El Descubrimiento: el 12 de octubre de 1492, América
descubrió el capitalismo. Cristóbal Colón, financiado por
los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la
novedad a las islas del mar Caribe.
En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139
veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro
Señor. Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en
aquellas playas, y el 27 de noviembre profetizó: Tendrá
toda la cristiandad negocio en ellas. Y en eso no se
equivocó.
Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y
creyó que los habitantes de China y Japón eran indios de la
India; pero en eso no se equivocó.
Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad,
ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas
americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de
la mitad de la población come salteado.
Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la
historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los
últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la
negación de su identidad diferente. Se les sigue
prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando
el derecho de ser.
Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en
nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre
del dios del Progreso. Sin embargo, en esa identidad
prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de
otra América posible.
América, ciega de racismo, no las ve.
***
El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón escribió en su
diario que él quería llevarse algunos indios a España para
que aprendan a hablar ("que deprendan fablar"). Cinco
siglos después, el 12 de octubre de 1989, en una corte de
justicia de los Estados Unidos, un indio mixteco fue
considerado retardado mental ("mentally retarded") porque
no hablaba correctamente la lengua castellana. Ladislao
Pastrana, mexicano de Oaxaca, bracero ilegal en los campos
de California, iba a ser encerrado de por vida en un asilo
público. Pastrana no se entendía con la intérprete española
y el psicólogo diagnosticó un claro déficit intelectual.
Finalmente, los antropólogos aclararon la situación:
Pastrana se expresaba perfectamente en su lengua, la lengua
mixteca, que hablan los indios herede ros de una alta
cultura que tiene más de dos mil años de antigüedad.
***
El Paraguay habla guaraní. Un caso único en la historia
universal: la lengua de los indios, lengua de los vencidos,
es el idioma nacional unánime. Y sin embargo, la mayoría de
los paraguayos opina, según las encuestas, que quienes no
entienden español son como animales.
De cada dos peruanos, uno es indio, y la Constitución de
Perú dice que el quechua es un idioma tan oficial como el
español. La Constitución lo dice, pero la realidad no lo
oye. El Perú trata a los indios como África del Sur trata a
los negros. El español es el único idioma que se enseña en
las escuelas y el único que entienden los jueces y los
policías y los funcionarios. (El español no es el único
idioma de la televisión, porque la televisión también habla
inglés.)
Hace cinco años, los funcionarios del Registro Civil de las
Personas, en la ciudad de Buenos Aires, se negaron a
inscribir el nacimiento de un niño. Los padres, indígenas
de la provincia de Jujuy, querían que su hijo se llamara
Qori Wamancha, un nombre de su lengua. El Registro
argentino no lo aceptó por ser nombre extranjero.
Los indios de las Américas viven exiliados en su propia
tierra. El lenguaje no es una señal de identidad, sino una
marca de maldición. No los distingue: los delata. Cuando un
indio renuncia a su lengua, empieza a civilizarse. ¿Empieza
a civilizarse o empieza a suicidarse?
***
Cuando yo era niño, en las escuelas del Uruguay nos
enseñaban que el país se había salvado del problema
indígena gracias a los generales que en el siglo pasado
exterminaron a los últimos charrúas.
El problema indígena: los primeros americanos, los
verdaderos descubridores de América, son un problema. Y
para que el problema deje de ser un problema, es preciso
que los indios dejen de ser indios. Borrarlos del mapa o
borrarles el alma, aniquilarlos o asimilarlos: el genocidio
o el otrocidio.
En diciembre de 1976, el ministro del Interior del Brasil
anunció, triunfal, que el problema indígena quedará
completamente resuelto al final del siglo veinte: todos los
indios estarán, para entonces, debidamente integrados a la
sociedad brasileña, y ya no serán indios. El ministro
explicó que el organismo oficialmente destinado a su
protección (FUNAI, Fundacao Nacional do Indio) se encargará
de civilizarlos, o sea: se encargará de desaparecerlos. Las
balas, la dinamita, las ofrendas de comida envenenada, la
contaminación de los ríos, la devastación de los bosques y
la difusión de virus y bacterias desconocidos por los
indios, han acompañado la invasión de la Amazonia por las
empresas ansiosas de minerales y madera y todo lo demás.
