El último de ellos fue Lucio Gutiérrez, presidente de Ecuador entre 2003 y 2005, y presidente de la Junta Gubernamental en el año 2000, luego de la deposición del presidente Jamil Mahuad. Se construyó una imagen de redentor popular, utilizando los íconos a su alcance para ello, entre ellos el de Hugo Chávez, de quien se confesó admirador y a través de cuya vía publicitaria sumó votos para su campaña. Llegado al poder, las mieles de la burguesía lo embriagaron y le birlaron capacidad y don mando en virtud de los profundos estados de borrachera moral a los que fue sometido. Hoy milita en los jardines de la ultraderecha, desde donde sueña nuevamente con acceder al poder, ahora desprovisto del disfraz de lobo ovejuno, en su clara humanidad y condición ideológica.
Semejantes casos avergüenzan, porque no se descubren detrás de ellos solidez personal alguna, visos de una estructura ideológica definida, mucho menos que su proceder responda a una artera maquinación de supervivencia o estrategia políticas. Jamás ilustran una situación de compromiso que no sea el de no tener ninguno y pertenecer al aire, a la nada, a todos y a ninguno a un tiempo. No hay compromiso ni palabra de hombre, esa que se empeña y se cumple, como en un viejo caballero, y, como se sabe, quien en esta vida no asume compromisos o posiciones fundamentales, tiene únicamente la vida biológica, misma que puede tener cualquier especimen en la naturaleza. Lo demás es circo.
En el caso de Hugo Chávez el asunto es simple. Se es revolucionario, pero la condición doctrinaria y el compromiso moral no impiden −ni olvidan− que también se es político. Un mundo de herramientas posee al alcance, para disponer de ellas y luchar contra el feroz contrario, en tiempos cuando lo que importa más es el estudio de la psicología de las masas. Era Informática, para quien no esté avisado; mundo globalizado, para quien viva en una parcela que considere suya y alejada de la condición humana, perdida en la selva, por ejemplo. Hacer uso de ellas, políticamente, es hacer vida política. Y en el presidente venezolano, con sus conocidas y sorpresivas acciones de los últimos meses (FARC, reunión con Uribe y movidas internas en Venezuela), el efecto político no se puede catalogar de otro modo que no sea el desconcierto.
Efecto paralizante, se dirá; situación que pone a reflexionar al contrario y a imaginarse nuevas armas para el ataque, si es que no entra en imaginaciones de que el líder del bolivarianismo se pueda pasar a sus filas. En fin, un desconcierto, cuya mayor rentabilidad es la ganancia de tiempo, mismo que el presidente venezolano invierte en reorganizar sus filas, prepararse para afrontar una próxima medición electoral, idear mecanismos de contención para frenar la desesperación gringa de invadir Venezuela y tomar el ansiado petróleo, buscar alianzas, mantenerse a flote como político, evitando las matrices arteras de satanización internacional. No perder vigencia, fuerzas, posición. Continuar siendo el líder enigmático, que da pasos indescifrados, probablemente inspirados por la Providencia.
Hubo un tiempo en que el carácter corporativo −digámoslo así− de la gesta revolucionaria china amenazó con derivar hacia un fracaso, debiéndose implementar medidas de urgencia para no perder la "colocación" popular. Ellas consistieron en utilizar la imagen del camarada Mao Tse Tung de modo más personal, de frente en la propaganda, sobre la psicología de las masas, en su perfil de soldado entregado al combate, sin avergonzamiento alguno por echar mano de un recurso político "burgués" para salvar la revolución. Recurso, por cierto, nada perteneciente a nadie, patrimonio del saber humano. Circunstancias del fuero político e ideológico que han de tapar los huecos de la incompleta educación −aún− de los pueblos.
Fidel Castro, como estratega, también hizo lo suyo. Se valió de la altanería imperial para envolver a la potencia de los EEUU en un galimatías movimientos que al final derivó en la espectacular Crisis de los Misiles, que puso al país de norte en su lugar y aseguró, vía alianza circunstancial, la vigencia de la Revolución Cubana hasta nuestros días y para siempre. (Como dicen las mismas Escrituras, la soberbia pierde a las almas). ¿Habrá que criticarle que se valiera de artimañas para vencer, porque un revolucionario no actúa así, no engaña al enemigo, le habla con franqueza y casi que le dice cuáles habrán de ser sus próximos planes de ataques? ¡Pamplinas! ¿Quién ha dicho que se ha traicionado nada? La Revolución Cubana, como todas, es una circunstancia humana de vida o muerte, y a cualquier revolucionario, luego de poner en práctica todo el arsenal intelectual para vencer, no le queda otra salida que morir, si no puede finalmente, en el colmo de la desesperación humana, salvar sus ideas y posiciones. En este sentido, cuando la muerte es un hecho y clara sentencia de los dioses, nadie puede afirmar, por ejemplo, que Ernesto Che Guevara no esté vivo.
