La imagen del presidente venezolano Hugo Chávez delante de las televisiones mundiales, amenazando con la mano y declarando que le daba al embajador estadounidense un plazo de 72 horas para que abandonase el país, en solidaridad con su amigo el presidente de Bolivia, quien dos días antes había expulsado al embajador estadounidense por intervenir de forma flagrante en los asuntos internos de su país, me pareció una provocación.
El presidente Chávez, con su ya famosa camisa roja, no se contentó con expulsar al embajador del Estado más poderoso del mundo sino que amenazó con cortar el suministro de petróleo a Estados Unidos, reconoció la independencia de la República de Osetia del Sur y Abjasia, decidió intercambiar embajadores con ellas y recibir la visita de buques y aviones de guerra rusos.
Y digo que esta imagen me resultó una provocación porque no hemos visto a ningún líder árabe, que represente a un Estado rico o pobre, petrolífero o hidráulico, desértico o agrario, del este o del oeste, revolucionario o reaccionario, opositor o moderado, que se atreva a expulsar a un cónsul estadounidense o israelí. Chávez se beneficia de Estados Unidos y se sitúa en su entorno de poder, mientras que nosotros los árabes ofrecemos a Estados Unidos petróleo, bases militares, inversiones y grandes contratos de armamento. Salvamos su economía arruinada comprándole sus valores y nos incorporamos, con un entusiasmo sin precedentes, a su guerra contra el denominado terrorismo, que en realidad es una guerra contra los árabes y los musulmanes.
Para nosotros es difícil entender la situación de humillación y debilidad en la que vivimos hoy en día. Nuestro lugar en las ecuaciones estratégicas es ahora un cero a la izquierda. Todo el mundo nos ha situado bajo su poder mientras nosotros agachamos la cabeza, ponemos la otra mejilla y sonreímos a nuestro verdugo... Lo más peligroso de todo esto es que se nos prohíbe gritar de dolor para que no se nos considere unos extremistas temerarios.
La administración estadounidense invadió, ocupó y destruyó Iraq; violó los derechos de sus habitantes y de sus mujeres en la cárcel de Abu Graib. Ha provocado la muerte de un millón y medio de iraquíes y dejó a otros cinco millones de personas sin hogar. A pesar de esto, nos prosternamos ante EEUU, aplicamos todas sus directrices desde la condonación de deudas para ayudar al gobierno iraquí, sectario y hostil a la arabidad, hasta el envío de embajadores para normalizar las relaciones con dicho gobierno.
La economía estadounidense vacila, el paro aumenta hasta alcanzar cifras récord, la inflación se ha situado en 800.000 millones de dólares como resultado de las guerras injustas contra Iraq y Afganistán. Entonces, nuestros sensatos gobiernos árabes toman la iniciativa, antes que nadie, para recompensar a la administración estadounidense por sus guerras y su completa alineación con Israel, y deciden aumentar la producción de petróleo a dos millones de barriles para que baje de precio y salvar así la economía estadounidense. ¿Existe un grado de estupidez, resignación y masoquismo mayor que éste?
Los gobiernos árabes establecieron relaciones diplomáticas o comerciales, o ambas cosas a la vez, con el Estado hebreo, con el pretexto de animarlo a seguir adelante en el proceso de paz...y tranquilizar a su pueblo aterrorizado por unos árabes que, de todas formas, no son los árabes de hoy. Y el país que no estableció relaciones en público con Israel, corrió a participar en la conferencia de paz de Annápolis para ser un testigo falso de la reanudación de las negociaciones entre Palestina e Israel, a fin de llegar al establecimiento del Estado palestino independiente que Bush ha prometido.
Israel rechazó la mediocre iniciativa de paz árabe y ha multiplicado el número de asentamientos desde la celebración de la conferencia de Annápolis, según estadísticas de las organizaciones israelíes B'Tselem y del grupo Paz Ahora. ¿Hay algún presidente de Estado cuyos ministros de Exteriores fueran a Annápolis a protestar por estas prácticas? ¿O que expulse al embajador israelí de su capital porque su gobierno no se haya comprometido con los acuerdos firmados?
Vayamos más allá y recordemos las masacres israelíes en Gaza, el repulsivo bloqueo nazi israelí sobre la franja. ¿Ha hecho esto hervir la sangre en las venas de algún líder árabe? ¿Tomará la decisión de cerrar la embajada estadounidense en su país, o la oficina de intereses económicos? ¿Llamará a consultas, por no decir expulsar, al embajador estadounidense para protestar y manifestar así su solidaridad con sus hermanos bloqueados que pasan hambre?