Pero la larga y feroz embestida no ha bastado. La
domesticación de los indios sobrevivientes, que los rescata
de la barbar ie, es también un arma imprescindible para
despejar de obstáculos el camino de la conquista.
***
Matar al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso
coronel norteamericano Henry Pratt. Y muchos años después,
el novelista peruano Mario Vargas Llosa explica que no hay
más remedio que modernizar a los indios, aunque haya que
sacrificar sus culturas, para salvarlos del hambre y la
miseria.
La salvación condena a los indios a trabajar de sol a sol
en minas y plantaciones, a cambio de jornales que no
alcanzan para comprar una lata de comida para perros.
Salvar a los indios también consiste en romper sus refugios
comunitarios y arrojarlos a las canteras de mano de obra
barata en la violenta intemperie de las ciudades, donde
cambian de lengua y de nombre y de vestido y terminan
siendo mendigos y borrachos y putas de burdel. O salvar a
los indios consiste en ponerles uniforme y mandarlos, fusil
al hombro, a matar a otros indios o a morir defendiendo al
sistema que los niega. Al fin y al cabo, los indios son
buena carne de cañón: de los 25 mil indios norteamericanos
enviados a la segunda guerra mundial, murieron 10 mil.
El 16 de diciembre de 1492, Colón lo había anunciado en su
diario: los indios sirven para les mandar y les hacer
trabajar, sembrar y hacer todo lo que fuere menester y que
hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras
costumbres. Secuestro de los brazos, robo del alma: para
nombrar esta operación, en toda América se usa, desde los
tiempos coloniales, el verbo reducir. El indio salvado es
el indio reducido. Se reduce hasta desaparecer: vaciado de
sí, es un no-indio, y es nadie.
***
El shamán de los indios chamacocos, de Paraguay, canta a
las estrellas, a las arañas y a la loca Totila, que
deambula por los bosques y llora. Y canta lo que le cuenta
el martín pescador:
-No sufras hambre, no sufras sed. Súbete a mis alas y
comeremos peces del río y beberemos el viento.
Y canta lo que le cuenta la neblina:
-Vengo a cortar la helada, para que tu pueblo no sufra
frío. Y canta lo que le cuentan los caballos del cielo:
-Ensíllanos y vamos en busca de la lluvia.
Pero los misioneros de una secta evangélica han obligado al
chamán a dejar sus plumas y sus sonajas y sus cánticos, por
ser cosas del Diablo; y él ya no puede curar las mordeduras
de víboras, ni traer la lluvia en tiempos de sequía, ni
volar sobre la tierra para cantar lo que ve. En una
entrevista con Ticio Escobar, el shamán dice: Dejo de
cantar y me enfermo. Mis sueños no saben adónde ir y me
atormentan. Estoy viejo, estoy lastimado. Al final, ¿de qué
me sirve renegar de lo mío?
El shamán lo dice en 1986. En 1614, el arzobispo de Lima
había mandado quemar todas las quenas y demás instrumentos
de música de los indios, y había prohibido todas sus danzas
y cantos y ceremonias para que el demonio no pueda
continuar ejerciendo sus engaños. Y en 1625, el oidor de la
Real Audiencia de Guatemala había prohibido las danzas y
cantos y ceremonias de los indios, bajo pena de cien
azotes, porque en ellas tienen pacto con los demonios.
***
Para despojar a los indios de su libertad y de sus bienes,
se despoja a los indios de sus símbolos de identidad. Se
les prohíbe cantar y danzar y soñar a sus dioses, aunque
ellos habían sido por sus dioses cantados y danzados y
soñados en el lejano día de la Creación. Desde los frailes
y funcionarios del reino colonial, hasta los misioneros de
las sectas norteamericanas que hoy proliferan en América
Latina, se crucifica a los indios en nombre de Cristo: para
salvarlos del infierno, hay que evangelizar a los paganos
idólatras. Se usa al Dios de los cristianos como coartada
para el saqueo.
El arzobispo Desmond Tutu se refiere al África, pero
también vale para América:
-Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la
tierra. Y nos dijeron:
"Cierren los ojos y recen". Y cuando abrimos los ojos,
ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.
***
Los doctores del Estado moderno, en cambio, prefieren la
coartada de la ilustración: para salvarlos de las
tinieblas, hay que civilizar a los bárbaros ignorantes.