Los latinoamericanos son más astutos que poderosos militarmente. No de otro modo se comprende que albergue a la guerrilla más vieja del mundo, haya vencido a las huestes colonizadoras de España con los más disímiles artilugios, haya vencido en proporción de 5:1 en numerosos combates (si no exagero), haya trascendido una Revolución Cubana, entre otros tantos íconos. Con imaginar que un lego como José Antonio Páez, el centauro llanero, haya logrado en una noche engañar al ejército español respecto al número de su pobre ejército, se tiene para pensar un rato: una sarta de llaneros arrastrando unos cueros ruidosos en medio del enigma de la noche para sembrar la impresión de que eran cientos de miles, haciendo temblar al enemigo. Hasta el mito de El Dorado entra en juego aquí, para ilustrar cómo, aprovechándose de la estupidez o apetencia del enemigo, se puede infligir golpes de mazo. Nombre usted, estimado lector, los ejemplos restantes de cada pueblo, como los de Perú, México, Chile, Argentina.
Venir y afirmar que el hombre capitula por aquello de un postulado bélico denominado “unconditional surrender” (mi admiración por el profesor Heinz Dieterich),* aplicado hacia finales de la II Guerra Mundial, y que consistía en hacer que el enemigo se rindiera solo solito en virtud de comprender que estaba rebasado por la fuerza enemiga; me parece un excelente punto de cultura histórica, más no de pertinencia local en la psique nativa o criolla (mezcla que somos del mundo). Quienes así razonan no parecen enclavarse dentro del espíritu de los tiempos latinoamericanos, por un rato pensando en los ejemplos vitales de hombres como Simón Bolívar, desprendido a más no poder de las "mieles de la vida" para sacrificar su vida por una idea que luego se convirtió en gesta.
Porque con todos los problemas, con todo y la apreciación de muchos de que nuestros pueblos no han cambiado de formato colonial, aunque sí de colonizador (EEUU por España), la Revolución Bolivariana anda por América Latina, hoy más viva que nunca, con todo y el dedo tapa-sol mediático. La unidad de los pueblos es la proclama y la independencia, el mandato de lucha. Los latinoamericanos estamos aquí, con la certeza de que, contra invasiones o luchando contra el espíritu cortesano de las almas locales compradas por el extranjero, el modo de ser libre es un legado que jamás se acaba.
Se puede comprender que la desilusión del intelectual madure más rápido que la del hombre de las armas o de las estrategias, porque en el mundo de la imaginación y las palabras se crean realidades virtuales, placebos de recónditas aspiraciones, expresión de sueños acariciados. Pero en el hombre práctico, amparado por la idea, el sabor de los hechos tiene otra catadura y proyecta otros cálculos, por otros denominadas maquinaciones. ¿Quién puede culpar que un soñador o estudioso cualquiera se desespere con un proceso de cambios en curso que no doblegue de una vez por todas las barreras enemigas y haga florecer una situación plena de aspiraciones y sueños contenidos? Más aun en América Latina, donde la presencia de los EEUU ha sido omnipresente y pareciera cuesta arriba deshacerse del yugo amenazante de su bota imperial.
Un Hugo Chávez embrutecido por su pertinacia radical ideológica, víctima fácil −en consecuencia− de las demoníacas campañas de satanización mediática, rectilíneo y predecible en su cultura política, mal expositor de una sagacidad revolucionaria; estaría hoy por hoy fuera de juego, como una ruina sobre el panorama de los cambios en América Latina, loco soñador con arrestos bolivarianos e iluminismo socializante. Muy lejos, por cierto, del lugar donde está hoy, en Rusia, el otro polo de la fuerza militar en el mundo, hurgando la entraña del poder en el mundo para procurarle un manto de protección a Venezuela, base de los cambios en la América bolivariana.
Es el tiempo que una posición
requiere para reforzarse, para crecer y extenderse hasta el poderío.
Es la alianza, el vaso comunicante de la geoestrategia contra el enemigo
común. No hace falta ser genio para saber que Venezuela puja hoy por
una alianza −militar, si es posible− con Rusia, a efectos de desalentar
intenciones guerreristas e interventoras. Una idea que en muchos "colonos"
habrá de sonar descabellada, por aquello de considerar a su metrópolis
invencible (EEUU); pero que no deja de ser lógica desde el plano de
las estrategias y la consideración psicológica de que quien encarna
las esperanzas de cambios para muchos pueblos del mundo es un militar.
Lo decía Maquiavelo, pero lo puede pensar cualquiera en la calle, porque
no es ningún arcano: “los hombres miran con tibieza siempre
las empresas que les presenten dificultades; y [de las ] que no puede
esperarse un triunfo fácil atacando a un […] [lider] que tiene bien
fortificada su ciudad y no está aborrecido de su pueblo”.
Notas:
* Heinz Dieterich: “(Actualizado)
Hugo Chávez, las FARC y el probable fin del antiimperialismo bolivariano”
en Aporrea.org
[en línea]. 13 jun 2008. Pág.: 1 pantalla. - http://www.aporrea.org/tiburon/a58724.html. - (Consulta: 22 jul 2008).
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