Como era de esperarse, las ideas proclamadas por la Revolución Francesa habían hecho gran camino entre la juventud de esta vasta parte de la monarquía española, porque el máximo ensanche de sus comunicaciones con Europa; las mismas guerras, que habían ocasionado mayor roce precisamente con aquellos países en que regían instituciones liberales, y la vecindad de Inglaterra en la Isla de Trinidad, en la de Jamaica y en Honduras, facilitaron la entrada de los libros cuyas doctrinas habían servido de palanca para el gran sacudimiento de la Francia. El humilde pasajero de la Fragata sueca Príncipe Federico, que vimos zarpar del puerto de La Guaira el 25 de enero de 1781, ostenta ahora sobre sus hombros las charreteras de Generalísimo de los Ejércitos de esta gloriosa República; ha recorrido toda la Europa en largos viajes y entablado con el Gabinete Británico y otros Gobiernos, una serie de negociaciones durante diez y ocho años con el objeto de lograr la Emancipación de la América Meridional.
El 2 de enero de 1806 salió del puerto de Nueva York el Generalísimo Don Francisco de Miranda con la Corbeta Leander, de 18 cañones, en su proyectada expedición libertadora de Colombia (que en justicia debería de llevarlo en lugar del de América) y arribó a Port-au-Prince, (Haití) Isla de Santo Domingo, donde fletó la Goleta Bee, dio fondo el 20 de marzo en Jacquemel, donde concluyó la organización con la adquisición de la Goleta Bacchus.
Durante la travesía Miranda confirió empleos de Jefes y Oficiales del Ejército Colombiano a varios de sus compañeros de aventura, en la forma siguiente: Coroneles, Willian Armstrong y Thomas Lewis; Teniente-Coronel George W. Kirkland; Mayores Henry Sands y Jeremías Powell; Capitanes Samuel Lowden, Daniel R. Durning, Gustavus Adolphus Bargudd, Barron Reerbacch, Thomas Billops, James B. Gardner y James F. Ledhe; Primeros Tenientes John Oxford, Willian Hosack, Willian Lowden, Charles Johonson, Miles L. Hall, Thomas Gil, Daniel Komper, John J. O. Sullivan, Charles Revington y Robert Clark; Segundos Tenientes Francis Farghuarsen, James Stedman.
En la siempre hospitalaria Antilla, Jean Jacques Dessalines desafiaba la amenaza de los traficantes de esclavos; desparramaba los agentes secretos por diversos Estados del Continente y ofrecía al Precursor Miranda el apoyo moral y material del nuevo régimen haitiano, fundado por él sobre las ruinas de los ejércitos napoleónicos para libertar a Venezuela de la tiranía española. Después de esperar en vano algunos días otro buque, llamado el Emperor, salió la expedición del puerto de Jacquemel el 28 de marzo, fondeando el 11 de abril siguiente en la Isla de Aruba, donde recaló, en vez de verificarlo en la de Bonaire, como era la intención mirandina.
Sí de los hábitos y costumbres de los aborígenes Caribes nace nuestra heroica afición a los quehaceres náuticos, en la gloriosa trinidad naval formada por la Corbeta Leander y las Goletas Bee y Bacchus, integrantes de la Escuadrilla mirandina, se encierra la significación genésica de nuestras Fuerzas Navales, pues, sin duda alguna, ella constituyó el primer conjunto de buques de guerra que, enarbolando el pabellón tricolor de la nacionalidad venezolana, surcaron con su quilla libertadora el bravo oleaje del antillano mar, en gesto creador de una Patria grande y soberana.
Cinco días permanecieron los tres buques en Aruba, y durante ellos la gente de desembarco estuvo empleada en ejercicios. Esta, que no excedía de 200 hombres, carecía de disciplina, y de experiencia los oficiales; pero Miranda no se preocupaba por la debilidad de sus huestes, pues esperaba confiado que, según aseguraba, tan luego pisara tierra en la América del Sur, acudirían a incorporársele buenos oficiales y soldados, con abundancia de todo lo necesario y de antemano prevenido; de suerte que desde aquel instante dejaría de pertenecer al Rey de España esta parte del mundo, a la que él daba el nombre glorioso de Colombia.
