Chávez no es la cabeza de la revolución bolivariana, sino su ombligo. Al
menos eso es, tal parece, para muchos, de un lado y del otro del
espectro político. Eso que muchos ven para no tener que mirar hacia
delante, para no rendir cuentas y librarse de toda responsabilidad, para
evitar el trance de pensar con cabeza propia. Lo que muchos señalan con el dedo en un intento desesperado por desviar la atención, para dejar hacer y dejar pasar.
Los
hay quienes han acumulado todo su capital político repitiendo que
Chávez es el responsable incluso del menor aleteo de una mariposa, de
manera que cuando sobreviene alguna catástrofe natural, también es culpa
de Chávez. Chávez el principio y el fin, el frágil orden y el pavoroso
caos. Pero esto tiene su correlato entre los partidarios: Chávez como el
principio sin fin, como única garantía de orden, no importa cuál sea.
De un lado, el mico mandante. Del otro, mande, comandante, ordene.
Ni
sol ni agujero negro. Pero hay quienes, dentro del bando llamado a
empujar una revolución, truecan zambo por astro y rey, y el efecto no
puede ser más pernicioso: un Chávez mito, perfecto, endiosado,
infalible, lo más alejado posible de los simples mortales, agujero negro
por donde se cuela toda la potencia, toda la energía, todo el
combustible que debía propulsar la radicalización democrática de esta
sociedad. Chávez reducido a ombligo sin fondo, sin pueblo, a
despeñadero.
Se dirá que el antichavismo tiene una propensión inocultable e inevitable al ombliguismo: nunca resultó tan sencillo ir contra algo: basta que cualquier ladrón o asesino apunte al ombligo Chávez, para que los que están contra
Chávez absuelvan a ladrones y asesinos. Se dirá que es menos fácil
reconocer a los ombliguistas entre las filas revolucionarias. No lo es
tanto: basta que sean objeto de alguna crítica, por más tímida o
pertinente que sea, para que los personajes, apuntándose al ombligo,
conviertan aquella crítica en un ataque despiadado contra Chávez. Si los
ánimos se caldean, y el rumor de la protesta se convierte en estruendo,
siempre será posible apelar al recurso retórico: es orden de Chávez.
Del zambo líder al Chávez que, en boca de ombliguistas demagogos,
termina avalando atropellos, vejámenes e injusticias.
El Chávez
reducido a ombligo termina siendo la excusa perfecta para no avanzar. No
sólo por obra y gracia de los demagogos, sino también por omisión: la
de aquellos que no desean renunciar a la comodidad que supone que sea
siempre otro, y siempre el mismo, el que haga el trabajo por ellos. Si
algo sale mal, o avanza lento, la culpa es del ombligo.
Chávez
mismo, cómo no, también se distrae con su propio ombligo. Se equivoca,
lo hace mal. Es responsable de errores. Cada cual puede hacer su
balance: cuánto hemos avanzado en la destrucción del viejo Estado
burgués, corrupto y esclerosado; cuánto hemos avanzando en la
construcción de nueva institucionalidad; cuánto hay de retórica en el
discurso sobre el socialismo y cuánto de concreción; cuánto hemos
avanzando en la construcción de poder popular no tutelado ni cooptado;
cuánto sí, cuánto no, y todo cuanto haya que sumar a la lista. Vamos a
darle: interpelemos al zambo.
Pero una cosa es igualmente cierta:
yo no voté por Chávez para que hiciera la revolución por mí, para que
pensara por mí, para que construyera por mí. Una revolución no se hace
mirándose al ombligo. No me siento responsable ni cómplice de los que se
lucran en nombre de la revolución. Ni de la palabrería de los
discurseros ni de la mediocridad de los mediocres. Pero es igualmente
cierto que cada espacio que usurpan es un espacio que no hemos sabido
defender ni reconquistar. Hay quienes confunden revolución con
espectáculo, y alientan la pasividad y la desmovilización. De nosotros
depende, principalmente, asumir el papel de actores de reparto o el
protagonismo. Romper los hilos, movilizarnos, sacudirnos la modorra.
El movimiento popular no puede sentarse a esperar que el zambo construya movimiento popular.
Intelectuales, artistas, poetas, cultores, escritores: aquí afuera hay
un pueblo que bulle, reclama, se estremece y convoca. Hay mucho
funcionario que alienta y acompaña las luchas populares, pero muchos
otros hace tiempo que renunciaron al criterio propio: alguien más,
siempre el mismo, debe tomar la iniciativa, decir lo que está bien y lo
que está mal. No son pocos los sujetos y las luchas que permanecen en la
oscuridad durante años, como si estuvieran condenados al ostracismo,
hasta que viene Chávez y se ocupa del asunto, y un buen día todos somos
Pobladores, campesinos, trabajadores, motorizados, buhoneros o
indígenas. Basta que el zambo voltee la mirada para que todos volvamos a
ser nadie, el ojo propio siempre puesto en el ombligo.
Mucho se
habla de la necesidad de dirección colectiva, y la demanda es
absolutamente pertinente. Pero no pocas veces actuamos como si la
construcción de tal dirección fuera obra de un solo hombre, y no obra
colectiva. Como tierra árida, esperando, resignadamente, que alguna vez
llueva socialismo. O más democracia. Se nos olvida que una revolución
supone conflicto, transgresión, insumisión, rebeldía.
Interpelemos
al zambo, claro que sí, pero también a los ombliguistas, donde quiera
que se encuentren. Dejemos de mirarnos el ombligo.
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reinaldo.iturriza@gmail.com