¿Matar a Chávez?

ROGER Noriega, subsecretario de Estado norteamericano para América Latina, declaró el pasado 13 de febrero, en el canal CNN en español, que «es causa de preocupación de nuestros socios en las Américas y también para la gente venezolana» la adquisición por el Gobierno del presidente de Venezuela Hugo Chávez, de un lote de 100.000 fusiles de asalto AK-47 y de 40 helicópteros a Rusia. Añadió que «el rearme de Venezuela es muy preocupante».

Ya en enero, la nueva secretaria de Estado, Condoleezza Rice, había acusado a Hugo Chávez de ejercer «una influencia desestabilizadora en Latinoamérica». Y el propio presidente Bush, en diciembre del 2004, insistió en que esas compras de armas «deberían ser un motivo de preocupación para los venezolanos».

Venezuela, uno de los principales abastecedores de hidrocarburos de Estados Unidos, ha desmentido que se encuentre en una carrera armamentística y ha recordado que Washington se niega a venderle los repuestos para sus cazas de combate F-16, por lo que Caracas está pensando en comprar aviones Mig a Rusia y Toucan a Brasil.

Pero esta nueva ofensiva verbal confirma la voluntad estadounidense de hostigar al presidente Chávez. Su clara victoria electoral en el referéndum revocatorio del 15 de agosto de 2004 ha demostrado que cuenta con el apoyo mayoritario de los ciudadanos. Cosa que se volvió a demostrar en los comicios regionales de octubre pasado.

Ninguna maniobra sucia -ni siquiera la tentativa de golpe de Estado de abril del 2002 apoyada por Washington- ha conseguido frenar el proyecto de transformación social, en un marco de democracia y libertad, que está impulsando Hugo Chávez. Y su éxito personal en el Foro social de Porto Alegre, donde más de quince mil jóvenes entusiastas aclamaron su discurso, lo ha convertido en la figura de pro de toda la izquierda latinoamericana.

Razón más que suficiente para que los halcones de Washington acentúen sus presiones contra él. Aún no han colocado a Venezuela entre «los seis bastiones de la tiranía mundial», pero se percibe que ya encabeza la lista de espera. Y aunque todavía no se atreven a usar contra Caracas el ahora habitual argumento de poseer «armas de destrucción masiva», ya vemos cómo están tratando de convertir, mediante una ofensiva de propaganda mediática, un lote de armas ligeras en «un peligro para la seguridad del hemisferio».

Hay que temer que la próxima etapa sea el crimen de Estado, el asesinato de Hugo Chávez. El vicepresidente venezolano José Vicente Rangel ha exhibido fotografías que demuestran la existencia en Homestead, Florida, de un campo de entrenamiento de paramilitares destinados a hacer incursiones en Venezuela y que actúan sin problemas con las autoridades estadounidenses. Algunos de estos terroristas ya están obrando en territorio venezolano. Prueba de ello, el 2 de mayo del año pasado, fue detenido en los alrededores de Caracas un grupo de 91 paramilitares colombianos, ligados a la CIA, cuyo objetivo principal era matar a Chávez. El jefe del grupo, José Ernesto Ayala Amado, comandante Lucas, admitió, según su propia confesión, que su misión consistía en «cortar la cabeza de Chávez».

En las filas de la oposición se estimula esta vía del magnicidio. El 25 de julio del 2004, en pleno debate sobre el referéndum revocatorio, el ex-presidente Carlos Andrés Pérez, en una entrevista publicada en El Nacional , diario de Caracas, no dudó en confesar: «Estoy trabajando para sacar a Chávez (del poder). La violencia nos permitirá sacarlo. Chávez debe morir como un perro».

Otro opositor, Orlando Urdaneta, el 25 de octubre del 2004, en el canal 22 de Miami, dió orden, en directo, a los suyos, de pasar a la acción: «La única salida para Venezuela es que hay que eliminar a Chávez: una persona con un fusil y mira telescópica, y ya está».

El reciente asesinato del fiscal Danilo Anderson deja claro que no se trata de palabrería. Y que halcones de la talla de George W. Bush, Condoleezza Rice o Roger Noriega retomen ahora, a su vez, las amenazas, es signo innegable de que el proyecto de matar a Chávez está en marcha. Es tiempo de denunciarlo para disuadirlos de llevarlo a cabo. Si no, por las venas abiertas de América Latina volverán de nuevo a correr ríos de sangre.

Publicado en La Voz de Galicia
23 de febrero de 2005




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Ignacio Ramonet *


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