Traía el Generalísimo armas, pertrechos, una imprenta y dos banderas; una tricolor con franjas paralelas del mismo ancho y negro, rojo y amarillo (alusivos a las clases de negros, pardos e indios), contentiva de la siguiente inscripción: “Vandera de Miranda para su proyectado Exercito con el nombre de Columbiano”; y otra que enarbolaba en el mástil de la Corbeta: “rectangular y azul, azul que es a la vez cielo y mar, pues en su centro se destaca trazada en blanco la faz de la luna llena, y en la parte inmediata al asta, un rubicundo sol que emerge de las ondas. La empresa misma que acometía Miranda préstale asunto para el claro emblema de la insignia. Simbolizada por el sol, la libertad americana se levanta en el horizonte, en tanto que el poderío de España, representado por la luna, comienza a declinar”; en la parte superior de ella, adherido al gallardete rojo que en letras mayúsculas exhibía esta divisa: “MUERA LA TIRANÍA Y VIVA LA LIBERTAD”.
Las autoridades españolas ya estaban en noticia de sus movimientos y al llegar la expedición a las aguas de Ocumare de la Costa, el 27 de abril, ya se le esperaba con gran prevención, y en la mañana del siguiente día viose atacada por dos buques realistas; el Bergantín Argos y la Corbeta Ceres bajo el comando del Teniente de Navío Agustín Blanco Maldonado. A las 10 a.m. comenzó el recio combate y a las 4 p.m. quedaron en derrota los expedicionarios, cayendo en poder de los españoles las dos Goletas con 57 tripulantes, todos extranjeros, y poniendo en huída la Corbeta que conducía al revolucionario caraqueño; quedando así deshecha la primera nube que del mar intentaba derramar estragos sobre la Corona de Castilla en esta tierra, destinada, andando el tiempo, a ser el teatro más sangriento de la guerra hispanoamericana, y condenada también por luengos años, a los horrendos males de no interrumpidas discordias intestinas.
Con las Goletas mirandinas quedó en poder de los realistas gran cantidad de armas y municiones, además de los prisioneros que, conducidos a Puerto Cabello, fueron allí fusilados diez de ellos en la mañana del 21 de julio siguiente; y trasladados el resto a Cartagena de Indias, algunos murieron de enfermedad natural, mientras que otros lograron evadirse. Derrotado así, antes de tomar tierra, el Precursor de la Independencia Suramericana abrigase primero en la Isla de Granada, de la cual se trasladó a Barbados, y entabló con el Gobernador y con el Jefe de las Fuerzas Navales Británicas estacionadas en las Antillas Menores o de Barlovento, el Vice-Almirante Alejandro Cochrane, tratos para renovar su revolucionario intento. Facilitaronse a Miranda, 10 buques y 400 hombres, de suerte que antes de cinco meses de su derrota frente a Ocumare de la Costa, ya navegaba de nuevo enderezadas las proas al litoral venezolano en el empeño de intentar un golpe de mano con probalidades de buen éxito; por ser de presumir, no sólo que entre la gente que lo acompañaba, reclutada en parte en aquellas Islas, hubiese cierto número de hombres de los mismos buques de guerra ingleses, sino que la mayoría de la oficialidad consistiese en aventureros de valor ya acreditado en los diferentes teatros de hostilidades abiertos después de tantos años en el continente europeo, y que cansados de no alcanzar en ellos fortuna, o expulsados de las filas por sus condiciones morales, acudían a Norte América y a las Antillas en pos de mejor suerte.
La Escuadra Mirandina quedó compuesta por ocho buques de guerra con 77 cañones y dos transportes, así: los Bergantines Leander, Lily, Express, Atentive y Provost, los cañoneros Bulldog, Dispatch y Mastiff, y los Transportes Trimer y Commodore Barry.