Antes y ahora, el racismo convierte al despojo colonial en
un acto de justicia. El colonizado es un sub-hombre, capaz
de superstición pero incapaz de religión, capaz de folclore
pero incapaz de cultura: el sub-hombre merece trato
subhumano, y su escaso valor corresponde al bajo precio de
los frutos de su trabajo. El racismo legitima la rapiña
colonial y neocolonial, todo a lo largo de los siglos y de
los diversos niveles de sus humillaciones sucesivas.
América Latina trata a sus indios como las grandes
potencias tratan a América Latina.
***
Gabriel René-Moreno fue el más prestigioso historiador
boliviano del siglo pasado. Una de las universidades de
Bolivia lleva su nombre en nuestros días. Este prócer de la
cultura nacional creía que los indios son asnos, que
generan mulos cuando se cruzan con la raza blanca. Él había
pesado el cerebro indígena y el cerebro mestizo, que según
su balanza pesaban entre cinco, siete y diez onzas menos
que el cerebro de raza blanca, y por tanto los consideraba
celularmente incapaces de concebir la libertad republicana.
El peruano Ricardo Palma, contemporáneo y colega de Gabriel
René-Moreno, escribió que los indios son una raza abyecta y
degenerada. Y el argentino Domingo Faustino Sarmiento
elogiaba así la larga lucha de los indios araucanos por su
libertad: Son más indómitos, lo que quiere decir: animales
más reacios, menos aptos para la Civilización y la
asimilación europea.
El más feroz racismo de la historia latinoamericana se
encuentra en las palabras de los intelectuales más célebres
y celebrados de fines del siglo diecinueve y en los actos
de los políticos liberales que fundaron el Estado moderno.
A veces, ellos eran indios de origen, como Porfirio Díaz,
autor de la modernización capitalista de México, que
prohibió a los indios caminar por las calles principales y
sentarse en las plazas públicas si no cambiaban los
calzones de algodón por el pantalón europeo y los huaraches
por zapatos.
Eran los tiempos de la articulación al mercado mundial
regido por el Imperio Británico, y el desprecio científico
por los indios otorgaba impunidad al robo de sus tierras y
de sus brazos.
El mercado exigía café, pongamos el caso, y el café exigía
más tierras y más brazos. Entonces, pongamos por caso, el
presidente liberal de Guatemala, Justo Rufino Barrios,
hombre de progreso, restablecía el trabajo forzado de la
época colonial y regalaba a sus amigos tierras de indios y
peones indios en cantidad.
***
El racismo se expresa con más ciega ferocidad en países
como Guatemala, donde los indios siguen siendo porfiada
mayoría a pesar de las frecuentes oleadas exterminadoras.
En nuestros días, no hay mano de obra peor pagada: los
indios mayas reciben 65 centavos de dólar por cortar un
quintal de café o de algodón o una tonelada de caña. Los
indios no pueden ni plantar maíz sin permiso militar y no
pueden moverse sin permiso de trabajo. El ejército organiza
el reclutamiento masivo de brazos para las siembras y
cosechas de exportación.
En las plantaciones, se usan pesticidas cincuenta veces más
tóxicos que el máximo tolerable; la leche de las madres es
la más contaminada del mundo occidental. Rigoberta Menchú:
su hermano menor, Felipe, y su mejor amiga, María, murieron
en la infancia, por causa de los pesticidas rociados desde
las avionetas. Felipe murió trabajando en el café. María,
en el algodón. A machete y bala, el ejército acabó después
con todo el resto de la familia de Rigoberta y con todos
los demás miembros de su comunidad. Ella sobrevivió para
contarlo.
Con alegre impunidad, se reconoce oficialmente que han sido
borradas del mapa 440 aldeas indígenas entre 1981 y 1983, a
lo largo de una campaña de aniquilación más extensa, que
asesinó o desapareció a muchos miles de hombres y de
mujeres. La limpieza de la sierra, plan de tierra arrasada,
cobró también las vidas de una incontable cantidad de
niños. Los militares guatemaltecos tienen la certeza de que
el vicio de la rebelión se transmite por los genes.
Una raza inferior, condenada al vicio y a la holgazanería,
incapaz de orden y progreso, ¿merece mejor suerte? La
violencia institucional, el terrorismo de Estado, se ocupa
de despejar las dudas. Los conquistadores ya no usan
caparazones de hierro, sino que visten uniformes de la
guerra de Vietnam. Y no tienen piel blanca: son mestizos
avergonzados de su sangre o indios enrolados a la fuerza y
obligados a cometer crímenes que los suicidan.
