En nuestra adolescencia no podíamos entender cómo los malos siempre ganaban, siempre se salían con la suya. Y que aquella situación debía dar un vuelco, “que los que hoy no son nada todo lo han de ser”, según rezaba en “La Internacional comunista”.
Y en 1958, volvió Rómulo Betancourt con sus pelos y sus uñas, a sembrar el terror, a trata de doblegarnos a todos en su campaña demencial por hacernos ver que el único mundo posible es la libertad y la democracia que para nosotros tiene diseñada el imperio yanqui.
Y le quebraron el lomo a casi todo el mundo. En un inmenso sector de la población se comenzó a ver con horror a la revolución cubana, a cualquier revolución.
Ya para la década de los 80, la izquierda había desaparecido; habían aniquilado a toda la hermosa y valiente juventud que echó a Pérez Jiménez, que escupió a Richard Nixon, que se declaró fiel a cuanto dijo Fidel Castro, en 1959, en El Silencio, en aquel memorable discurso.
Para cuando Chávez irrumpe en 1992, muy pocos quedaban de aquella generación, con esperanza de que se le pudiera dar un vuelco a aquella castración descomunal. Eso que nuestro maestro y amigo Franz Lee llama HOLOCAUSTO MENTAL, estaba produciendo efectos devastadores en universidades, sindicatos, intelectuales, pensadores en general.
Muchos esclavos ya se sentían felices y hasta se regodeaban por sus cadenas. Nos habían destrozado la razón y los sentimientos, nos habían torturados hasta límites indescriptibles. La desolación moral era casi total. No se creía en nada ni en nadie. Y así estábamos cuando estalló aquel triunfo de 1998, que ya al año parecía fracasado, porque la derecha tiene el poder brutal de hacernos ver que ningún proyecto político es realizable sino se cuenta con ellos.
Y entonces vino el crimen insólito del golpe del 2002, y salieron victoriosas las bestias del terror; luego el paro petrolero y los mil y un atentados contra la república que quedaron maravillosamente impunes. Toda esta maldición producto de que el poder en nuestro país se mueve desde afuera. Y hoy vemos otra vez cómo desde afuera se impone una nueva Asamblea Nacional. Ha sido un triunfo de Washington y así lo están celebrando, tal cual como pudieron doblegar y someter a la Nicaragua Sandinista con aquella nefasta malinche de Violeta Chamorro, y así, poco a poco van llenando los pasos de su cartilla.
Hoy el cuadro es el mismo en Venezuela: muchos de los máximos criminales de tantos actos terroristas se sentarán como orondos representantes de millones de esclavos y malditos cobardes, a tratar de dirigir el país tan cual como se los exige el Norte.
En Venezuela, todavía en este triturador sistema capitalista, el crimen sí paga: le han pagado a Rosales, a Nixon, a Cabeza e’ Motor, a Richard Blanco, a la Malinche, a Enrique Mendoza, a William Dávila Barrios, a tantos, tantos perros.
Qué arrechera. Paciencia, paciencia, paciencia.
@jsantroz