Con esta nueva expedición invadió por las costas corianas, (Estado Falcón) en la noche del 1º de agosto se hallaba frente al puerto de La Vela, más parecía que hasta la Naturaleza se mostraba realista, pues la mar embravecida le hizo demorar el desembarco hasta la mañana del día tres, en que la vanguardia comandada por el Coronel Reuvray, a quién secundaban el Coronel Downie y el Teniente Beddingfield, cayó sobre las huestes españolas y silenció las baterías del castillo del puerto, La maniobra continuó con dificultad, pues los botes habían de luchar con la violenta marejada. La guarnición de La Vela, no opuso resistencia, cedía terreno a cada instante, y a poco abandonó sus posiciones dejando el puerto en poder de los invasores, mientras que éstos arriaban en el castillo la bandera roja y gualda para izar entre gritos de triunfo la insignia tricolor de los insurgentes: negro, rojo y amarillo, que flameo victoriosa por primera y última vez en Tierra-firme.
Continuó su marcha triunfal sobre la ciudad de Coro, la cual ocupó el día 4, sin que nadie saliera a combatirlo. La población estaba desierta; sus habitantes habían huido a fortalecerse en la montaña, y Miranda vivía vigilante a sus puertas, rodeado de su estado Mayor y con su caballo constantemente ensillado; enviaba mensajeros a ofrecer protección a los corianos que quisieran regresar a sus hogares. Algunos lo hicieron y el Generalísimo lanzó su proclama a los suramericanos, la cual fue colocada en las puertas de las Iglesias y de los edificios públicos.
Se instauró un nuevo Gobierno; nuevos administradores entraron a manejar las rentas públicas; los ciudadanos adheridos al movimiento lucían cucardas en los sombreros, y Miranda los alentaba, exclamando: “El bien público es la suprema ley”. Pero fueron muy pocos los hijos de aquella tierra que respondieron a su llamado patriótico, su esfuerzo fue visto con la mayor indiferencia. Coro no ofrecía nada; ninguna clase de suplementos para el Ejército ni ayuda efectiva se encontraba en la ciudad realista, antes bien, no faltaban las emboscadas: una tarde, Francisco Bonoso Guanda, disparó contra Miranda y mató a uno de sus oficiales. En tales circunstancias, formó Miranda un Consejo de Oficiales, el cual resolvió el abandono de la ciudad, por lo que el día 10 volvió al Puerto de La Vela con sus huestes. Desde allí dirigió nuevas solicitudes a Lord Cochrane y al Almirante Dacres, en Jamaica y al Gobernador de aquella Antilla; escribió al Obispo de Mérida que se encontraba en la Provincia de Coro, proponiéndole una entente, y también lo hizo al Cabildo y al Ayuntamiento, continuando con tesón su llamamiento al esquivo patriotismo de los corianos.
Por su parte, el Comandante Juan de Salas, que era el Jefe Militar de aquella Provincia, había despachado mensajeros para solicitar ayuda de los gobernantes vecinos, y evitado que los republicanos llegaran a la región montañosa de la Provincia de Coro, donde había muchos descontentos. Mil quinientos hombres formaban ya en las filas del Ejército que los realistas iban oponer al de Miranda; pero, viendo que sólo lo conduciría al fracaso, resolvió abandonar las playas venezolanas. Antes de abandonar La Vela de Coro, Miranda había perdido unos ochenta hombres entre rezagados y prisioneros, algunos de ellos Oficiales, y entre éstos el Comandante de la Corbeta Leander.
El 13 del mismo mes zarpó su Flotilla rumbo a la Isla de Aruba, a cuyos habitantes dio una proclama anunciándoles haber tomado posesión de ella para librarlos del yugo español. Enseguida envió uno de sus Oficiales a Jamaica en demanda de auxilios de aquel Gobernador y del Almirante Dacres; pero habiéndosele negado ambos, dejó aquella Antilla el 27 de septiembre, embarcándose en el buque de guerra inglés La Seine que, bajo el mando del Capitán Atkins, hizo el convoy de sus naves hasta la Isla de Trinidad, donde quedó disuelta la expedición mirandina.
—Historia Naval de la República Bolivariana de Venezuela.
Gringos ¡Go Home!
¡Libertad para Gerardo!
¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
Hasta la Victoria Siempre.
Patria Socialista o Muerte ¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net