Guatemala desprecia a los indios, Guatemala se auto
desprecia. Esta raza inferior había descubierto la cifra
cero, mil años antes de que los matemáticos europeos
supieran que existía. Y habían conocido la edad del
universo, con asombrosa precisión, mil años antes que los
astrónomos de nuestro tiempo.
Los mayas siguen siendo viajeros del tiempo: ¿Qué es un
hombre en el camino? Tiempo.
Ellos ignoraban que el tiempo es dinero, como nos reveló
Henry Ford. El tiempo, fundador del espacio, les parece
sagrado, como sagrados son su hija, la tierra, y su hijo,
el ser humano: como la tierra, como la gente, el tiempo no
se puede comprar ni vender. La Civilización sigue haciendo
lo posible por sacarlos del error.
***
¿Civilización? La historia cambia según la voz que la
cuenta. En América, en Europa o en cualquier otra parte. Lo
que para los romanos fue la invasión de los bárbaros, para
los alemanes fue la emigración al sur.
No es la voz de los indios la que ha contado, hasta ahora,
la historia de América. En las vísperas de la conquista
española, un profeta maya, que fue boca de los dioses,
había anunciado: Al terminar la codicia, se desatará la
cara, se desatarán las manos, se desatarán los pies del
mundo. Y cuando se desate la boca, ¿qué dirá? ¿Qué dirá la
otra voz, la jamás escuchada? Desde el punto de vista de
los vencedores, que hasta ahora ha sido el punto de vista
único, las costumbres de los indios han confirmado siempre
su posesión demoníaca o su inferioridad biológica. Así fue
desde los primeros tiempos de la vida colonial:
¿Se suicidan los indios de las islas del mar Caribe, por
negarse al trabajo esclavo? Porque son holgazanes.
¿Andan desnudos, como si todo el cuerpo fuera cara? Porque
los salvajes no tienen vergüenza.
¿Ignoran el derecho de propiedad, y comparten todo, y
carecen de afán de riqueza? Porque son más parientes del
mono que del hombre.
¿Se bañan con sospechosa frecuencia? Porque se parecen a
los herejes de la secta de Mahoma, que bien arden en los
fuegos de la Inquisición.
¿Jamás golpean a los niños, y los dejan andar libres?
Porque son incapaces de castigo ni doctrina.
¿Creen en los sueños, y obedecen a sus voces? Por
influencia de Satán o por pura estupidez.
¿Comen cuando tienen hambre, y no cuando es hora de comer?
Porque son incapaces de dominar sus instintos.
¿Aman cuando sienten deseo? Porque el demonio los induce a
repetir el pecado original.
¿Es libre la homosexualidad? ¿La virginidad no tiene
importancia alguna? Porque viven en la antesala del
infierno.
***
En 1523, el cacique Nicaragua preguntó a los
conquistadores:
-Y al rey de ustedes, ¿quién lo eligió?
El cacique había sido elegido por los ancianos de las
comunidades. ¿Había sido el rey de Castilla elegido por los
ancianos de sus comunidades? La América precolombina era
vasta y diversa, y contenía modos de democracia que Europa
no supo ver, y que el mundo ignora todavía. Reducir la
realidad indígena americana al despotismo de los
emperadores incas, o a las prácticas sanguinarias de la
dinastía azteca, equivale a reducir la realidad de la
Europa renacentista a la tiranía de sus monarcas o a las
siniestras ceremonias de la Inquisición.
En la tradición guaraní, por ejemplo, los caciques se
eligen en asambleas de hombres y mujeres -y las asambleas
los destituyen si no cumplen el mandato colectivo. En la
tradición iroquesa, hombres y mujeres gobiernan en pie de
igualdad. Los jefes son hombres; pero son las mujeres
quienes los ponen y deponen y ellas tienen poder de
decisión, desde el Consejo de Matronas, sobre muchos
asuntos fundamentales de la confederación entera. Allá por
el año 1600, cuando los hombres iroqueses se lanzaron a
guerrear por su cuenta, las mujeres hicieron huelga de
amores. Y al poco tiempo los hombres, obligados a dormir
solos, se sometieron al gobierno compartido.
