EN EL MARCO del Foro Social Mundial de Porto Alegre, ante unos cinco mil jóvenes y junto con José Saramago, Eduardo Galeano y Federico Mayor Zaragoza, el 29 de enero pasado intervine en un panel titulado: El Quijote hoy: utopía y política , sin duda el evento más concurrido del Foro, si se exceptúan las intervenciones especiales de los presidentes Lula y Chávez.
Decía Napoleón de su general Miranda (un venezolano precursor de los Libertadores): «Es un Quijote, pero no está loco». Aunque la cuestión de la locura de Alonso Quijano es asunto sin resolver y sigue siendo objeto de apasionadas discusiones entre especialistas, yo pienso que en el Foro Social Mundial también hay muchos Quijotes -y muchas Quijotas- que tampoco están locos ni locas.
¿Era el Quijote un utopista? En el sentido propio de la palabra no lo creo. Aunque es posible que Cervantes hubiese oído hablar de Utopía, el célebre libro de Tomás Moro editado en latín en 1516 y traducido al inglés en 1551, o sea más de medio siglo antes de la publicación del Quijote. Pero la primera versión castellana de la Utopía sólo se publicaría en 1637, en Córdoba, veintiún años después de la muerte de Cervantes.
Un utopista, en el mero sentido del término, es aquel que desea construir una ciudad ideal, una sociedad perfecta. Una utopía es un proyecto político, un esquema preciso para edificar una República feliz. Tomás Moro, que murió decapitado, describe un mundo ideal, en paz perpetua, detalla con precisión cómo debe ser su Constitución, cómo debe funcionar su economía (la propiedad privada no existe), describe su urbanismo, las relaciones entre los ciudadanos y relata los pormenores de la vida cotidiana de los habitantes de esa isla llamada Utopía (del griego utopos: ningún lugar).
No es el caso del Quijote. Éste no lucha por imponer un modelo de República ideal. Lo que no soporta son las injusticias. Él no quiere hacer entrar el mundo tal como es en un marco preconcebido, sino «enderezar entuertos», es decir: cambiar las cosas. Más (o menos) que utopista, el Quijote es sin duda un altruista, ofrece su valor, su esfuerzo, su generosidad -y la ofrece gratis-, para combatir las injusticias en el mundo. Es, como todos los caballeros andantes , un justiciero itinerante. No lucha por un mundo ideal. Porque todos los «mundos ideales» acaban defraudando. Y a estas alturas de la historia sabemos que todas las utopías realizadas fracasaron, a veces de espantosa manera.
El Quijote piensa que otro mundo es posible pero no tiene un programa preciso, maniático, dogmático de cómo debe ser ese mundo. Y no quiere obligar a nadie a entrar por la fuerza en el corsé de un eventual nuevo mundo feliz.
La analogía principal entre el Quijote y el Foro Social Mundial reside en el hecho de que el Foro es un proyecto desquiciado pero que se ha podido realizar. En sí es una especie de utopía circunstancial, provisoria y efímera. Porque el Foro es la asamblea de la humanidad. No es la asamblea de los gobiernos o de los Estados (eso es la ONU) sino la asamblea de la gente del planeta. Con toda su diversidad. Es Babel reconstruida. Una Babel armoniosa y fraterna. Con un objetivo delirante: cambiar y transformar el mundo. El objetivo del Foro no es el Foro en sí mismo. El objetivo no es que el Foro tenga lugar una vez al año como una especie de feria social mundial o de festival mundial de la crítica de la globalización. No, el propósito del Foro es enderezar los entuertos de este planeta, que son incontables. Son tantos que un solo Quijote no bastaría para combatirlos. Por eso se juntaron una vez más este año, en Porto Alegre, batallones de Quijotes y de «Quijotas». Porque, sin fanatismos, ni dogmatismos, ni violencias, quieren cambiar este mundo. Y hacerlo más justo, más solidario y más fraterno.
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