Yo, Judas Iscariote, condenado al desprecio eterno de la humanidad por mi
traición al amigo, quisiera, para ser consecuente con mi miseria humana, no
dejarle nada a nadie; pero la tradición me impone la elaboración de un
testamento. Por ello, y sólo por ello, me apresto a dejar a aquellos que
algo en común tienen con la forma en que yo concebí la dignidad, la amistad,
el amor, y la vida ante la historia, mis bienes.
Las treinta monedas de plata que me dieron por la traición al Maestro, las
lego a quienes mejor representan la venta del alma por unas monedas. A mis
amados periodistas, a esos que se tragan la dignidad por un salario, a los
que callan la verdad para conservar un empleo y a los que se dejan usar como
marionetas para defender los intereses de sus patronos. Dos de mis monedas
para el matacuras, dos para Marta, dos para Patricia y una para cada uno de
los otros veinticuatro.
Al que llaman Arias Cárdenas y que tanto se parece a mí, al mismo que
calificó de gallina y cobarde al amigo de toda la vida, le dejo la soga que
usé para pasar a mejor vida. A él, que no consigue ni siquiera un
viceministerio y no haya de que palo ahorcarse, mi soga le viene como anillo
al dedo.
Mi beso, ese beso con el que hasta última hora quise aparentar afecto por mi
maestro, se lo lego al gordo Rosendo. Quién mejor que él para jugar al arte
de la fidelidad, la jaladera y la traición. Si alguien merece besar como yo,
es Rosendo.
La cobardía, ésa cobardía que me hizo elegir la muerte antes que enfrentar
las consecuencias de mis actos, se la lego a Carlos Ortega; nadie mejor que
él, para merecer ser calificado de tan cobarde como Judas.
Si su propia cobardía lo llevó a decir “este paro no es la de CTV” y a dejar
abandonados a todos sus seguidores; cuando herede la mía, le echará la culpa
de todo, al negrito que tiene apellido de mentira.
Mi capacidad de comprensión. Sé que es limitada y que no me permitió
entender el mensaje de Jesús y con ello el papelote que jugaría ante la
historia; pero es mucho mayor que la de Pompeyo. A él se la otorgo, con la
esperanza de que no siga recorriendo mi camino.
La botellita que los venezolanos han hecho mía, poniéndola todas las
Semanas Santas en la mano del muñeco con el que me representan, se la heredo
al perro pastor y al matacuras, para que sigan apareciendo borrachos en
televisión.
Espero que ustedes, mis dignos herederos, hagan uso de mis bienes como lo
hubiese hecho yo y perdonen lo poco que pude legarle.
Judas Iscariote
arellanoa2004@hotmail.com