I
Nadie en la calle Los Dos Caminos lograba explicarse por qué mi perra cachorra, “Habana” sólo jugaba con aquella perra grande, negra y llena de grasa.
Se veían, y en un solo mover de colas soltaban la alegría de cada encuentro.
Igualmente nadie se explicaba por qué yo dejaba que “Habana” se codeara con “esa perra callejera” surgida del taller de Chigüi. “Si solo juega con ella, por algo será” me decía, tranquila, percibiendo también el apego creciente entre “La Negra” y yo.
Y un día le pregunté a Carlitos Aular, su dueño, por el origen de la “Negra”. Pasado feliz tuvo, viajando en un yate junto a su propietario original hasta que el hombre se fue del país y le dejó la perra a Carlitos, quien al poco tiempo de tenerla en su casa la trasladó al taller mecánico. “Es muy fina y silenciosa. Parece que es muda, pues nunca la hemos escuchado ladrar”.
Y un buen día la “Negra” abandonó el taller para irse a vivir debajo de mi ventana. Y me esperaba en la noche y me saludaba en la madrugada, y el cariño de aquella perra se hizo uno con el mío, que le llevaba comida, y agua y la acariciaba en su pelaje lleno de mugre, y la veía cruzar hacia la playa para nadar y bañarse como toda una sirena libertaria, tal vez recordando sus estancias marinas, asociadas a su origen canadiense Labrador.
Un día me llamaron al periódico mis vecinos: “Lil, la “Negra” está como muriéndose”, y fue un suspiro bajar desde Caracas a atenderla, y otro suspiro llegar el doctor Felipe Larrazábal, veterinario ejemplar, a salvarla en medio de la calle, y a limpiarla de males y placentas. Era noviembre en los finales cuando “Negra” se recuperó con nuestros cuidados y los de mi hijo Uncas, desvelados por la vida de aquella perra.
El 1 de diciembre de 1999 al abrir la puerta de la casa encontré a La Negra dispuesta a dejar para siempre la ventana para acogerse al amor en el hogar en el que por fin ladró, alegremente. Entre ella y “Habana” la ternura y la solidaridad se vistieron con otra perspectiva, llena de picardías, juegos y alegrías.
La noche del 15 de diciembre, luego de la aprobación constitucional, mi hijo salió, y yo, al rato, en vista de que recomenzaba la lluvia me dirigí al dormitorio. La tormenta arreciaba y un creciente río tomó la calle Los Dos Caminos. Cuando escuchamos aquello que parecía un trueno, opté por acostarme, y esperar. Y era ya 16 de diciembre cuando La Negra y La Habana saltaron sobre mi cama. Negra me quitaba la cobija y las dos movían la cabeza con desesperación, señalándome la puerta con ojos suplicantes, llenos de angustia. Les hice caso, y al salir, junto a mis vecinos con sus hijos, reunidos en mi puerta, vimos cómo el agua entraba por la parte de atrás y comenzaba a llevarse carros, paredes, arbolitos navideños, vidas…
Decidimos atravesar aquél río con los niños en los brazos, sin más opción, mientras mis dos perras se quedaban en aquél rincón del cuarto de los discos, de las fotos, de los premios. Si cruzaban la corriente morirían arrastradas, y yo con ellas, si decidía cargarlas. Sólo entendí que sus ojos parecían decir: “Salta tú”. Y eso hice, con un niño en brazos.
Desde el techo del edificio El Palmar jamás dejé de mirar hacia donde estaban “Negra” y “Habana”, y sólo me monté en aquél helicóptero paradójicamente rotulado “Del Caribe” y capitaneado por Henry Hoyos, cuando mi hijo Uncas, surgido desde el pantano me gritó “Vete, que yo me ocupo de las perras”, para luego rescatarlas y echarse a caminar con ellas rumbo a Caracas por aquél sendero de muerte y tristezas movedizas.
II
Muchas manos amigas me ayudaron a cuidar a la Negra y a la Habana en sus casas mientras yo conseguía un techo para re armar nuestra despedazada cotidianidad. Juan Carlos Báez, Helena Salcedo, Doris Barrios, Doris Seguí, amigos que nunca tuvieron mascotas, prestaron casas, carros, comida y afecto hasta que Guarenas me recibió con ellas.
Después de tanta libertad litoralense se adaptaron con alegría a residir en los 54 metros del apartamento de Ciudad Casarapa, pues estábamos juntas. Además nuevos amigos como Rubén Sánchez, Marielisa, Yeisly Guillén y Yurvia Muñóz les ofrecieron afecto adicional.
Transformadas en melómanas caninas, (como antes fuera también nuestra primera mascota, “Enana”), mis artículos eran escritos con ellas al lado, compartiendo las tres el teclear, la música, y la vida...
Todos los meses eran de paz para Negra y Habana, menos diciembre, cuando el ruido de los fuegos artificiales se transformaba para ellas en una terrible pesadilla, agregada al recuerdo de aquellos sonidos que creíamos truenos cuando en realidad era el estruendo de las aguas y las rocas trágicas de 1999…
III
Diabetes le diagnosticaron a La Negra.
Mi amigo José María García Toledo, maestro de Reiki, me dijo desde España: “Diabetes es tristeza. Algo le falta”. Yo sabía que le faltaba el mar.
Cuando se me fue agravando, a pesar de todos los intentos, me aconsejó: “Se quiere ir, pero no te quiere dejar. Habla con ella, y libérala de cargas para que marche en paz”.
Comenzaban a sonar los cohetones cuando me eché, con la Habana a mi lado, a conversar con mi fiel Negra, para decirle que lo que decidiera hacer estaría bien hecho y que nada acabaría con mi indeclinable amor por ella, que me escogió a mí para su trabajo salvador. “Negra” me miró entonces con sus ojos mansos y hermosos, me dio su eterno beso con forma de lengüetazo en mi rostro, y se durmió tranquila, exactamente al cumplir cinco años a mi lado, el primer día del mes que nunca le gustó.
“Negra” sigue en nuestro hogar, ahora en una cajita. Habana continúa buscándola para jugar con ella, y ambas miramos hacia el cielo que se nos antoja, de azul, el mar de correrías de la noble perra que nos brindó tantas lecciones de ternura y desprendimiento.
Habana me mira, y escucha con susto cada cohetón. Ya no puede acurrucarse junto a La Negra para hacer más llevadera la inclemencia a la que los humanos someten a los animales en nombre de una fecha que no evocan…
Por eso, para las mascotas, para esas viditas anónimas que tanto hicieron y hacen por nosotros, los desterrados de 1999, va, en nombre de la “Negra”, esta ofrenda.
Por causa de los hombres a las mascotas no les gusta diciembre. Y si pasaron por Vargas, menos.
lilrodriguez@cantv.net