Porque algunos
de esos valientes hombres de una epopéyica gesta, tan sólo se limitaron
a consolidar a feliz término la guerra independentista de Venezuela.
Por lo tanto, Antonio José de Sucre se convierte en el relevo esencial
que daría marcha al amplio y ambicioso proyecto a futuro de Simón
Bolívar, capaz de transformarse en una sola vasta Nación equiparada
en tamaño y fuerza con el gigante Brasil; y así, ambos, cuál gladiadores
de las criollas arenas, con gallardía resistir a la voraz pretensión
del implacable Calígula del Norte, que tiene metido entre ceja y ceja
que esta parte del Hemisferio nuestro es tierra baldía. Allí groseramente
instalado, tiene el centro de acopio bélico del más asfixiante de
los vértigos.
Por eso y mucho
más al Mariscal Antonio José de Sucre, un 4 de Junio de 1830, cabalgando
por los accidentados caminos en las montañas de Berruecos, una misteriosa
e impía jugada del destino le sale al paso, cubriéndole de negra sombra
una misión de vital relevancia.
Era Sucre semejante
a un Páez en la guerra y a un Bolívar de rechinante idealismo patrio.
¿Quién era
en el fondo ese muchacho de Cumaná? Un tanto taciturno y a veces melancólico;
que un día envidió las heridas del general José Laurencio Silva.
Era Sucre un
Gran Mariscal de disciplinada juventud, que pasó por encima de muchas
jerarquías militares diestras en el manejo de la guerra, pero subordinadas
al mandato de las ideas.
A Bolívar le tocó la misión del rayo y, para dolor del Padre Libertador, a Sucre un rayo le fulminó la misión.
Santa Marta y Berruecos, dos coincidencias cómplices que se escaparon por la abertura de una misma tangente, o acaso fue tan sólo un atajo en la interposición de tiempo y espacio, como una estrategia más de dos colosos de la guerra y las ideas, que homogéneamente de nuevo emergen a través del torbellino de una sociedad que, aunque moderna, hoy se bate a duelo por darle fina textura a un viejo sueño inconcluso, que recién comienza a zafarse del frío témpano de una quimera.
San Joaquín estado Carabobo.