Vivimos tiempos de cambios porque vivimos tiempos de definiciones. Vivimos fines de tiempos porque estamos iniciando una nueva época, como diría el presidente de Ecuador, Rafael Correa. Las múltiples crisis que está viviendo simultáneamente el planeta nos obliga, querámoslo o no, a un cambio en esa misma magnitud, individual y colectivamente. Ahora más que nunca sabremos de qué estamos hechos los seres humanos, es cuando nuestra verdadera naturaleza florecerá. Tanto la que nos fabricamos para justificar el mundo que hoy cruje, como aquella que ha permitido a miles de hombres y mujeres la posibilidad de salvar a otras miles de vidas y mantener su esperanza en aquellos rincones de nuestra patria que viven la emergencia, aunque la oposición pretenda no reconocer la tragedia nacional.
Como siempre ocurre en las grandes transformaciones sociales y humanas, al principio no podemos ver su exacta grandeza. Lo que hubiera podido ser una desgracia de incalculables proporciones en Venezuela, se está convirtiendo en una extraordinaria oportunidad para compenetrar aún más al pueblo-fuerza armada, pueblo-instituciones del estado, pueblo-medios de comunicación del sistema público, pueblo-partidos del polo patriótico, pueblo-universidades bolivarianas, con todas las contradicciones inherentes a este proceso.
Surgen nuevas oportunidades. El posible aumento del IVA que contemple la Ley Habilitante, podría convertirse en un impuesto al lucro; el proyecto de construir viviendas subiendo la cota del Guaraira Repano por el lado de la Guaira, en una profunda Reforma Urbana; la crisis de espacios de la sede UBV-Caracas, en la devolución de las instalaciones de Cadivi a la Casa de los Saberes como ordenara el Presidente hace más de dos años. Para subvertir la cultura burguesa, en lugar de criminalizar la protesta, debemos darle cauce.
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