Incluso los militares en nuestro país están ahora más resignados y sometidos a los mandatarios civiles. Mientras el jefe del Ejército pakistaní, Ashfaq Kayani, manifestaba su indignación por el bombardeo estadounidense de posiciones en su país cerca de la frontera con Afganistán sin haber sido consultado, y amenazaba con poner fin a la alianza militar con EEUU y a la cooperación en la guerra antiterrorista, los militares de nuestros países guardan silencio ante las prácticas sumisas de sus líderes políticos. Los millones que se han gastado en entrenar y armar a sus generales y movilizarlos en el ámbito nacional fueron en vano.
Tomemos la institución militar turca como ejemplo. Esta institución no se ha atrevido a dar un golpe de Estado contra el gobierno central en Ankara. No por temor o cobardía, teniendo en cuenta que es la protectora del laicismo de Atatürk, sino porque el gobierno nacional turco pone el interés de su país por encima de cualquier otra consideración. Se apoya en criterios democráticos, lucha contra la corrupción, y ha logrado los más altos índices de desarrollo y asentado las bases de una economía fuerte.
No reivindicamos golpes de Estado, tuvimos una mala experiencia con ellos que nos desilusionó. Las huellas de aquella época odiosa persisten todavía. No obstante, pedimos a los generales patrióticos que digan «basta» a los líderes corruptos. Les pedimos que presionen para mejorar esta repugnante situación y devolver un poco de dignidad a nuestra nación.
La gota que colmó el vaso fue ver a las fuerzas egipcias impedir a sus ciudadanos llevar alimentos y medicamentos a sus hermanos bloqueados en Gaza. No les prohibieron romper el bloqueo o destruir las barreras del punto fronterizo de Rafah, sino pasar por el canal de Suez por temor al enfado de Olmert o de Estados Unidos. Israel permitió a los barcos de valientes extranjeros llegar a Gaza con sus equipos médicos mientras que las fuerzas egipcias no permitieron a sus ciudadanos pasar por la egipcia península del Sinaí.
Veníamos diciendo hasta hace poco tiempo que la esperanza estaba en la prensa y en el despertar de la televisión por satélite, cuyas premisas hemos visto en la última década. No obstante, este despertar se ha evaporado y ha quedado en agua de borrajas tras la aprobación del documento de «honor de los medios de comunicación» por parte de la «organización» de los ministros de Comunicación árabes. Un documento que considera a cualquiera que hable de dignidad, nacionalidad, y de la negligencia de los líderes y de sus regímenes corruptos un instigador que debe ser castigado con penas de cárcel, y que se merece ocupar los primeros puestos en las listas negras. En cuanto a la emisora que le acoja, se le retirará la licencia y se le cerrará la oficina.
Un cambio terrorífico sin precedentes está empezando a manifestarse en las televisiones por satélite. Los canales por satélite corren ahora, de forma patética, a invitar a responsables israelíes. No lo hacen desde la perspectiva de plantear el otro punto de vista, sino para satisfacer a estos responsables y a su gobierno.
En el mismo contexto, los presentadores de los canales por satélite árabes solían «poner en evidencia» a los responsables israelíes con preguntas provocadoras. Nos daba pena verlos con las venas hinchadas y con las caras rojas de ira. Ahora la situación ha cambiado completamente y los responsables israelíes se atreven con los presentadores árabes de forma descarada, como si fueran los propietarios del canal que les invita, e incluso les dan lecciones de profesionalidad periodística.
Ayer vi una entrevista con Livni en el canal Al Arabiya. Me chocó cómo fue tratada por el presentador, como si fuera Mahatma Gandhi, casi susurrándole al oído y sin atreverse a interrumpirla.
Al Yazira no descubrió «la profesionalidad» de la prensa hasta la revolución del gobierno israelí en su contra por emitir la fiesta de cumpleaños de Samir Qantar. Vimos cómo «la comisión de los sensatos» de Al Yazira se reunió para emitir un comunicado en el que afirmaba que el director de su oficina en Beirut no fue profesional al asistir a dicha fiesta del cumpleaños y grabarla en directo, algo que muchos interpretaron como una disculpa de Al Yazira aunque el canal lo negara.
Israel es quien nos da ahora lecciones sobre prensa profesional, quien decide sobre lo que tenemos que publicar o no, quien decide quién es el terrorista y quién es el sensato al que hay que invitar por su «objetividad», y por apoyar, perseguir y acudir siempre al proceso de paz.
Los canales por satélite árabes insisten más en tener despachos en la ocupada ciudad de Jerusalén que en abrir nuevas oficinas en otras capitales árabes. Lo mismo pasa en el ocupado Iraq. Hemos empezado a escuchar y a ver a responsables israelíes amenazando con retirar licencias y con no colaborar con los corresponsales de dichos canales.
Es una pena que Chávez no sea árabe, y que no haya nadie como él en el mundo árabe. Tampoco hay indicios de que una personalidad como él vaya a hacerse con el bastón de mando. Somos una nación desahuciada por incapacidad. Una nación que ha perdido su respeto, su posición y su dignidad.
Fuente: http://www.alquds.co.uk/archives/2008/09/09-12/qfi.pdf