***
En 1919, el jefe militar de Panamá en las islas de San
Blas, anunció su triunfo:
-Las indias kunas ya no vestirán molas, sino vestidos
civilizados.
Y anunció que las indias nunca se pintarían la nariz sino
las mejillas, como debe ser, y que nunca más llevarían aros
en la nariz, sino en las orejas. Como debe ser.
Setenta años después de aquel canto de gallo, las indias
kunas de nuestros días siguen luciendo sus aros de oro en
la nariz pintada, y siguen vistiendo sus molas, hechas de
muchas telas de colores que se cruzan con siempre asombrosa
capacidad de imaginación y de belleza: visten sus molas en
la vida y con ella se hunden en la tierra, cuando llega la
muerte.
En 1989, en vísperas de la invasión norteamericana, el
general Manuel Noriega aseguró que Panamá era un país
respetuosos de los derechos humanos:
-No somos una tribu -aseguró el general.
***
Las técnicas arcaicas, en manos de las comunidades, habían
hecho fértiles los desiertos en la cordillera de los Andes.
Las tecnologías modernas, en manos del latifundio privado
de exportación, están convirtiendo en desiertos las tierras
fértiles en los Andes y en todas partes.
Resultaría absurdo retroceder cinco siglos en las técnicas
de producción; pero no menos absurdo es ignorar las
catástrofes de un sistema que exprime al hombre y arrasa
los bosques y viola la tierra y envenena los ríos para
arrancar la mayor ganancia en el plazo menor. ¿No es
absurdo sacrificar a la naturaleza y a la gente en los
altares del mercado internacional? En ese absurdo vivimos;
y lo aceptamos como si fuera nuestro único destino posible.
Las llamadas culturas primitivas resultan todavía
peligrosas porque no han perdido el sentido común. Sentido
común es también, por extensión natural, sentido
comunitarios. Si pertenece a todos el aire, ¿por qué ha de
tener dueño la tierra? Si desde la tierra venimos, y hacia
la tierra vamos, ¿acaso no nos mata cualquier crimen que
contra la tierra se comete? La tierra es cuna y sepultura,
madre y compañera. Se le ofrece el primer trago y el primer
bocado; se le da descanso, se la protege de la erosión. El
sistema desprecia lo que ignora, porque ignora lo que teme
conocer. El racismo es también una máscara del miedo.
¿Qué sabemos de las culturas indígenas? Lo que nos han
contado las películas del Far West. Y de las culturas
africanas, ¿qué sabemos? Lo que nos ha contado el profesor
Tarzán, que nunca estuvo.
Dice un poeta del interior de Bahía: Primero me robaron del
África. Después robaron el África de mi. La memoria de
América ha sido mutilada por el racismo. Seguimos actuando
como si fuéramos hijos de Europa, y de nadie más.
***
A fines del siglo pasado, un médico inglés, John Down,
identificó el síndrome que hoy lleva su nombre. Él creyó
que la alteración de los cromosomas implicaba un regreso a
las razas inferiores, que generaba mongolian idiots,
negroid idiots y aztec idiots.
Simultáneamente, un médico italiano, Cesare Lombrosos,
atribuyó al criminal nato los rasgos físicos de los negros
y de los indios.
Por entonces, cobró base científica la sospecha de que los
indios y los negros son proclives, por naturaleza, al
crimen y a la debilidad mental. Los indios y los negros,
tradicionales instrumentos de trabajo, vienen siendo
también desde entonces, objetos de ciencia.
En la misma época de Lombroso y Down, un médico brasileño,
Raimundo Nina Rodrigues, se puso a estudiar el problema
negro. Nina Rodrigues, que era mulato, llegó a la
conclusión de que la mezcla de sangres perpetúa los
caracteres de las razas inferiores, y que por tanto la raza
negra en el Brasil ha de constituir siempre uno de los
factores de nuestra inferioridad como pueblo. Este médico
psiquiatra fue el primer investigador de la cultura
brasileña de origen africano. La estudió como caso clínico:
las religiones negras, como patología; los trances, como
manifestaciones de histeria. Poco después, un médico
argentino, el socialista José Ingenieros, escribió que los
negros, oprobiosa escoria de la raza humana, están más
próximos de los monos antropoides que de los blancos
civiliz ados. Y para demostrar su irremediable
inferioridad, Ingenieros comprobaba: Los negros no tienen
ideas religiosas.
