda solución, le dice lo
siguiente: “Señor alcalde, la única manera de controlar la riada es
reducir la tasa de crecimiento de la cantidad de agua. No conozco
ninguna riada en la historia que no haya ido acompañada de un rápido
crecimiento en la cantidad de agua”.
Con esto qué quiero decir.
Pues, básicamente, que afirmar que la inflación se produce por un
exceso de dinero en relación con la cantidad de mercancías existente es
como decir que las riadas se producen por un exceso de caudal hídrico
en relación con el cauce disponible. Es decir, una perogrullada.
Pero,
evidentemente, la explicación de Dieterich no se podía mantener en ese
nivel y, como ya se ha apuntado más arriba, acaba atribuyendo el
incremento en la cantidad de dinero en circulación a la
irresponsabilidad del gobierno venezolano que, en periodos electorales,
inyecta masivamente liquidez en la economía. Algo que, por otra parte,
disculpa señalando que “es normal para cualquier gobierno” y que, en
algunos casos (como en el venezolano), se acompaña de control de
precios de los bienes y servicios básicos.
Lo que sorprende es
que, sustentando su explicación sobre la teoría cuantitativa del
dinero, a continuación diga que “esta receta fue posible para el año
electoral 2006 y el año electoral 2007; pero, en esa forma, es
disfuncional e insostenible para el año electoral 2008”.
Y
sorprende porque si ese es el “comportamiento normal para cualquier
gobierno” en época electoral, en Venezuela desde que gobierna Chávez ha
habido procesos electorales en 1999, 2000, 2004 y 2005, además de los
ya referidos de 2006 y 2007. ¿Por qué durante esos periodos, y
exceptuando por razones evidentes el repunte de precios que se produce
como consecuencia del paro petrolero, la tendencia de la inflación era
descendente y no al alza como ocurre ahora? Si ese fuera el
“comportamiento normal” de los gobiernos debería haberse producido el
mismo fenómeno inflacionista en aquellos momentos y, sin embargo, no
ocurrió así.
Insisto, si se supone que ese suele ser el
comportamiento normal del gobierno y que, en consecuencia, obró
entonces de esa forma, inyectando liquidez en la economía, la ecuación
cuantitativa pronosticaría un alza de la inflación (salvo que se
produzcan variaciones en el producto interno o en la velocidad de
circulación del dinero, planteamientos a los que Dieterich en ningún
caso hace alusión). Sin embargo, la inflación durante esos años cayó
sistemáticamente y estuvo a punto de situarse por debajo del 10% en
junio de 2006, un año y medio después del revocatorio y en uno de los
años electorales en los que, según Dieterich, se debería haber
producido ese incremento de la circulación monetaria.
Esto
significa que algo falla en el planteamiento de Dieterich: o el
gobierno no está inyectando tanta liquidez como el autor supone (en
cuyo caso, y para defender su hipótesis, hubiera sido oportuno incluir
datos al respecto y no darla por supuesta) o el instrumental analítico
utilizado no le permite explicar más allá del caso puntual de este
último periodo y, aún así, ni siquiera podría incluirse al año 2006
dentro del mismo.
Un limitado recetario de política económica
Con
este punto de partida analítico, a todas luces ubicado en la más pura
ortodoxia monetarista y, como detallaré más abajo, tan simplista que
acaba siendo erróneo, las recetas para solucionar el problema no podían
ser tampoco muy elaboradas.
Así, en opinión de Dieterich, el
presidente Chávez “sólo tiene dos opciones” (por supuesto que de ningún
modo el autor iba a ofrecer un gesto de modestia a la galería señalando
que, por lo menos, a él “sólo se le ocurrían dos opciones”).
Por un lado, reducir la excesiva liquidez mediante:
a)
políticas fiscales, esto es, incrementos de impuestos. Aquí el autor
demuestra su desconocimiento de la política económica venezolana ya que
debería saber que la política fiscal en Venezuela se ha utilizado para
reducir la liquidez generada endógenamente por la transferencia de
rentas desde la industria petrolera, pero no en la forma en la que él
indica –es decir, mediante subidas de impuestos-, sino mediante la
emisión de títulos de deuda pública a corto plazo, muchos de ellos
denominados en dólares.
b) medidas monetarias, esto es,
incremento de los tipos de interés. Ante esta propuesta a uno sólo le
cabe preguntarse con estupor, ¿aún más? Si se encuentran en términos
nominales por encima del 25%, ¿hasta dónde quiere llevarlos?
c)
o redistributivas. Aquí, sinceramente, me reconozco incapaz para
entender qué quiere decir con medidas redistributivas que sean capaces
de frenar la inflación. Mea culpa.
