Durante todo el siglo XX se forjó un tinglado espiritual, cultural, ideológico, comercial, tecnológico, mediático y organizacional que se constituyó en un status quo identificado con el capitalismo, muy atractivo para grandes conglomerados humanos, que creyeron ver en ello el único futuro posible para la humanidad, el resultado natural de la evolución de la sociedad y de la especie. Pero ya en la primera década del siglo XXI se está demostrando con fuertes señales imposibles de esconder (derrame petrolero en el Golfo de México, el derrumbe de la burbuja financiera, tsunamis) que todo lo que se construyó en el pasado siglo tiene sus pies de barro.
Y por supuesto eso da mucho miedo, incluso a aquellos que apuestan por un giro radical al rumbo que nos llevan las grandes potencias. ¿Qué hacer? Seguir profundizando en aquella política de desmontar, decodificar, revisar nuestros hábitos de vida, creencias, antivalores para promover un cambio que vaya desde muy adentro. En eso nos pueden ayudar nuestras culturas ancestrales, no sólo las de nuestro continente sino las de Asia, África y Oceanía. Incluso las de Europa. También apoyándonos en las tradiciones que resultaron de las luchas sociales de nuestros pueblos. Y en las expresiones teóricas de sus representantes más preclaros.
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