En las tórridas aguas naturales de toda revolución silvestre, cautivas pero a su vez rescatables son las utopías.
¿Por qué revolución silvestre? ¡Por lo sagaz cuál gato montés! Como el ganado cimarrón sin la marca del hierro candente ni códigos que limiten su paso apresurado cuando la dinámica así lo requiera. Más convincente no puede ser su nombre y quién la lidera sería semejante a un árbol generador de vida que en cada primavera se renueva por sí mismo, no obstante de pie y con raíces profundas como su origen allí continúa cumpliendo su ciclo de natural existencia. Arropado de nueva fronda, el árbol fértil de la revolución una vez más nos regala su cosecha de jugosos y deliciosos frutos.
Pero ante los acontecimientos de lo positivo, la acechanza de lo negativo se antepone frente a la estancia de la revolución silvestre, pretendiendo con ello vulnerar la mística y el arrojo que de ella se desprende; ya que representa un inminente peligro en contra del viejo orden de abyecta servidumbre. Si de activarse el alerta roja tan sólo sería ante la amenaza del fruto amargo y a veces venenoso, que a la final no es hijo del árbol mitigador de la sed.
Para no tener que pagar un alto precio vital y necesario es: copiar la instintiva astucia del ave salvaje cuando de seleccionar su alimento se trata.
La fruta prohibida que un día fue tentación en el huerto paradisiaco del Génesis; hoy más que nunca está vigente, ya multiplicada y disfrazada de exquisitez merodea por entre los frutales de las revoluciones silvestres, regalando miradas seductoras con marcada intriga y labios maledicientes. Quizá sean estas las reglas inexorables de todo juego en la ruleta de naturaleza humana, que apuesta todo su caudal mediático en contra de una revolución de carta cabal, que estoicamente se desvive por sembrar en los caracteres de sus hijos el valor de la sensibilidad, la humildad y el más noble ideal con el más descollante de los decoros.
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