Estas tres medidas las
descarta por considerar que son inaplicables en un periodo electoral
como el que vivirá Venezuela en 2008 con las elecciones a alcaldes y
gobernadores que tendrán lugar en noviembre de ese año.
Pero
es que hasta en ese descarte se equivoca. En este sentido, basta para
refutar su afirmación con recordarle que en octubre de 2007, a dos
meses del referendo constitucional y, por lo tanto, en lo que él
considera como año electoral, el gobierno venezolano creó un Impuesto a
las Transacciones Financieras para las empresas y elevó el Impuesto
sobre el Valor Añadido sobre el tabaco (en un 20%) y sobre los licores
alcohólicos (entre el 6,5% y el 10%). ¿Puede haber medidas más
impopulares?
Y la otra opción es que el Estado asuma el coste de
la inflación generando un sistema rentista que subsidie a los
productores. Entendemos que esta segunda propuesta global se plantea
como una medida de solución al desabastecimiento y no a la inflación
porque, evidentemente, lo único que hace en relación con esta última es
asumir su existencia y tratar selectivamente de que no repercuta sobre
los consumidores finales.
Este sistema de subsidios debería
acompañarse de un programa masivo de importaciones en el que el Estado
asumiría la diferencia entre los precios internacionales de los
productos y los precios regulados a nivel interno.
En
definitiva, ante este recetario nos encontramos en la paradójica
situación de que, de entrada, Dieterich se olvida de repente de la que
considera principal causa de la inflación, esto es, el exceso de
liquidez monetaria. Y así, le niega al gobierno venezolano la
responsabilidad para instrumentar políticas conducentes a su control
por ser año electoral e, incluso, capacidad e imaginación para aplicar
otras distintas a las que a él se le ocurren.
Y lo único en lo
que insiste, entonces, es en el problema del desabastecimiento
apuntando a la intensificación de los subsidios a la producción y la
importación masiva de bienes de primera necesidad.
Con lo cual,
nos deja en la duda de si al final, o no sabe cómo abordar el problema
de la inflación o de lo que quería ocuparse era del desabastecimiento y
de su imaginativo plan para solucionarlo.
Un plan que pasa por
utilizar la red escolar (le niega la capacidad para distribuir los
alimentos entre la población al ejército sin que sepamos por qué) y por
hacer una convocatoria a nivel latinoamericano y europeo para importar
“cuadros humanos con audacia, visión estratégica, capacidad
organizativa y ética”, valores y capacidades que, debemos entender,
también les niega a los venezolanos.
Tanto análisis “científico” de la inflación para llegar a esa orilla. No sé si ese viaje necesitaba de tales alforjas.
Lo que Dieterich debería saber, y no sabe, de la inflación en Venezuela
Si
sus conocimientos de economía, en general, y de la economía venezolana
en particular fueran más sólidos, Dieterich podría haberse ahorrado
este naufragio en las procelosas aguas de un problema que es
especialmente complejo por la cantidad de factores que influyen sobre
el mismo y por las interacciones entre ellos.
En efecto, sin
ánimo de ser exhaustivo y, al mismo tiempo, sin que el orden en que
aparecen implique importancia relativa en su grado de incidencia sobre
el fenómeno inflacionario, podemos destacar una serie de factores que
están marcando en estos dos últimos años el aumento del nivel general
de precios en Venezuela.
En primer lugar, no debe descartarse, efectivamente, el aumento de la liquidez monetaria
que, en lugar de ir creciendo de forma acompasada a como lo ha ido
haciendo la economía real, se ha disparado en los últimos años. Ese
aumento se produce, no en los años que destaca Dieterich atribuyéndolo
a motivos electorales (esto es, 2006 y 2007), sino que tiene lugar
entre el año 2005, cuando el porcentaje entre la liquidez monetaria
(M2) y el PIB, medido en términos reales, pasa del 23,3% al 30,3%, para
luego descender al 28,5% en 2007.
Es decir, con una simple
ojeada a los datos estadísticos publicados por el Banco Central de
Venezuela, Dieterich se hubiera podido dar cuenta de que su
planteamiento no casaba con la realidad económica del país.
En
cualquier caso, sigue siendo un porcentaje de liquidez respecto al
producto real muy elevado, dado que la media del último decenio ha
oscilado en Venezuela en torno al 20% ,y puede contribuir a explicar
parte del fenómeno inflacionario.
