Los comentarios y circunstancias de la presente campaña electoral, nos han recordado aquella estupenda novela fantástica de Robert Louis Stevenson: "El doctor Jekill y Mister Hyde". El lector recordará que en ella se narra la historia de un señor muy discreto y sensato, estudioso, que desarrolla una sustancia que, al beberse, le hace salir otra persona de su interior, alguien que es justo su contrario, es decir, violento, malvado y siniestro. No solo Stevenson explotó este tema de la doble personalidad. Puede decirse que el motivo del doble es propio de toda la narrativa moderna. Varios destacados escritores lo han elaborado en cuentos y novelas: Edgar Allan Poe, Dostoyevsky, Jorge Luís Borges, Julio Garmendia, etc. Incluso hubo una comiquita que ilustraba el tema: "el otro yo del doctor merengue". En estos relatos, siempre hay un contraste significativo entre los idénticos. Se presentan uno bueno y uno malo, uno angelical y el otro siniestro.
Lo curioso es constatar que en política hay algo similar. Siempre están, de un lado, los extremistas, halcones o ultras, y del otro, los moderados o "palomas". En la historia del movimiento socialistas, es proverbial la pugna entre revolucionarios y reformistas: Bernstein, el reformista revisionista, contra Kautsky, el ortodoxo, creyente en el colapso del capitalismo; Kautsky, el mismo pero ahora jefe de los socialdemócratas alemanes con avances electorales en su campo, contra Lenin, partidario de convertir la guerra en revolución, aniquilar la familia del Zar y avanzar, mediante la Dictadura del Proletariado al fin paradójico de la extinción del Estado. Para la explicación de estos temperamentos contrastantes no bastan las explicaciones marxistas, que se basaría en los intereses y las ideologías de clase. Hay algo más.
Por supuesto, se trata de fenómenos psicológicos. Incluso, de lo más "normales". Freud trató de explicarlos situando los contrastes en el interior de la psique humana, en los antagonismos terribles entre la conciencia, esa delgada capa del principio de la realidad y la racionalidad, y lo inconsciente, ese depósito de deseos frustrados por lo mismo que reprimidos. También en la lucha entre los instintos básicos del Eros (integrador, placentero) y el Thanatos (destructivo, doloroso), entre el Yo, base de la sensatez, y el déspota y exigente Super-Yo. Es la misma dialéctica entre la Cultura y los instintos, algunos inaceptables. Jung, el discípulo rebelde (otra dualidad: maestro/discípulo rebelde) nos habla de la sombra, el lado oscuro, y el ánima, el lado luminoso, femenino en el hombre, masculino en la mujer.
Pareciera que la psicología, las fantasías de la literatura y la política convergieran en la evidencia de fenómenos humanos, demasiado humanos. También forma parte de esto, naturalmente, los sentimientos. Es humano, demasiado humano, los sentimientos de venganza y el odio, así como los de amor y cuidado. En los Rodríguez, es psicoanalizable el trauma de la tortura y muerte del padre por parte de los organismos de seguridad del Estado en la época de sus adversarios políticos. En Maduro es comprensible el resentimiento por el estigma de "Maburro", el inculto, sin escolaridad, simple chofer de autobús desde la perspectiva de arrogantes profesores de Universidades católicas. En la oposición, después de todo lo ocurrido, también es psicoanalizable el resentimiento y el trauma. Han sido muchos años de violación, efectiva y aparente, de derechos y, sobre todo, de humillación por la derrota de parte de unos incapaces y corruptos que superan por mucho toda la historia anterior de incapacidad y corrupción. Es interesante constatar que frente a ello, surge también la dualidad, perceptible en dos actitudes básicas de la oposición: por un lado, la reivindicación del período de los 40 años de democracia representativa adecopeyana; por el otro, la admiración actualizada de la furia ultraderechista mileísta, bolsonarista y (por qué no) uribista.
Pero, aunque convergentes, una cosa es la clínica psicoanalítica, y otra, la política. Aunque habría que agregar que coinciden en someter lo siniestro, los instintos, tanáticos, al Yo, es decir, a la conciencia y la Razón. Hay un consenso en caracterizar a Freud como un racionalista. En política, la representación de la Conciencia y la Razón, es la institucionalidad. Allí se encuentra el conjunto de reglas necesarias para lograr la reunión mínima de los puerco-espines para lograr calentarse en invierno, sin matarse mutuamente con sus púas.
En la institucionalidad, por supuesto, persiste esa dialéctica. Montesquieu advertía que una cosa es la Razón que capta las peculiaridades culturales, climáticas, territoriales, históricas de los pueblos, y otra la Razón que deduce desde las premisas razonables, las reglas de la convivencia política de los regímenes. En todo caso, Montesquieu trató de combinar una observación objetiva de las realidades sociales y culturales (fue un antecedente del positivismo sociológico) con la consideración racional de la construcción de las leyes y la institucionalidad.
