El 27 y 28
de febrero de aquel año tuvo lugar un estallido, masivo y sorpresivo
de violencia popular que la derecha intento e intenta desprestigiar,
catalogándolo como un simple movimiento de desadaptados, delincuentes
comunes o lumpen de barriadas que se dedicaron a saquear pequeños negocios
o comercios para llevarse unos cuantos electrodomésticos para sus casas.
El “caracazo” fue mucho mas que eso. Veamos.
Entrada la
década de los años noventa del siglo XX el Consenso de Washington
se había hecho dominante en el planeta; el keynesianismo no tenia respuesta
en la política económica a la estanflación capitalista y, las amenazas
de una crisis financiera mundial, por niveles crecientes de endeudamiento
de países subdesarrollados, obligaba al Fondo Monetario Internacional
a emplearse a fondo para evitarla. La política neoliberal o monetarista
consensualizada por los países desarrollados, el Banco Mundial y el
FMI, se sustentaba en tres elementos básicos a imponer a los países
subdesarrollados y altamente endeudados: La apertura del mercado externo,
la reducción del papel del Estado y la política de estabilización
o equilibrios macroeconómicos.
El 16 de febrero
de 1989 el Presidente Carlos A Pérez (+) anunció al país una política
económica en acuerdo con el FMI. Era la primera vez que un gobierno
firmaba la aplicación de un programa de ajuste con supervisión de
aquel organismo. Los bajos niveles de reservas internacionales y precios
del petróleo entorno los 13 US$ fueron las causas que explicaban recurrir
al fondo en el supuesto interesado que no existía otra alternativa
al recetario fondomonetarista que se paseaba por el mundo como la nueva
ortodoxia económica.
Aquella política
de ajuste macroeconómico fue conocida como “el paquetazo” dada
la naturaleza recesiva y de acrecentamiento de la desigualdad social
que supondría para las grandes mayorías venezolanas.
Los equilibrios
fiscales, cambiarios y monetarios propuestos, sumados a la desregulación
laboral, la liberalización del comercio con eliminación progresiva
de barreras arancelarias y la adopción del plan Brady para el manejo
de la deuda externa a favor de la banca internacional acreedora, eran
una vulgar fotocopia del recetario del FMI impuesta a un gobierno cuyos
ministros del área económica se convirtieron en especie de sacerdotes
de este nuevo altar en el que sacrificaban a un pueblo.
La tragedia
para los venezolanos fue tener unos gobernantes que nos sometieron al
experimento de aquella política económica neoliberal sobre la base
no rigurosa de “la única salida” y “la fe” ciega en la ortodoxia
del mercado que volvía por sus fueros para triturar lo social y a su
representante colectivo, el Estado.
Tal era el
grado de dependencia y de subordinación al FMI y al Tesoro Americano
del Presidente Pérez y de sus dos Ministros de la economía que
al ser solicitado por el Congreso de la República el acuerdo firmado
con el FMI, con retardo deliberado enviaron una versión en ingles;
lo que originó que la Cámara de Diputados en pleno regresará el texto,
exigiéndolo en el idioma español.
Al pueblo insurgente
de febrero de 1989 se le dio una respuesta sangrienta. Aquellos gobernantes
sorprendidos por la explosión popular solo se les ocurrió recurrir
a las armas de la República para contener aquella deslegitimación
del neoliberalismo que un pueblo valiente sin saberlo protagonizaba.
¿Porque tanto sufrimiento?, ¿Porque tantos muertos? ¿Porque tantas
familias destruidas? ¿Porque tantos huérfanos? Son las preguntas sin
respuestas tan o mas importantes que aquellas que se interrogaban sobre
las perdidas materiales en comercios, abastos o edificaciones varias.
La responsabilidad
de los miembros del gabinete económico de 1989, algunos de los cuales
todavía tienen la desvergüenza de pontificar desde los Estados Unidos
contra la historia que se escribe ahora, no ha sido, veintidós años
después, calificada en el campo de la ciencia económica venezolana.
Fueron ellos
los encargados de convertir a nuestro país y a nuestro pueblo en especie
de “conejillos de india” para experimentar su nueva ideología neoliberal.
No exagero al afirmar que nuestro pueblo fue convertido en un gran laboratorio
humano para “ensayar” la aplicación de los llamados “equilibrios
macroeconómicos” aun a costa de consecuencias empobrecedoras explicadas
en el crecimiento de la desigualdad y la inequidad social.
El llamado
“paquete económico” prescribió a una misma vez la elevación y
creación de nuevos impuestos (IVA); incrementos de las tarifas de servicios
como el agua, teléfonos y gas; incremento de 30% en el transporte urbano
los primeros tres meses, luego de los cuales iría al 100%; incremento
del precio de la gasolina por tres años seguidos, el primero de los
cuales seria de 100%; liberación de precios de los bienes de consumo
masivo, exceptuando 18 de la cesta básica; reducción de los subsidios
a la industria de alimentos; devaluación en “libre” flotación
de la divisa; liberalización de las tasas de interés activas y pasivas
por encima de la tasa inflacionaria; reducción progresiva de los aranceles;
apertura petrolera en subordinación al capital privado; adopción del
Plan Brady para canjear nuestra deuda con los bancos internacionales
por miles de tenedores de nuestros títulos.
El experimento
de corte neoliberal impuesto por el FMI y presentado como la panacea
por el gobierno de la época fue rechazado aquel 27 y 28 de febrero.
En rigor histórico se realizaba el primer combate contra el FMI en
tierra latinoamericana y se lograba parcialmente detener la aplicación
de su recetario recesivo y empobrecedor.
Este acontecimiento cuyo único protagonista fue un pueblo enardecido y sin vanguardia que le guiara es ruptura de tiempos y aperturas de otros, es la convicción de que nació la imposibilidad de volver a ser sometidos a experimentación por una ortodoxia económica y la certeza de que el presente bolivariano llegó impulsado con vientos de aquel estremecimiento de conciencias vivida hace veintidós años.
rodrigo1cabeza@yahoo.com