En segundo lugar, y dada la
repercusión que ha tenido sobre ese aumento de la liquidez en manos del
público, hay que tener en cuenta los cambios erráticos que se han
producido en la gestión de la deuda pública
durante el último año. Y hay que considerarlo porque, como se ha
señalado, la deuda pública se ha utilizado últimamente en Venezuela con
una doble finalidad. Por un lado, drenar la liquidez excedentaria del
sistema; y, por otro, y mediante la emisión de títulos denominados en
dólares, reducir el diferencial entre el tipo de cambio oficial del
dólar y el tipo de cambio en el mercado paralelo.
Es aquí donde engarzamos con el tercero de los factores a tener en cuenta: el incremento de la cotización del dólar en el mercado paralelo.
Así,
los cuellos de botella que se produjeron durante el año 2007 en la
gestión de las divisas para la importación por parte de CADIVI
(Comisión de Administración de Divisas, es decir, la agencia encargada
de la gestión del control de cambios venezolano) contribuyeron a
agravar el diferencial entre el tipo de cambio oficial y el del mercado
paralelo.
En este sentido, todos aquellos productos que eran
importados y pagados al tipo de cambio paralelo e, incluso, los que no
lo eran pero cuyo suministradores querían aprovecharse de la situación
para incrementar sus márgenes de beneficio se vieron repentinamente
encarecidos. Es significativo, al respecto, el aumento de los precios
en el sector de restaurantes y hoteles durante el año 2007 (un 42,8%) o
la alimentación y las bebidas no alcohólicas que aumentaron casi en un
31%.
Igualmente, hay que tener en cuenta que a la presión sobre
el tipo de cambio del dólar en el mercado paralelo habría contribuido
la demanda de dicha divisa como depósito de valor por parte de los
agentes económicos nacionales.
En efecto, en un contexto de
inflación al alza y de restricción de las emisiones de títulos de deuda
pública interna denominados en dólares, los venezolanos estarían
presionando sobre la demanda de dólares en el mercado paralelo para
mantener el poder adquisitivo de sus ahorros y, con ello, aumentando el
diferencial entre tipo de cambio oficial y paralelo de esa divisa. Esto
profundizaría los efectos subsiguientes ya señalados sobre el precio de
los productos importados que son pagados con dólares adquiridos en
dicho mercado paralelo.
En cuarto lugar, tampoco debe desestimarse la influencia que han tenido las modificaciones en la estructura tributaria
que han tenido lugar en el último año. Así, la creación del Impuesto
sobre Transacciones Financieras que gravaba en un 1,5% las
transacciones financieras realizadas por empresas entre el 1 de
noviembre y el 31 de diciembre de 2007 probablemente ha sido
repercutido sobre el precio final de venta al público de sus productos
por parte de los empresarios.
Y a todo ello hay que unir el
aumento, ya señalado, del IVA sobre los cigarrillos en un 20% y entre
el 6,5% y el 10% sobre los licores. Este incremento ha provocado un
aumento de precios dentro de ese grupo de productos del 78,14% durante
2007 contribuyendo, inequívocamente, a agravar la tasa general de
inflación.
Pero, además, estas medidas no se habrían visto
compensadas con la disminución del IVA para determinados productos
básicos que tuvo lugar durante el año pasado y que, en lugar de
contribuir a reducir los precios, ha incrementado el margen de
beneficios de los empresarios.
En quinto lugar, también hay que tener en cuenta la presión que la demanda interna
y, más concretamente, el consumo privado está realizando sobre la
producción nacional. Así, el PIB per cápita venezolano ha pasado de
3.285 dólares en el año 2003 a un estimado de casi 8.000 dólares para
el año 2007. De esta suerte, el porcentaje que en la demanda agregada
supone el consumo privado ha pasado del 15,4% en 2004 al 18,7% en 2007.
Nos
encontramos, por lo tanto, con una demanda agregada que presiona
constantemente sobre una producción que, si bien crece a unas tasas muy
elevadas, lleva una tendencia decreciente durante los últimos años
(pasó del 10,3% en 2006 al 8,4% en 2007).
Esto nos conduce al
sexto de los factores a destacar y que influye, a su vez, sobre el
problema del desabastecimiento. Se trata, en este caso, de que la capacidad productiva
en determinados sectores –en concreto de ciertos rubros alimenticios
como la leche, por ejemplo- se encuentra en su nivel máximo y, por lo
tanto, sólo cabe recurrir a la importación para complementar la demanda
no satisfecha.