En realidad, las ideas religiosas habían atravesado la mar,
junto a los esclavos, en los navíos negreros. Una prueba de
obstinación de la dignidad humana: a las costas americanas
solamente llegaron los dioses del amor y de la guerra. En
cambio, los dioses de la fecundidad, que hubieran
multiplicado las cosechas y los esclavos del amo, se
cayeron al agua.
Los dioses peleones y enamorados que completaron la
travesía, tuvieron que disfrazarse de santos blancos, para
sobrevivir y ayudar a sobrevivir a los millones de hombres
y mujeres violentamente arrancados del África y vendidos
como cosas. Ogum, dios del hierro, se hizo pasar por san
Jorge o san Antonio o san Miguel, Shangó, con todos sus
truenos y sus fuegos, se convirtió en santa Bárbara.
Obatalá fue Jesucristo y Oshún, la divinidad de las aguas
dulces, fue la Virgen de la Candelaria...
Dioses prohibidos. En las colonias españolas y portuguesas
y en todas las demás: en las islas inglesas del Caribe,
después de la abolición de la esclavitud se siguió
prohibiendo tocar tambores o sonar vientos al modo
africano, y se siguió penando con cárcel la simple tenencia
de una imagen de cualquier dios africano. Dioses
prohibidos, porque peligrosamente exaltan las pasiones
humanas, y en ellas encarnan. Friedrich Nietzsche dijo una
vez:
-Yo sólo podría creer en un dios que sepa danzar.
Como José Ingenieros, Nietzsche no conocía a los dioses
africanos. Si los hubiera conocido, quizá hubiera creído en
ellos. Y quizá hubiera cambiado algunas de sus ideas. José
Ingenieros, quién sabe.
***
La piel oscura delata incorregibles defectos de fábrica.
Así, la tremenda desigualdad social, que es también racial,
encuentra su coartada en las taras hereditarias. Lo había
observado Humboldt hace doscientos años, y en toda América
sigue siendo así: la pirámide de las clases sociales es
oscura en la base y clara en la cúspide. En el Brasil, por
ejemplo, la democracia racial consiste en que los más
blancos están arriba y los más negros abajo.
James Baldwin, sobre los negros en Estados Unidos:
-Cuando dejamos Mississipi y vinimos al Norte, no
encontramos la libertad. Encontramos los peores lugares en
el mercado de trabajo; y en ellos estamos todavía.
***
Un indio del Norte argentino, Asunción Ontíveros Yulquila,
evoca hoy el trauma que marcó su infancia:
-Las personas buenas y lindas eran las que se parecían a
Jesús y a la Virgen.
Pero mi padre y mi madre no se parecían para nada a las
imágenes de Jesús y la Virgen María que yo veía en la
iglesia de Abra Pampa.
La cara propia es un error de la naturaleza. La cultura
propia, una prueba de ignorancia o una culpa que expiar.
Civilizar es corregir.
***
El fatalismo biológico, estigma de las razas inferiores
congénitamente condenadas a la indolencia y a la violencia
y a la miseria, no sólo nos impide ver las causas reales de
nuestra desventura histórica. Además, el racismo nos impide
conocer, o reconocer, ciertos valores fundamentales que las
culturas despreciadas han podido milagrosamente perpetuar y
que en ellas encarnan todavía, mal que bien, a pesar de los
siglos de persecución, humillación y degradación. Esos
valores fundamentales no son objetos de museo. Son factores
de historia, imprescindibles para nuestra imprescindible
invención de una América sin mandones ni mandados. Esos
valores acusan al sistema que los niega.
***
Hace algún tiempo, el sacerdote español Ignacio Ellacuría
me dijo que le resultaba absurdo eso del Descubrimiento de
América. El opresor es incapaz de descubrir, me dijo:
-Es el oprimido el que descubre al opresor.
Él creía que el opresor ni siquiera puede descubrirse a sí
mismo. La verdadera realidad del opresor sólo se puede ver
desde el oprimido. Ignacio Ellacuría fue acribillado a
balazos, por creer en esa imperdonable capacidad de
revelación y por compartir los riesgos de la fe en su poder
de profecía.
¿Lo asesinaron los militares de El Salvador, o lo asesinó
un sistema que no puede tolerar la mirada que lo delata?