Hay un hilo que conecta eventos históricos dispares, acontecimientos políticos, pero también grandes construcciones filosóficas. Todo parece concurrir en una concepción moderna de la institucionalidad moderna. Desde la firma forzada de la Carta Magna por el rey Juan, para evitar las arbitrariedades del poder e instaurar el debido proceso, pasando por el rechazo a la Monarquía y las convicciones republicanas de nuestros héroes fundadores, hasta llegar a la constitución de 1999. La institucionalidad debe ser racional y, por ello, laica, es decir, deducida de un razonamiento y no de una fe religiosa determinada, aunque en la realidad histórica se han dado esas combinaciones extrañas donde la religión se combina con lo racional. No hablo de Irán y su república teocrática, ni de Arabia Saudita y su monarquía también teocrática y fundamentalista (es parte de la deformación de la propaganda creer que fundamentalista es solamente Irán, mientras no se dice una palabra sobre los sauditas). Hablo de Inglaterra, España y otros países europeos, donde hay un Rey por la gracia de Dios, al lado de un parlamentarismo representativo.
En todo caso, la institucionalidad moderna democrática debiera ser tan racional como la moral de obligaciones kantiana, es decir, basadas en imperativos deducidos de la sola Razón, no de una revelación divina (como las tablas de Moisés) y, por ello mismo, universalizables. El Imperativo categórico es la sensatez en una máxima de oro: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. Así mismo, los principios universales modernos: la igualdad, la libertad y la solidaridad. Cuando una propaganda política pretende sacrificar uno de estos principios en beneficio exclusivo de otro, se entra en la irracionalidad. Ejemplo: los anarcocapitalistas de Milei, el socialismo parásito de Cuba, etc. No ver la íntima conexión racional entre los tres principios políticos modernos, es señal de irracionalidad.
Venezuela hoy no muestra una institucionalidad democrática, ni siquiera racional. Esto no es la culpa exclusiva de un solo actor político. Es resultado de un complejo proceso histórico, lleno de violencia y desconocimientos, donde la fuerza siempre pretendió imponerse sobre el diálogo y el acuerdo. Nada que ver con la racionalidad comunicativa que postula igualdad de condiciones de participación, de lenguaje, de sinceridad y requisitos de verificabilidad de las afirmaciones. Aquí lo que ha habido desde casi siempre, son escaladas sucesivas de golpes, calle, piedra, plomo y candela, torturas, asesinatos a la sombra, conspiraciones.
Lamentablemente, los venezolanos no tenemos el concepto de la institucionalidad. Nos suena demasiado a Estado, y Estado suena a los burócratas que nos obligan a fastidiosas y enredadas recopilaciones de documentos, pago de cuotas, agotadoras colas y trato despectivo, mientras hay un gestor que nos cobra para hacernos en una media hora lo que nos dicen en la taquilla que dura cuatro meses. En cuanto a formulaciones clásicas como la necesaria separación de los Poderes Públicos para el mutuo control y señalamiento de límites entre ellos, desentona completamente con una visión de poderío discrecional y arbitrario de la mayoría militante que es la misma en los tres poderes. Mucho menos, nos suena los límites del poder del Estado para con cada ciudadano, porque le tememos a la matraca de los policías. Pero si hasta en los condominios es evidente la arbitrariedad como una tradición maldita, el Mister Hyde que se nos sale apenas bebemos alguna pócima estimulante.
Por eso Diosdado dice necedades. Él es un míster Hyde. Igual que la decisión de los funcionarios que mantienen detenida a Rocío San Miguel y los trescientos presos políticos. Por eso el nuevo caudillismo, evidentemente carismático (algunos hasta lo llaman "espiritual") de MCM, evidente en la pugna de los comandos de campaña de Edmundo González. Esa dualidad, esa confusión acerca de quién es en definitiva el candidato, que quién será el presidente, que si el candidato no debiera ser también el líder, que si la líder no es él sino la otra, que qué fue a hablar con Rosales, que tienen que hablar juntos los dos, que si Donoso y el Mono Kini. En fin, el Doctor EGU y Mistress Hyde Machado.
Ninguna de las dos polaridades (o, tal vez, una sí) puede entender la necesidad de aprobar en una consulta popular, que puede ser este mismo 28 de julio, para garantizar el respeto de los derechos de todos los factores políticos, para parar las desapariciones forzadas, las persecuciones políticas, cuando se conozca el resultado electoral. No puede entender que la "transición" solo puede significar la restitución de la Constitución anulando adefesios jurídicos como la "Ley Anti Bloqueo", la del "Odio" y, por supuesto, la "antifascista". Y eso lo debiera hacer, incluso, el propio Maduro si gana.
A mí me parece una excelente idea la de Petro. Y concuerda con la que algunos opinadores, como Víctor Álvarez, ha planteado: la necesidad de un acuerdo de respetar la Constitución, de ponerla a funcionar otra vez en su racionalidad para controlar los demonios de la persecución política, la violación de los Derechos Humanos (entre ellos, las desapariciones forzadas), la concentración de Poder en un solo Partido. Que se restituya la institucionalidad democrática.
Eso debe ser reafirmado por el pueblo este 28 de julio, al votar por un acuerdo nacional para la restitución total de la Constitución y la garantía para todos los actores políticos. Ojalá que el polo racional de todos los candidatos asuma esta propuesta que ya es nuestra y de todos los venezolanos sensatos.