Si se tiene en cuenta el contexto de crisis
alimentaria global, nos encontraríamos con que la falta de previsión
del gobierno venezolano junto a las trabas burocráticas y la
restricción a las divisas a las que se sometió al empresariado privado
por parte de CADIVI durante el año pasado explicarían parte del
desabastecimiento actual.
Pero no es esa la única razón. Y, así,
el séptimo factor a tener en cuenta -y que Dieterich sí que reseña- es
la existencia de un control de precios
que, dada su falta de flexibilidad a la hora de reajustarse en función
de la evolución de la estructura de costes de las empresas, provoca
desincentivos a la inversión y a la producción.
En este sentido,
el desabastecimiento no sólo se produciría porque, para determinados
bienes, las empresas se encuentran en su máximo nivel de producción
sino que también obedecería al efecto contrario, esto es, a que hay
capacidad productiva ociosa que no se utiliza porque no resulta
rentable dada la estructura de precios administrados vigente.
De
esa forma, una medida implementada para garantizar el acceso de la
población a bienes de consumo básicos redunda en todo lo contrario,
esto es, en el desabastecimiento y el encarecimiento de dichos
productos porque, cuando llegan a los mercados, son rápidamente
adquiridos y acaparados para su reventa a precios más elevados.
Por
no hablar de que en las zonas fronterizas, el contrabando de extracción
hacia países vecinos donde los precios no se encuentran regulados
(fundamentalmente, Colombia) ha constituido un factor adicional de
desabastecimiento de los rubros principales de la canasta básica.
Precisamente,
la versión que con mayor intensidad maneja el gobierno en la
explicación del desabastecimiento y la inflación es el comportamiento
acaparador de empresarios y consumidores contrarios al proceso
revolucionario. A éstos se les acusa de que retienen los productos para
crear la sensación de escasez y, con ello, para generar descontento y
animadversión popular contra el gobierno.
Pero, aunque ello
pudiera ser efectivamente así, no puede ser considerada ni como la
única causa ni, probablemente, como la más relevante. De hecho, como
puede apreciarse por todo lo expuesto hasta aquí, la importancia de
estos comportamientos acaparadores para explicar la evolución de la
inflación es excesivamente simplista y, consecuentemente, da lugar a
medidas simples que, en este caso, no han hecho sino agravar el
problema.
Así, la promulgación de una ley contra el
acaparamiento y la especulación ha provocado que, ante el temor de ser
acusados y juzgados por tales actividades, los empresarios hayan
disminuido sus stocks de existencias y, con ello, hayan agravado el
problema del abastecimiento habida cuenta de los retardos que impone el
control de cambios sobre la importación.
Del mismo modo, el
temor a que los camiones con productos puedan ser confiscados en sus
desplazamientos a lo interno del país bajo la acusación de
acaparamiento también ha provocado desabastecimiento en determinadas
zonas más lejanas a los centros de acopio y distribución.
Por lo
tanto, y para esa cuestión en concreto, la búsqueda de soluciones
simples a problemas complejos no está creando más que nuevos problemas
o intensificando el ya existente, de por sí suficientemente intenso en
estos momentos.
Finalmente, y ya conectando con el inicio de
este artículo, cabe señalar que las personas que han ocupado las
carteras ministeriales implicadas en la elaboración de políticas
destinadas a prevenir y, en su caso, solucionar este problema no han
sido las más idóneas.
En este sentido, y durante el pasado año, algunas autoridades económicas mantuvieron
un discurso errático, excesivo y agresivo en lo retórico y generador de
incertidumbre más que de estabilidad. Esa incertidumbre se halla detrás
de la negativa evolución de algunas variables importantes para el
problema que nos ocupa: la subida del riesgo país (encareciendo el
coste de los empréstitos internacionales), los comportamientos
acaparadores, los movimientos especulativos, el retroceso de la
inversión privada, etc.
Una breve advertencia final
En
conclusión, la inflación en Venezuela en estos momentos –que cerró en
el 22,5% en 2007- es un problema grave que empieza a ser percibido como
tal por la población y al que hay que enfrentar en todas sus
dimensiones, tanto de corto como de largo plazo, y de una forma
equilibrada si no se quiere que acabe descompensando, aún más, la
economía venezolana.
No abordarlo así, en toda su complejidad, y
caer en los cantos de sirena de quienes se creen con capacidad para
pontificar sobre lo divino y lo humano es una irresponsabilidad que
Venezuela y el proceso bolivariano no se pueden permitir.
Alberto
Montero Soler (amontero@uma.es) es profesor de Economía Aplicada de la
Universidad de Málaga y miembro de la Fundación CEPS. Puedes ver otros
escritos suyos en su blog "La otra economía".